Nélida Piñón: «La vocación dictatorial sigue en latinoamérica»
La autora brasileña indaga en el libro «La épica del corazón» en las raíces de sus maestros literarios y en las fuentes de la cultura de su país. «El arte nace del caos», asegura la narradora.
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La autora brasileña indaga en el libro «La épica del corazón» en las raíces de sus maestros literarios y en las fuentes de la cultura de su país. «El arte nace del caos», asegura la narradora.
Mélida Piñón (Río de Janeiro, 1937) habla con un entusiasmo incontenible. A sus 80 años, esta escritora brasileña, una de las grandes figuras de la narrativa iberoamericana, mantiene viva la energía que trajo con 10 años a Galicia, donde vivió dos intensos años de su infancia antes de regresar a Brasil. Recientemente ha estado en Madrid para hablar de su nuevo libro, «La épica del corazón» (editorial Alfaguara), una serie de pequeños ensayos sobre las raíces culturales de Iberoamérica y al mismo tiempo una disección de su obra y de sus maestros literarios, desde Machado de Assis a Julio Cortázar o Cabrera Infante
–Con diez años dejó Brasil para instalarse en Galicia. ¿Qué le aportó el encuentro con otro país y otra cultura a esa edad?
–Yo nací en un hogar gallego, en el que se mezclaban dos mundos lingüísticos, los olores, los sentimientos aparentemente antagónicos. Eso me ayudó mucho para entender las culturas del mundo. Desde muy temprano estudié todas las civilizaciones. El encuentro con Galicia fue algo mágico y desafiante. El paisaje, la comida, la vida del campo. Yo he sido campesina en Galicia. He vivido las costumbres de las aldeas seculares, con sus tradicionales casi milenarias. Todo eso amplió mi conocimiento y mi sensibilidad.
–¿Y qué significa para usted ser brasileña?
–Ser brasileño es el idioma, maravilloso. También sus personajes, gentes de verdad, genealogías e historias, la literatura. Brasil es mi furia y mi pasión, mi tristeza y mi alegría. Pero siendo brasileña también me siento muy a gusto en el mundo, es como si tuviera continentes patrios dentro de mí. Adoro a los griegos, a Heródoto.
–La geografía amazónica de su país, ¿ha determinado su manera de escribir?
–Sin duda, pero también las lecturas que he tenido. Yo tuve una crisis de conciencia con 14 años leyendo a Dostoievski . «Crimen y castigo» me hizo sufrir mucho. A mí la conciencia no me vino a través de vínculos religiosos sino gracias a Dostoievski . Ha sido una amalgama, se mezcla todo. El arte no nace del orden. El arte nace del caos. Mi padre me regalaba muchos libros todo el tiempo. Cuando volví de Europa a Brasil a los doce años, mi padre fue a una gran librería de Río de Janeiro y abrió una cuenta mediante la cual yo podía elegir el libro que quisiera y llevarlo a casa, y nunca ni él ni mi madre preguntaron qué estaba leyendo. No había prohibición.
–¿Le gusta el Brasil de hoy?
–Yo tengo un principio categórico. No hablo de mi país mientras estoy en el exterior. Eso lo hacía cuando había dictadura. En democracia, hablo dentro.
–¿Cree que el mundo está avanzando?
–No. Algunos avanzan pero otros no. Hay hambre, algo tremendo. Hay injusticias extraordinarias dentro de pequeños paraísos. Lo que me parece fascinante es la lucha por los derechos humanos, el debate de la mujer, de los derechos de las minorías. Por ejemplo, hay más sensibilidad hacia el mundo negro en Brasil ahora. Es algo que tenía que haber ocurrido en el pasado, porque es una deuda histórica que tenemos con la comunidad negra de Brasil.
–¿La democracia ha echado raíces en América Latina?
–En América Latina hay mucha vocación dictatorial. Venezuela es hoy una dictadura, no se puede dejar de pensar en esto. Es verdad que ya no son las dictaduras militares de los setenta y ochenta, pero esa pulsión sigue latente hoy en día. La democracia no está en peligro, pero sus instituciones se están fragilizando en muchos países de América, y también en otras partes del mundo. En Estados Unidos hay demasiada insatisfacción entre la gente que eligió a Trump. ¿Por qué ese hombre pudo llegar a presidente en la tierra de Jefferson? En realidad sabemos muy poco cuando votamos, hay acuerdos espurios y bastante información que no nos llega. A pesar de todo, hoy tenemos una democracia que permite el debate. También hay un exceso de radicalismo. Hoy si no estás de acuerdo con el otro te llaman fascista. Ser fascista es lo más común del mundo, pero la gente no sabe el significado del fascismo.
–¿El narcotráfico está carcomiendo muchos países de Latinoamérica?
–El narcotráfico tiene un poder cada día mayor, está invadiendo los parlamentos. Hay bancadas de narcotraficantes. Tienen un poder extraordinario, no hay fronteras para ellos. La droga es elegante. Cuando se habla del narcotráfico hay que pensar que el consumo es sobre todo europeo y estadounidense. Sin embargo, nunca se habla del consumidor, sino del narcotraficante.
–¿La cultura brasileña sigue siendo desconocida en el exterior?
–Mucho. Somos periféricos. Hay escritores que podrían estar en el panteón de la literatura mundial, y no están sólo porque son brasileños. Un ejemplo que siempre cito es el Machado de Assis, que está a la altura de un Stendhal o un Flaubert. Era un escritor autodidacta, negro, tartamudo, que nunca viajó. Cuando se lo dije a Susan Sontag, a la que tengo un gran cariño, me miró como si yo estuviera loca. No lo conocía ni por el nombre. Tiempo después publicó un artículo muy brillante en «The New Yorker» sobre Machado de Assis.