Paolo Taviani: «Vivimos un regreso aterrador del fascismo»
Ha llegado a Sevilla, donde ayer le entregaron el Giraldillo de Oro, sin su cincuenta por ciento, su hermano Vittorio, otro clásico de la historia del cine. Es un octogenario vivaz, despierto, muy atento a la actualidad y preocupado por lo que sucede en Europa.
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Ha llegado a Sevilla, donde ayer le entregaron el Giraldillo de Oro, sin su cincuenta por ciento, su hermano Vittorio, otro clásico de la historia del cine. Es un octogenario vivaz, despierto, muy atento a la actualidad y preocupado por lo que sucede en Europa.
Todas las canciones de guerra (o al menos las realmente conmovedoras) lo son también de amor. Y es que, ¿acaso no es lo mismo? «Oh, partisano, llévame contigo», cantaban monte arriba monte abajo los antifascistas de la República de Saló, en las postrimerías de la ocupación alemana en Italia. Porque toda guerra es en esencia, como el amor, un asunto privado. Y es lo que los octogenarios hermanos Taviani explican a través de la bella y austera «Una questione privata», su nuevo filme, una particular «road movie» por la línea del frente, entre las montañas infestadas de fascistas, de Milton, el protagonista, en busca de la verdad de un triángulo sentimental del pasado, enfermo de amor y celos. La cinta fue presentada ayer en el Festival de Cine Europeo de Sevilla, el mismo día en que los hermanos recogían el Giraldillo de Honor (hoy hará la propio la actriz danesa Trine Dyrholm) a una trayectoria que arrancó en los años 50. A la capital andaluza ha venido solo Paolo Taviani, el hermano joven (86 años frente a los 88 de Vittorio), un señor enérgico que se lleva de calle con su ironía al personal: «Siempre odié la escuela y detestaría ser un maestro para nadie».
–La de Milton es una guerra dentro de la guerra...
–Es la historia de la locura de amor de un tipo que tiene su contrapunto en el momento histórico en el que vive, con la guerra de fondo. Milton es un partisano que va a la montaña para combatir a los fascistas, y de repente olvida todo porque cree que la mujer que amaba se ha ido con su mejor amigo. Y ahí comienza una carrera enloquecida en la que su tragedia corre paralela a esa otra que es la guerra.
–¿Qué es peor: el amor o la guerra?
–La guerra es una cosa terrible, pero el amor lo es por igual, incluso puede que más. Por el amor se mata o se puede morir, como nos enseña Shakespeare, que fue un gran maestro en esto.
–Hablemos de la figura, del mito, del partisano, sin el cual no se entiende la historia reciente italiana. ¿Es necesario seguir reivindicándolo hoy en día?
–Creo que ese momento de la historia se recuerda muy poco. En los libros de escuela se habla de la resistencia pero no lo suficiente, y no lo digo por retórica, sino porque forma parte de nuestro pasado y hay que conocerlo con claridad, indicar meridianamente el momento en que llegó el fascismo y quiénes intentaron frenar a ese monstruo. Esta película no nace únicamente para recordar esa historia, aunque también.
–¿Teme la desmemoria?
–En Italia un periodista de derechas nos preguntó al hilo de esta película: «Pero ¿ todavía hablando de los fascistas?». Y sí, seguimos hablando de eso. En Italia el nuevo movimiento fascista ha colocado carteles en los que se ve a un negro que alarga las manos hacia una mujer blanca. Ese cartel es el mismo que el de la República de Saló, exactamente ése. Hay un regreso aterrador del fascismo. Y la cosa curiosa, banal, es que no venga una nueva forma de fascismo, lo cual podría hacerlo interesante incluso para poder combatirlo, sino que es la vuelta de todo lo viejo, lo de siempre: el odio contra los hebreos, el racismo sórdido... Por eso hay que enseñárselo a los niños en el colegio, que lo aprendan desde la escuela. Y no hacerlo con retórica sino por el simple hecho de que tienen que saber de dónde vienen porque si conocen cómo ha sido su pasado afrontarán con más fuerza su futuro. Es por su propia humanidad por lo que la escuela tiene el deber de enseñarlo.
–También el nacionalismo repunta en estos momentos Europa. En España tenemos el caso candente de Cataluña...
–Me preocupa bastante ese tema. Y me preocupa que a mi edad no tendré ya tiempo de ver cómo acaba esto. Me gustaría estar presente en la rebelión contra esta desviación de una Europa que desde hace setenta años no padece guerras porque está unida y, sin embargo, tiende a romperse para quizá retornar a las batallas del Medievo, del «Orlando Furioso». Soy ya un hombre demasiado viejo como para poder ver que se resuelva bien este conflicto. Espero que la ola positiva llegue cuanto antes, aunque no soy demasiado optimista al respecto.
–¿Se han perdido los valores de esa Europa fundacional? ¿Cómo se «educa» de nuevo a la ciudadanía?
–No hay que imponerlo. Pero si uno va a ver películas del pasado entiende cómo era una cierta realidad. El peligro es que quienes enseñen la historia verdadera sean unos pedantes. No es eso. Tiene que ser una cosa que implique a las nuevas generaciones, como en las fábulas, donde hay un bueno y un malo. Los jóvenes tienen que entender qué y quién ha sido el malo y quién y qué el bueno, y qué es cada una de esas categorías.
–Durante muchos años, desde sus inicios, ustedes representaban un cierto tipo de postura marxista en el cine.
–Mi padre era el único antifascistas del pueblo, fue perseguido y luego creó el comité de liberación. Nosotros crecimos como antifascistas. Pero mi padre era un republicano mazziniano y nosotros, que hemos sido unos burgueses, polemizábamos con él. Así descubrimos el comunismo, que fue un hecho extraordinario en la historia del mundo aunque ahora se avergüencen de decir que Marx era un genio por culpa de las deformaciones monstruosas del comunismo. Lo cierto es que Marx tuvo intuiciones históricas fundamentales, aunque algunas fueran equivocadas y no son utilizables hoy. Después el comunismo devino en el horror. El clima de la época nos hizo descubrir el comunismo, y no sabíamos que Stalin era lo que era, y cuando lo supimos supuso una enorme herida para nuestras ideas. Tras los hechos de Hungría nos salimos del Partido Comunista. Es cierto que eso ha formado parte de nuestra vida.
–Ergo, ¿ya no?
–No somos más marxistas, desde hace tiempo, como tantos otros. Marx mismo diría: «Para qué seguís siendo marxistas. Yo he enseñado que la dialéctica lleva a una cosa, quedaos con eso». Marx sería el primero en llamar imbéciles a los marxistas hoy. Sus principios han sido fundamentales pero han devenido en otra cosa.
–Usted, que ha conocido a los grandes del neorrealismo y ha hecho de correa de transmisión junto a su generación (Bertolucci, Olmi, Scola, Ferreri...) para las siguientes hornadas, ¿se siente como un «partigiano», de resistente, de un cierto tipo de cine europeo en una época en la que Europa no tiene el peso que tenía en los tiempos de Rosellini, De Sica...?
–Eso va por oleadas. Hubo una época en que el cine ruso de Eisenstein influyó a todos, luego vino el italiano, después llegó el francés... Y ahora está el americano, que ha sido muy importante y aún lo es. Lo que faltan hoy en día son escuelas, que hace tiempo que no se gestan: la Nouvelle Vague, el neorrealismo... Las escuelas son muy revolucionarias pero una vez que han trasmitido esa aspiración de cambio quedan fuera del tiempo si se siguen los mismos eslóganes. Yo al cine italiano de hoy lo veo muy vivaz y me gustan mucho las series, que son un aspecto nuevo de hacer cine que me resulta tremendamente interesante.
–De ustedes, de sus películas, siempre destacan el uso de la música. ¿De dónde viene ese gusto?
–Para mí y para Vittorio dos músicas han sido fundamentales en la vida: la «Quinta» de Beethoven es la primera; la segunda cuando la primera vez que tuve entre las manos una cámara para rodar un documental, que en aquella época sonaban mucho, escuché el «cra cra cra» de estar filmando. Era el sonido de trasladar nuestras ideas, y ese sonido para mí y para Vittorio nos pareció más grande incluso que la «Quinta» de Beethoven.