Selvático Animal
Merino: «Sin terapia no hubiera existido este disco»
El dúo madrileño publica «El bosque», un trabajo henchido de nostalgia y con el que arrancan una gira española con presencia en numerosos festivales
Los madrileños Merino –Sandra Merino (voz, guitarra y composición) y Álex Gallego (batería)– acaban de publicar su tercer disco de estudio, «El bosque», diez temas a los que acompaña una fecha entre corchetes que sitúa el año en el que tuvo lugar cada una de las historias que relatan. Sandra ha hablado alguna vez de su infancia «trágica», y el dosier de prensa que distribuye su discográfica señala «infancia compleja y camino de adversidades». Al escuchar la canción «La habitación de enfrente [2010]» entiendes de golpe todo lo anterior, puesto que Sandra recuerda en ella a un ser querido que ya no está, su hermano: «“La habitación de enfrente” es un cuadro de un momento concreto –sostiene su autora–. En esa canción hay un sentimiento de echar de menos, de pérdida, de vacío. ¿Es un homenaje? Sí. Me costaba mucho hablar de mi hermano y, aunque está en varias canciones, he tardado muchos años en poder hablar de él así. Ocurrió durante la pandemia, esa sensación de abrir su habitación y describir lo que sentía cuando entraba allí. Es algo muy personal, pero nos ha escrito mucha gente para decirnos que se siente muy identificada con ella. Está contada de una manera que cualquiera que haya perdido a un ser querido puede verse reflejado. Y la canción –prosigue– que va justo antes de esa, “La brújula [2018]”, habla del proceso de terapia que necesité para enfrentarme a la habitación de enfrente. Ahora no estoy siguiendo terapia, pero es algo que he necesitado muchos años para entenderme, conocerme. Sin terapia no hubiera existido este disco. La música es una manera de expresarme y de hacer terapia, pero el estar con un profesional que te guíe es muy importante». Más allá de esa canción y de unas melodías que tienen el don de enganchar, resulta muy atractiva esa reivindicación de la tristeza que Merino traslada al pop, pues entre los músicos de su generación reina una atmósfera de mundos de caramelo, unicornios y arcoíris: «Más que tristeza –explica Sandra–, en nuestras canciones hay mucha nostalgia, pero también mucha esperanza. Le doy muchas vueltas a todo, aunque hablo de ello cuando ya ha pasado porque me cuesta mucho escribir de lo que estoy viviendo, necesito reflexionar sobre ello. Las canciones me ayudan a cerrar ciclos y esas emociones que tengo abiertas. Pero para saber quién eres hoy, como tú dices, y conocerte, y saber por qué haces determinadas cosas, es muy importante saber qué ha pasado en tu vida y si estás repitiendo ciertos patrones con relaciones de amistad o de amor. Con “El bosque” el camino va de la oscuridad a la luz, pero porque vengo de un lugar más difícil y ahora quizá esté viviendo el momento más dulce de mi vida, y el más estable».
Lo que Merino hace es, en esencia, pop español, y entre sus referencias figuran La Oreja de Van Gogh, Estopa y Amaral. Y si bien en su primer trabajo se les notaban demasiado las lecturas asimiladas, al cabo de tres discos su voz es inequívocamente propia: «El camino que llevamos andado nos ha ido dando respuestas –concede Sandra–. Sí, sentimos que tenemos una huella y eso lo hemos logrado con el tiempo y gracias, también, a trabajar con Santos & Fluren [los productores Santos Berrocal y Florenci Ferrer], que son unos magos para sacar la esencia de los artistas con los que trabajan». Álex interviene: «Ellos te potencian lo que te hace diferente, esa nostalgia o esa cosa pequeñita y a la vez potente que sientes dentro. Y a nivel musical, el tener ese parecido, de estrofas y estribillos potentes, con el pop de los primeros años 2000».
Madrid, diversa
Madrileños ambos, ¿reivindican su madrileñidad, creen que hay que hacer bandera de esa ciudad? «Sí, eso está muy dentro de nosotros –responde Álex–. De hecho, en la biografía que tenemos en Spotify pone “Merino con M de Madrid”. Y las calles de Madrid, donde empezamos a tocar, nos han arropado». Sandra: «Yo llegué a tocar en el metro. El centro de Madrid siempre me ha llamado mucho. Me crie en San Fernando de Henares, que está a las afueras, pero es en el centro donde pasa todo, donde están todas las salas y, como dice Álex, cuando nos conocimos empezamos a tocar en la calle y a estrenar nuestras canciones allí, que era algo que nos gustaba mucho y donde te encontrabas al público más neutro. Porque en los festivales la gente va a escuchar música y en internet el algoritmo, pero en la calle sí que ves la gente que está interesada y las canciones que funcionan más. Esa fue una etapa muy bonita en la que Madrid fue muy importante para nosotros, y lo sigue siendo. Y sí –añade–, hay que hacer bandera de Madrid, reivindicarla, porque lo guay de Madrid es que te encuentras a pocos madrileños. Es diversa y multicultural y, por ello, mucho más interesante que si solo la habitara gente nacida aquí».
Saltamos de su ciudad a su obra y Sandra asegura que nunca se ha sujetado la mano a la hora de escribir, que trabaja ajena a la corrección política: «Solo me pasó con la canción “El árbol [2007]”, que descarté algunas cosas que eran demasiado directas porque no me apetecía cantarlas. Pero no fue por la gente, sino por mí. Porque tengo que sentirme identificada y esa letra era muy explícita. De todas formas –señala–, es verdad que en el cine y en otras artes puedes hablar de todo y crear unos personajes que no sean correctos, y no pasa nada. Pero en la música, no sé si es porque es algo de una sola persona, que es la que escribe, y no se crean tantos personajes, y hablamos más de nuestras vidas, se tacha mucho. Nosotros estamos viendo ahora una serie que se titula “You”, sobre un psicópata, ¿y por qué no se puede hacer eso en las canciones, un disco que hable de un protagonista en primera persona que sea un psicópata? En ese sentido, creo que el cineasta sí tiene una ventaja respecto al músico».
Cerramos la entrevista hablando de política y el sentimiento que invade a estos dos treintañeros es el desaliento: «No hay consecuencias –afirma Álex–. Pase lo que pase, no pasa nada. Da igual que tengas a un pueblo desamparado tras una catástrofe, como ocurrió en Valencia. Aquí, insisto, no hay consecuencias. La sensación es la de que no nos van a proteger. Y te diré que en las dos últimas elecciones no he ido a votar porque no encontraba a nadie que me inspirase confianza». Interviene Sandra: «Ahora, la política es un desastre. La sensación que tenemos los jóvenes es de desamparo. El tema de la vivienda, por ejemplo, nos preocupa mucho, pero es muy difícil que tengamos un pensamiento colectivo porque todo está muy individualizado. Y yo sí he votado, solo que a lo que he creído lo menos malo. Lo hice sin ilusión y sin estar al cien por cien convencida», concluye.
Hogueras en la noche
Por Javier Menéndez Flores
Cuando abres los ojos la oscuridad sigue ahí, en el mismo sitio de antes, abrazándote a tu pesar, pero lo novedoso es ese fuego que parece sostenerte la mirada y que algunos, los más entusiastas, llaman esperanza. Cada puerta que se cierra trae consigo una ventana por la cual sacar el rostro o, incluso, el cuerpo entero. Ese es el impulso natural de los que caminan erguidos desde el inicio de los tiempos, buscar la luz, igual que el de los ríos es no detenerse jamás y el del mar, fascinarnos.
Sandra es menuda, pero su voz no le cabe en el cuello a un gigante. Y aún no sabe si es virtud o defecto no olvidar ni una sola de las desdichas que llegaron a su vida con estruendo de terremoto y a las que consiguió derrotar con unas ganas de vivir inmunes al fracaso. Su memoria conserva un abultado inventario de gritos y portazos y llantos en soledad y habitaciones de hospital que apestaban a domingo por la tarde y a impotencia. Con semejante panorama, el instituto podía esperar. Y maldito sea el 2010 con sus zarpas venenosas y su secuestro definitivo. Pero en la habitación de enfrente, donde el tiempo tomó asiento y el futuro quedó abolido, siempre estará todo lo que David fue.
La aventura, o el sueño, arrancó en las calles de Madrid, en las que cualquier rincón era un escenario en potencia y el grado de felicidad se medía por la intensidad de los aplausos y por el número de personas que se acercaban a felicitaros. Los festivales y el pagar por veros fueron una caricia inesperada, la tableta de chocolate de Willy Wonka con el boleto dorado, ese premio que tan solo reciben los elegidos. Pero nada podrá superar aquella libertad salvaje que regalaban las aceras.
Ahora, la dramaturga Sandra no tiene más que chasquear los dedos medio y pulgar para que Álex y el resto de los actores ejecuten, y así es como se inaugura cada noche la ceremonia de un intercambio que se parece bastante al amor. Cerca del invierno, Álex, desbloqueaste las pantallas, confesaste ante el dios de la lluvia todos tus pecados y te sentiste tan ligero que, por un instante, creíste que podrías echar a volar. De aquellos himnos de guerra habéis desembocado en un bosque habitado por niñas que no cumplen años, laberintos en los que es inevitable perderse, brújulas inservibles. La vida, en fin, que pasa igual que un cometa, qué os voy a contar.
Las certezas son muy pocas, pero sí sabéis que Mikel, Iván y Zahara logran activar emociones dormidas y que Fito aún os traslada a la infancia con solo darle cuerda a su soldadito con olor a gaviotas y a sal. Y aunque Bad Bunny se encuentre en la orilla contraria a la vuestra, os negáis a cerrarle la puerta porque la belleza puede nacer también del exabrupto y la desmesura. Y cuando la lengua no tenga una gota de saliva y el corazón se ralentice o se dispare, siempre os quedará «René», la historia de un hombre que, después de alcanzar el cielo tras una larga escala en el infierno, solo ansiaba ser ese niño que ya jamás volverá.
Ha llegado de nuevo la oscuridad, Sandra, y casi a la vez ha estallado un chorro de luz tan soberbio que te ha obligado a bajar la cabeza. Pero al rato observas que vence absolutamente a las sombras como si fuera un ejército de antorchas, un sol para ti sola, una hoguera que te ensancha los pulmones y las comisuras de los labios y que, bendita sea, cancela la noche.