Nacho Campillo (Tam Tam Go!): «Es muy preocupante el actual clima de autocensura entre los artistas por miedo a ofender»
El que fuera líder de Tam Tam Go! hace memoria de una carrera que ya es generacional
Creada:
Última actualización:
Es Tam Tam Go! artífice de algunas de las canciones que forman nuestra banda sonora generacional, es innegable. Y es Nacho Campillo, cantante y compositor, quien, tras años encaramado al escenario, nos habla de ello. «Impresiona, claro», explica, «que algo que has escrito tú, en un momento de tu vida y en determinadas circunstancias, siga siendo tarareado ahora por generaciones nuevas que se saben la letra de pe a pa. Es algo increíble que te llena de orgullo». Y nos habla de esa alquimia del que crea algo que trasciende, que atraviesa como un nervio a varias generaciones: «Que una canción trascienda dos, tres, generaciones significa que has conectado con la gente. Que eso que tú has escrito les ha llegado, y que ha sensibilizado al público. Es muy impresionante. Todas las canciones, como las hace uno mismo, aunque tengas predilección por unas u otras (que es algo normal y ocurre) son importantes. Te sientes orgulloso de las que han triunfado, pero hay otras que se han quedado en el tintero y que te parecen de mayor calidad pero, por lo que sea, no funcionaron. Y luego otras llegan, sin saber muy bien por qué, directamente al corazón». Como aquella inolvidable «Atrapados en la red», que «escribimos en el año 99, cuando la gente todavía no tenía ni redes sociales. Solo algunos tenían un mail. Y ya hicimos nosotros una canción cibernética», ríe. «Entonces parecía futurista y unos años después fue un boom, porque ya estábamos en eso». O la mítica «Espaldas mojadas», con toda su historia detrás: «La actriz Patricia Adriani, muy amiga mía, tenía que ir a Estados Unidos porque la llamaron para un casting. Ella no hablaba inglés y yo, que había vivido muchos años en Inglaterra, era el único de la pandilla que lo hablaba. Y me fui con ella, en calidad de representante e intérprete. Llegamos allí, a un hotel lujosísimo en Beverly Hills, donde todo el staff eran mexicanos y nos hicimos amigos de ellos porque hablaban español. Eran gente ilegal que había cruzado la frontera sin papeles y nos contaban sus historias. Nos pareció todo tan conmovedor que nos impresionó hasta el punto de que no me lo podía quitar de la cabeza, y acabé escribiendo aquella canción. Finalmente, la película no salió. Así que quizá ocurrió todo para que se escribiese esa canción, que fue un éxito. No hay mal que por bien no venga».
El cambio en la industria, pese a alcanzar a Nacho en marcha, no le ha pillado a traspiés. Hace ya mucho que él, casi hombre del Renacimiento, decidió montar su propio estudio de grabación («un pequeño sello discográfico con el que iba sacando mis cositas») y funcionando de manera más artesanal. «Cuando dependíamos de una multinacional», explica, «nos lo hacían todo. Ellos cobraban un dineral por hacer todas esas cosas, es cierto. Pero las hacían por nosotros. Ahora somos nosotros los que lo tenemos que hacer todo, no solo la parte creativa. Ahora se junta todo: no se venden tantos discos, no estamos con grandes discográficas que se ocupen de todo y la nueva realidad es esta. Los artistas de verdad manejan toda su obra, nos vemos obligados a ello: desde escribir la canción, a componer, producir la canción, hacer el videoclip, la portada, la promoción. Antes se te escapaban esos detalles y ahora estamos encima de todo. Pero a mí el cambio inevitable de paradigma me pilla ya con esa dinámica, en la que ya lo hacía de manera independiente. Me pilla más formado, eso es una suerte. Yo me he ido adaptando a todas las tendencias y toda la evolución, de manera natural». Y el cambio alcanza también al modo de consumir la música, como observa Nacho: «Hay una tendencia global, es innegable, de predominio del algoritmo. Decide él qué es lo que te va a gustar y se encarga de que tengas hasta en la sopa. Yo soy más de la vieja escuela, la verdad. Me gusta elegir y buscar. Me encantaba aquello de ir a las tiendas de discos y buscar y rebuscar, de comprarte el vinilo solo por la portada en ocasiones y que a veces te equivocases y otra fuese todo un hallazgo. O esperar a que en la radio pusiesen la canción que te gustaba, y el locutor decidiese no hablar justo en ese momento, o al colega que venía de Londres con novedades por descubrir. Era otra dinámica. Es verdad que ahora se consume mucha más música que antes y que tenemos acceso fácilmente a toda ella, pero te pierdes un poco en ese mar inmenso. Antes éramos más selectivos, profundizábamos más. Ahora somos más de playlist que de álbum».
Con las redes sociales es el músico prudente, y su uso es para él «meramente instrumental, son una herramienta». Práctico hasta para eso: «Las utilizo para promocionar un single, un disco nuevo. Pero casi nada para conectarme con gente. Es una herramienta de trabajo. Me sirve también para conocer de manera muy directa la opinión del público, sus reacciones inmediatas ante lo que hacemos: qué les gusta más, qué funciona. El efecto es rápido, inminente, y eso es muy práctico. Para eso es muy útil el uso de las redes». Y, aunque ellos no han sufrido en primera persona la amenaza de la cancelación, reconoce que le preocupa el actual clima de excesiva corrección política. «Nosotros nunca hemos tenido problemas», cuenta. «Pero tenemos algunas canciones, que en su momento fueron éxitos, que hoy serían políticamente incorrectas. Pienso, por ejemplo, en una en concreto, que se llama “Crimen pasional”, y que es muy narrativa. Estaba en el álbum de “Espaldas Mojadas”. Esa canción, que narraba un asesinato, era como un guion cinematográfico, una ficción. No ensalzaba el maltrato ni el asesinato machista, ni mucho menos. Pero hoy sería impensable escribir algo así. Ahora mismo se saca todo de contexto y eso es el problema». «Hay una sensación de autocensura», prosigue. «Antes escribíamos canciones, en los 80, y teníamos más libertad y menos tabús. Ahora estamos mirando qué es lo que decimos y cómo, si molestaremos a alguien. Y eso es una injerencia muy peligrosa en una profesión como esta, que es puramente creativa. Y no me pasa a mí solo, les pasa a muchos creadores. Es algo que comentamos entre nosotros, incluso. Muchos artistas amigos me lo dicen: ahora estamos mirando más allá, qué dirán, si molestará, si ofenderá. Me parece muy preocupante porque eso coarta la libertad creativa».
Javier Menéndez Flores
La cosa iba de ahora o nunca. De hazlo ya o abandona para siempre ese cuadrilátero que es el camino hacia la consecución de un sueño. Pero si bajo la piel galopa sangre extremeña, de conquistadores y emigrantes y buscavidas natos, de tipos acostumbrados a dar triples saltos mortales sobre el abismo y a construir sus casas al pie de un volcán que hoy duerme pero mañana puede abrir los ojos y arrasarlo todo, tener miedo no es algo que figure en la agenda.
Hay trayectos imborrables. Una colección de días con mucha noche que arman una educación sentimental y hablan a gritos de un tiempo pasado en el que vivir era zamparse la existencia a cada segundo. Del modernísimo Londres de los setenta, paraíso del rock, el glam, el punk, el pop, al Madrid de aquella fiesta del todo vale que atravesó la espina dorsal de los ochenta. Del inglés con estribillo eficacísimo de «I come for you» al español con fondo de denuncia de «Manuel-Raquel», cuando la mirada de Ricardo Franco era todavía clara y poderosa y detectaba el dolor a kilómetros de distancia. De la ilusionante tienda de campaña de Paco Martín al palacio con pasillos helados de una multinacional, donde la inocencia representó su última función aunque no supieras verlo.
Y en Los Ángeles podías alternar con los frívolos cachorros de Beverly Hills y conocer el infierno de quienes sobreviven en el alambre con púas de la huida y la persecución. Y así fue como aquellos espaldas mojadas lo visitaron igual que te visitan los sueños, sin pedir cita, y Nacho los atrapó con ambas manos y los cubrió con un ritmo y un relato que han quedado incrustados en nuestras cabezas por siempre.
Pasaron los años, guadañas despiadadas, con sus nubes temibles y sus claros en los que plantar la flor de la esperanza. Y por qué no retratar aquella soledad contemporánea que es hija de la hipercomunicación. Atrapado en la red, extraviado en un mundo sin piel ni saliva ni sangre, un corazón a la deriva se deja engañar porque busca un imposible con la desesperación de quien trata de sacar la cabeza del agua.
Y te puedes marchar o evadirte, pero no existe, Nacho bien lo sabe, antídoto capaz de neutralizar el veneno abrasador de la música. ¿El éxito? ¡Ja! El triunfo mayor que alguien puede amasar es el de reconocer sin asomo de duda a aquel que te mira desde el espejo y poder tragar sin que se te amotinen las tripas y te empujen al vómito. La euforia consiste en saber que hay cosas que aún te interesan, planes por cumplir, lugares que visitar, sitios en los que se te espera, papeles que manchar con ideas que llegan como ráfagas de ametralladora, unos brazos en los que es posible guarecerse cuando rompe la tormenta. Y El Sonado rebosa lucidez, porque es ese País de Nunca Jamás en el que yo me lo guiso y vosotros, si gustáis, podéis uniros al banquete.
Son tantos los trenes tomados, las personas conocidas y las puertas cruzadas que harían falta dos cabezas para mantener en pie esa torre de recuerdos. Pero a Nacho le basta con la suya, y no necesita cerrar los ojos para ver todo aquello como si hubiera sucedido ayer mismo. Porque quien ha edificado su vida con la arcilla de los pasos dados siempre al frente, con tanta firmeza como inconsciencia, posee una memoria indestructible. Y después de tres décadas quedan las canciones que fueron y que quieren seguir siendo.
Pilotar de nuevo tu mejor coche tiene el mismo aroma que el café de la mañana y que el bourbon de la celebración. Y si alguien te da la espalda, déjalo marchar. Puentes de fría plata para los enemigos que huyen. Porque en el archivo de mi corazón sólo caben quienes me abrieron el suyo.
Aunque nunca me fui, he vuelto. Sabedlo.