Ramón Gener: «¿Cara la ópera? Ver a Lady Gaga cuesta 175 euros»
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El conductor del programa «This Is Opera», de TVE, derriba mitos sobre la música en «Si Beethoven pudiera escucharme».
La ópera es imaginación, escucha, libertad, sentimientos, amistad, curiosidad, viaje, deleite, lágrimas y, sobre todo, pasión. Esto es parte de lo que la música ha enseñado a Ramón Gener a lo largo de su vida y ahora comparte en su libro «Si Beethoven pudiera escucharme» (Now Books). Una vida vinculada a la música desde niño que ha pasado por distintas etapas. Tras intentarlo como cantante, en la actualidad se dedica a la divulgación desde el programa «This Is Opera» en TVE, que, de forma cercana y amena, trata de explicarla a todos los públicos. Un libro lleno de historias que muestra la cara pública y privada de los artistas, anécdotas curiosas, pinceladas personales, sentido del humor y, sobre todo, mucha pasión por la música.
–Su libro tiene bastante de autobiográfico.
–No pretendía que lo fuese, pero al final me di cuenta de que a través de la música podía explicar experiencias trascendentales que pasan en la vida. Decidí hacer un viaje vital a través de la música, sobre cómo ésta me ha ido formando y creando una identificación.
–¿Se puede definir la música?
–Yo no perdería el tiempo definiéndola. Diría que no existe una persona en el mundo a quien no le guste. Incluso los sordos sienten alguna vibración que les remueve. Si hiciésemos una encuesta mundial no encontraríamos quien la rechazara porque es algo consustancial al ser humano.
–Sin embargo, su relación con ella ha sido de amor-odio.
–El tren de la música ha pasado por mi vida tres veces. La primera vez fue cuando mi madre me llevó al conservatorio y a los once años hice huelga de manos caídas. Dije que no y me bajé. La segunda fue voluntaria, tuve la oportunidad de cantar, pero no lo hice. Y la tercera como divulgador, que es la actual. A veces es necesaria una ruptura para que la cosa continúe. Uno necesita perderse para después encontrarse.
–En su primera ópera se durmió.
–En el Liceo actuaban la Caballé y la Berini. Un reparto de lujo para una noche gloriosa. Aquello me pareció inmenso, pesado y aburrido. Todos estaban concentrados, pero yo me salí al antepalco, me estiré en el sofá y me dormí. Sólo tenía seis años y hasta los once me tragué muchas óperas a la fuerza, de ahí mi rebote.
–¿Qué le dice el nombre de María Victoria de los Ángeles?
–Es mi ángel. Me enseñó que la libertad no es hacer lo que uno quiera cuando quiere, sino tener la responsabilidad de elegir. Me enseñó el camino y me dio a elegir. Por ella volví a la música, me dio clases y me mandó a Polonia a estudiar. Es mi ángel de la guarda.
–¿Es elitista y cara la ópera?
–No. Mi hija ha ido a un concierto de Lady Gaga que valía 175 euros. Ir a la ópera puede costar como otro espectáculo y la gente acude a los conciertos. Además, hay entradas más asequibles en el gallinero. No se ve igual, pero se oye mejor.
–¿Es lo mismo oír, sentir o escuchar? ¿Sabemos escuchar música?
–Oír es fácil, pero cuesta escuchar. Escuchar es difícil. La parte más importante de la música es el silencio. Sin él no hay música. La mejor manera de escucharla es dejarse seducir por ella. Tú puedes oír música mientras hablas, pero si la escuchas en silencio, tu mente te lleva a otro lugar, te crea una imagen. Ése es su poder y su magia.
–¿La música condiciona nuestros comportamientos?
–Sí. Adrian North analizó el comportamiento en un restaurante de lujo según la música de fondo y comprobó que los clientes escogen los platos más caros cuando suena música clásica. Y si es Mozart podemos gastarnos hasta lo que no tenemos. Otro ejemplo es el cine, la música condiciona los sentimientos. ¿Qué sería una escena de Hitchcock o de «Titanic» sin ella?
–¿Nos habla personalmente?
–Para muchos, escuchar música es escuchar la banda sonora de su vida. Y lo mejor es que cada uno se hace la suya. Ya no es del autor, sino de todos. La misma música nos dice cosas distintas a cada cual y todas igual de válidas, ésa es su universalidad. Tiene la capacidad de trasladarnos a otros lugares y a momentos vividos y no le importa cómo eres ni de dónde, habla a todo el mundo que la quiera escuchar.
–¿La música que escuchamos va asociada a nuestro estado de ánimo?
–Esto es por culpa del romanticismo del XIX. A los románticos les encantaba sufrir por amor, que la vida fuera un valle de lágrimas y somos herederos de ello. Estamos destrozados y en lugar de ponernos una música alegre nos ponemos una triste para terminar de hundirnos.
–¿Cuál es el verdadero sentido de la música?
–Su capacidad para evocar sentimientos, emociones e imágenes, como dice Ricardo Muti. Bernstein señala que la música en sí misma no es nada. Quien le da sentido es el oyente que la escucha. La música sólo existe cuando hay alguien que la escucha, cuando la llevas a tu necesidad, a las imágenes que te evoca.
–¿Cómo hay que acercarse a ella?
–Sin prejuicios, sobre todo en el mundo de la ópera. Sin clichés mal aprendidos. Acercarse de forma naíf, desde la inocencia y dejándonos seducir e invadir por las emociones. En este sentido es revelador un experimento que hizo Franz Liszt en un recital. Cambió el programa sin avisar. En lugar de tocar una pieza de Beethoven y otra de Pixis, lo hizo al revés. Cuando sonó la de Beethoven, todos pensaron que era Pixis y mostraron indiferencia. Al tocar la de Pixis reaccionaron con gran entusiasmo pensando que era de Beethoven.
–¿Por qué eligió como referente, como héroe, precisamente a Beethoven?
–Es el primer músico que tiene la conciencia de ser un artista. Hasta entonces, todos los músicos eran empleados de un noble. Mozart fue el primero en tratar de romper esa dicotomía, pero «fracasó» en el intento. Él consigue que los nobles se pongan a su servicio. Personificó el culto al genio: «Hay y habrá mil príncipes, pero sólo hay un Beethoven».