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«Papá os escribe desde el país enemigo»

Soldados alemanes en un receso de la cruenta batalla de Stalingrado
Soldados alemanes en un receso de la cruenta batalla de Stalingradolarazon

Un volumen reúne las cartas que los soldados nazis enviaban a sus familiares desde los distintos frentes entre 1939 a 1945.

«Una caligrafía fina, de letras apretadas, dispuestas sobre un papel grueso que el tiempo ha ido desgastando. Un mechón de cabellos pegados con un sello en el que se distingue la imagen del Führer. Una cinta azul diluida en una mancha parda de café o de humedad. Una postal amarillenta con un esbozo de lápiz de un castillo del Loira. Unos ojos jóvenes bajo una gorra reluciente. Siluetas militares en blanco y negro que apenas se distinguen de los árboles en un paisaje nevado...». Con esta introducción comienza la historiadora Marie Moutier su volumen «Cartas de la Wehrmacht» (Ed. Crítica), una selección del epistolario de los soldados alemanes entre las que se guardan en el Deutsche Dienststelle de Berlín, que tiene el valor de ofrecer un testimonio directo de quienes lucharon en los frentes europeos durante los casi seis años que duró la II Guerra Mundial. Testimonios que comienzan en septiembre de 1939 en Polonia, tranquilos y confiados; que relatan en 1940 y 1941 lo que fue un paseo triunfal por Francia, Checoslovaquia, Noruega o Grecia; que en 1942 y 1943 reflejan todo el horror de los combates en Stalingrado o en los desiertos del norte de África; y acaban en 1944 y 1945, con la amargura de la derrota.

Cada uno de los legajos tiene un nombre diferente: Otto, Werner, Hans... Contienen cartas originales de distintos tamaños y algunas fotos posando con el uniforme caqui. Son donaciones de las familias. Paquetes atados con un cordel que han sido encontrados en algún armario o arcón lleno de polvo de la abuela fallecida. ¿Cuántos desaparecieron por los bombardeos y cuántos quedan aún perdidos en algún sótano o granero? El Museo de la Comunicación de Berlín ha llevado a cabo un trabajo titánico: reunir más de 16.000 cartas de los soldados alemanes de la Wehrmacht que participaron en la II Guerra Mundial. Estas cartas van acompañadas de información sobre la personalidad y vida de quienes las escriben. No tratan de ofrecer noticias sobre la guerra, sino de intentar comprender a quienes la hicieron, seres humanos que se encontraron embarcados en una empresa de muerte contra otros seres humanos.

El mal de la banalidad

Como dice Timothy Snyder en el prólogo: «Su publicación constituye un importante paso para comprender la guerra... Si Hannah Arendt hablaba de la banalidad del mal, en estas cartas lo que aparece es el mal de la banalidad. Los soldados alemanes eran plenamente conscientes de los horrores que estaban presenciando o cometiendo, pero, a sus ojos, tales crímenes no eran más que uno de los componentes de su vida cotidiana y no el más importante. Lo que comían, dónde dormían, qué pensaban de sus compañeros o la lejanía familiar le preocupaba mucho más». Lo que evidencia «una diferencia de percepción fundamental entre el criminal y la víctima: para el criminal, el crimen es un componente de la historia, y no su tema principal. Para la víctima, el crimen es la historia misma. Estas cartas nos recuerdan, a través de la intimidad que se cuela en ellas, de sus detalles, que los soldados alemanes también eran seres humanos. Su capacidad para hacer el mal y explicárselo a los demás es profundamente humana. Aquellos soldados que precipitaron una guerra extremadamente genocida y cruenta no eran más que hombres que alternaban el furor ideológico y racista con sus preocupaciones domésticas».

Por su contenido, estas cartas son un fondo excepcional para contemplar la II Guerra Mundial desde los ojos de los soldados. «Y esta visión de la contienda no es neutra –señala la autora–. Está cargada de toda la educación, la personalidad y la historia de sus autores. Comprobar que los combatientes de Hitler eran humanos provoca desazón: si los miramos como hombres, la catástrofe nos parecerá aún más horrible. Aquel apocalipsis fue una cuestión de seres humanos. Y deshumanizarlos sería un error ¿Cómo comprender la contienda si partimos de la hipótesis de que soldados y verdugos no eran más que peones al servicio de una ideología? Eran padres de familia, banqueros, estudiantes, obreros, pastores, artistas, profesores, funcionarios de correos... a los que se les ordenó ir a la guerra. Hombres grises que un día se encontraron en el corazón del genocidio». La selección realizada por Moutier trata de exponer la mayor variedad de estados de ánimo de los combatientes: fanatismo ideológico, desánimo, esperanza, espíritu combativo, compromiso, derrotismo... «Con estas reflexiones finaliza la idea de una Wehrmacht limpia y sin mácula –se pensaba que habían sido las SS quienes había cometido los crímenes–. Hay cartas que abordan la cuestión de las masacres de judíos o de prisioneros de guerra soviéticos y otras que dejan entrever un profundo antisemitismo. Devolverles su humanidad no significa necesariamente hacerlos simpáticos. Todo lo contrario: permite subrayar todo aquello de lo que es capaz una persona».

Por otra parte –continú a la historiadora–, «el libro no pretende acusar particularmente o dar pruebas de delitos concretos, sino sumergir al lector en la cruda realidad de la guerra que libraron estos soldados, en la que el horror más abominable se mezcla con detalles que, lejos de parecer insignificantes, constituyen una clave para entender cómo era percibida por los combatientes. Sus misivas demuestran hasta qué punto entendían el enfrentamiento como una guerra de civilizaciones. Los soldados sentían que, como garantes de la cultura y la omnipotencia germanas, su misión era defender a Europa de la barbarie del judeobolchevismo y de la decadencia de países como Francia. Imbuidos de esa misión reforzaron la idea de que la suya era una lucha justa».