Teatro

Madrid

Wagner tiene un whatsapp

Ensalza el compositor en esta ópera el hedonismo de las tierras del sur, su sol, el calor, el goce del sexo. La versión que se verá en el Teatro Real está dirigida por Ivor Bolton y tiene puesta en escena de Kasper Holten. Suena a bel canto y a romanticismo alemán

Tecnología punta. El tenor David Alegret muestra un mensaje de móvil en los ensayos
Tecnología punta. El tenor David Alegret muestra un mensaje de móvil en los ensayoslarazon

«La prohibición de amar» es una obra de juventud del compositor, una rareza inclasificable que Cósima, su segunda esposa, se ocupó de desterrar. El viernes se estrena en el Teatro Real ambientada en el siglo XVIII pero con tecnología punta

También Wagner fue joven. Tuvo veinte años una vez, algún que otro devaneo amoroso y una ópera que escribió a los 21 y que tuvo un estreno desastroso porque los cantantes no se sabían el papel, y solamente una segunda representación debido al guirigay que se formó fuera del escenario entre un tenor celoso y una soprano, su esposa, adúltera que era el motivo de la disputa, pues era la mujer del tenor. Y ahí se acabó la vida de este «pecado de juventud», como el propio compositor reconocía de «La prohibición de amar». A partir de ese momento esta pieza durmió prácticamente el sueño de los justos y se arrinconó; prueba de ello es que en España la primera vez que se pudo escuchar fue en el Festival de Peralada en 2013. En esta obra hallamos a Wagner antes de convertirse en el mayúsculo compositor en que devino, una rareza «que dejará al público con la boca abierta», aseguraba ayer Joan Matabosch, director artístico del Teatro Real. Desmonta tópicos sobre el artista y pone en solfa, se ríe y vapulea los valores de la clase media. En resumen, «se trata de una crítica al puritanismo alemán y un elogio del hedonismo del sur», al que el compositor miraba con ojos envidiosos, un sur que imaginaba con arena, sol, mar y sexo, inspirado por las lecturas de Heinse y Goethe (estereotipos que han llegado hasta nuestros días). Porque Richard Wagner, según recoge Bryan Magee en «Aspectos de Wagner», era un hombre «pleno en el mismo sentido en que su música es plena: lo que en otros permanece reprimido en él estaba vivo». Cuando un pasaje complicado salía especialmente bien, el compositor aullaba de alegría, besaba con efusividad a los artistas, e incluso llegaba a subirse encima del piano para celebrarlo. Llegaba hasta el jardín y trepaba a lo alto de un árbol. Era la descripción del gozo llevado a sus extremos». Édouard Schuré, en el mismo volumen, describe de esta manera su persona: «Cuando se presentaba en algún sitio irrumpía como un enorme torrente que revienta sus diques. Uno se quedaba asombrado ante aquella naturaleza exuberante y proteica, ardiente, personal, excesiva en todo, pero maravillosamente equilibrada por el predominio de un intelecto vehemente. La franqueza y la extrema audacia con las que mostraba su carácter, cuyos defectos y cualidades quedaban completamente al descubierto, hechizaban a unos y repelía a otros». ¿Necesitan más?

«La prohibición de amar» resulta fundamental para saber de dónde procede el autor de «Tristán e Isolda». Se trata de una nueva producción del coliseo y la primera que se estrena fuera de los muros de la Ópera de Londres, institución que la coproduce junto con el Teatro Colón de Buenos Aires, según aseguró ayer su director, Kasper Holten, responsable artístico de la producción, que transcurre en el siglo XVIII pero a la que se han acoplado las nuevas tecnologías en forma de teléfonos móviles y whatsapp y que parecen en escena con una pasmosa naturalidad.

En el foso estará el titular de la Orquesta Sinfónica de Madrid, Ivor Bolton, quien destacó las influencias que recoge esta partitura, «tanto de la ópera francesa, como de Rossini, aunque el eco más fuerte que se escucha es el del romanticismo alemán, de Carl Maria von Weber. Suena por momentos a Bellini y posee reminiscencias del bel canto». El director reconoce que, quizá debido a su temprana edad y a su prisa por estrenar, «toleró cosas que no debería haber consentido».

- Megalomanía

Holten tiene el aspecto de un chico travieso que acabara de dejar el tirachinas escondido. No deja que se borre de su rostro la sonrisa y confiesa estar encantado de pisar el Real. ¿Es una gran ópera de Wagner? «Es una verdadera opereta con grandes momentos hablados de enorme comicidad, aunque tiene también drama», responde. Explica que a los 21 años es igual de megalómano que lo sería después o ¿cómo si no esa idea de adaptar a Shakespeare en una ópera?, pues «La prohibición de amar, pasada por el tamiz del compositor es la traslación al pentagrana musical de la obra del bardo «Medida por medida». El joven germano ya apuntaba maneras: la obertura no suena a Wagner sino al Sur y traslada la acción de Viena a Sicilia, quizá para tomar la distancia suficiente y poder criticar a la puritana sociedad alemana de su época, el primer tercio del siglo XIX y llevar a escena ese «amor libre» del que se hablaba en los círculos intelectuales en la época. Wagner se ríe de Wagner. Wagner se ríe de Alemania, se mofa en toda regla y con el tiempo Wagner ensalzará ese espíritu nacional contra el que arremetió en esta ópera. Todos tenemos un pasado. El consejo de Holten va directo al grano: «Olviden que es música wagneriana y dedíquense únicamente a disfrutar de una ópera que habla, sobre todo, de la hipocresía, de cómo los políticos quieren imponer una serie de valores a la sociedad que ellos mismos son incapaces de cumplir. A mí se me vienen a la cabeza algunos nombres de mandatarios de mis países, pero estoy seguro de que a ustedes no les van a faltar ejemplos», añade con una sonrisa. Pero no se alarmen.

Si el compositor exalta el hedonismo y el goce sexual en el fondo esta ópera no guarda un mensaje conciliador y reconciliador sobre que hay que buscar lo que nos une en vez de destacar lo que nos separa: «Buscar lo que nos hace Europa, que es en otras cosas, nuestro patrimonio cultural. Invirtamos en ello», señaló. «Come and see the show», responde el director de escena cuando se le pregunta cómo ha llevado al escenario esta «prohibición de amar»: refleja dos ambientes que se comunican entre sí. El distrito rojo de Palermo, por un lado, y un convento por otro. ¿Qué tienen en común? La manera de unir ambos se logra mediante salas pequeñas, «muchos cuartitos con escaleras en los que se pueden hacer muchas cosas. La escena final recuerda a ‘‘Bodas de Fígaro’’, con persianas que pueden ocultar lo que no se desea que esté a la vista. Y la luz, cuya presencia juega un papel muy destacado».

La versión que se verá en Madrid tendrá una duración de dos horas y media, lo que quiere decir que está bastante aligerada con respecto a las cuatro horas originales. En el Teatro Real subirá a escena un montaje de dos horas y media, pues son muchas las repeticiones musicales y ahí es donde se ha decidido «meter la tijera». No se asusten que la obra tendrá todo el sentido con que Wagner la concibió. Un argumento que arranca precisamente con una prohibición: la de mostrar en público cualquier muestra de afecto que atente contra la moralidad. Es la orden que ha dejado el rey de Sicilia al tiránico gobernador Friedrich mientras se ausenta por un viaje. Los encargados de mantener la ley y el orden recorren burdeles y tabernas en busca de los incumplidores. Mientras, en un convento, Mariana e Isabella disfrutan de una existencia totalmente pacífica, aunque las cosas se torcerán y darán un giro de 380 grados.

- Actividades paralelas

El viernes será el estreno de la obra, de la que se han programado nueve representaciones y que se grabará en DVD para su distribución internacional en televisión, a lo que hay que añadir las actividades paralelas que se han organizado para acercar tanto la obra como el compositor al público. Christopher Maltman y Leigh Melrose (en el papel de Friedrich), las sopranos Manuel Uhl y Sonja Gornik (serán Isabella), Peter Lodahl y Peter Bonder (como Lucio) a los que se unen María Miró, David Alegret, David Jerusalem, Isaac galán, María Hinojosa y Francisco Vas.

Las dos mujeres que marcaron su vida

O quizá sería más correcto decir con las que se casó. La primera era una actriz de la que se quedó prendado en la veintena. Guapa y coqueta, Minna Planner hizo que el joven compositor alquilara un piso debajo del suyo en Lauchstädt y haciéndose el econtradizo consiguió que se interesara por él (tanto, que acabó por convertirla en su esposa) y que le motivara ponerse manos a la obra en materia compositiva, pues ella le inspiró «La prohibición de amar». Tras contraer matrimonio, vivir un periodo dulce y atravesar, después, por duros momentos que desembocarían en la separación, Wagner se desposó con Cósima von Bulow, la hija de Frank Liszt, férrea guardiana de su legado y quizá la responsable de que la imagen que nos ha llegado del compositor alemán sea un tanto oscura y desagradable. Fueron ambas las dos caras de una misma moneda.