Pascal Quignard :"Busco la intensidad y la violencia de las emociones"
El escritor recibe el Premio Formentor y asegura que "La IA no va a cambiar nada, hay más peligro en las guerras"
´Canfranc Creada:
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Si viajamos por las novelas, ensayos y tratados de Pascal Quignard, uno de los grandes escritores franceses de nuestro tiempo, descubriremos que éste no es un escritor convencional, si nos adentramos en su lectura veremos que su inmensa obra barroca está atravesada por la música y el silencio, el nacimiento y la muerte, el ascetismo y el erotismo, el arte y la filosofía, Grecia y Roma. Narrador, novelista, ensayista, crítico, musicólogo, pianista, violonchelista, es autor de más de setenta obras, entre las que destacan “El salón de Wurtemberg” (1986); “Todas las mañanas del mundo” (1991), adaptada al cine por Alain Courneau, o “Las sombras errantes (2002), premio Goncourt.
También ha escrito numerosos ensayos en los que mezcla ficción y reflexión, erudición y traducción, como “Pequeños tratados”, y los volúmenes de “Último reino”. En 2019 fue distinguido con el premio Marguerite Yourcenar por el conjunto de su obra. Quignard escribe de forma completamente libre, cada novela suya es un pequeño tratado y su escritura, llena de musicalidad, se sitúa entre el fragmento, la poesía, el ensayo, el cuento y el aforismo. La heterogeneidad de su literatura singular lo han convertido en un autor iconoclasta, cuya profundidad hunde sus raíces en un mismo acto, el de leer y el reverso de la escritura. Ayer, Pascal Quignard recibía en Canfranc (Huesca) el Premio Formentor 2023 que le había sido adjudicado en abril por un jurado que lo reconocía como “autor de culto”, por “la maestría con que ha rescatado la genealogía del pensamiento literario, por la destreza con que se sustrae a la banalidad textual y por haber resuelto las dimensiones más inesperadas de la escritura”.
Nacido en Verneuil-sur-Avre en 1948 en una familia de músicos y especialistas en literaturas clásicas, Quignard, que considera que "no creo que la IA venga a cambiar nada, hay más peligro en las guerras", define su educación como “gramatical, severa, clásica y católica”. Tras estudiar filosofía, optó por dedicarse a la música y convertirse en escritor. Trabajó en la editorial Gallimard, pero en 1994 decidió abandonarlo todo, incluido el Festival de Ópera y Teatro Barroco de Versalles que había fundado, para consagrarse plenamente a escribir, preservando su vida con una intimidad acorazada, lejos del ruido y del bullicio literario de París y una vida casi monástica. “Cuando amanece cada día ya llevo varias horas trabajando. Me gusta la hermosura del alba, pero también el atardecer, soy como los gatos, a las diez de la noche estoy durmiendo, pero a partir de las diez de la mañana, mi jornada termina y en ese momento ya solo es lectura, amigos, música y soledad, una vida fantástica”, reconoce.
En ella, Quignard da mucha importancia al binomio lectura y silencio. “Aprendí a leer de forma precoz, para mí era la posibilidad de separarme de mi familia, una especie de escondite y sigue siéndolo. No siempre hay que hablar en público, a veces es muy difícil y complicado –asegura-, es mucho mejor escribir en soledad. De niño –continúa-, yo tenía un carácter oculto, ensimismado, muy pasivo y la lectura y la contemplación también lo son y eso es maravilloso, nos permite sentirnos invadidos sin que haya ninguna acción por nuestra parte, todo puede ocurrir, no sabemos qué va a suceder en el libro que leemos, la lectura es una experiencia profunda, menos voluntaria que la escritura y soy lector antes que escritor”.
La literatura de Quignard está atravesada por la música. El jurado decía en el acta que: “Las claves musicales, presentes en su obra, permiten leer sus libros como una partitura abierta a ser interpretada”. “Es indudable que la música influye en mi obra, -reconoce- al fin y al cabo vengo de una familia de organistas durante tres siglos y desde pequeño podía estar en misa cerca del órgano, diría que era la música la que hacía la ceremonia y provocaba en mí una mezcla de emociones fuertes que han permanecido”. Y han conformado un estilo que él considera barroco porque “busco la intensidad de las emociones, incluso más que la belleza –afirma-, es su violencia lo que persigo, pero también soy barroco porque no acepto los géneros preexistentes y esto es algo muy propio de él, no ser regulares con respecto a las normas y a las reglas, porque yo no soy ni poeta, ni filósofo, ni un psicoanalista, ni un novelista fácil, pero todo me interesa. Además –prosigue- esa intensidad no decrece con la edad, sino que aumenta con la experiencia, se incrementa con ella y con la lectura porque amplifica el mundo que hemos vivido”.
Sin embargo, aunque se define así, declara que no comprende “El Quijote”. “Hay una meta del arte que no entiendo y es lo irónico y caricaturesco. Admiro a Chrétien de Troyes, el mayor escritor francés, y Cervantes se burló mucho de él, tampoco me gusta Flaubert, que critica a sus personajes, ni entiendo la profanación, ni a escritores cuya norma es profanar a Dios. No me gusta la burla, soy un escritor grave, serio”, concluye.