Sección patrocinada por sección patrocinada

cultura

Pastora Soler: «Hay días en que vuelven los fantasmas del pasado»

La popular cantante sevillana, que está inmersa en la gira «Rosas y espinas», charla en esta entrevista de los momentos clave de su carrera

Noticias de última hora en La Razón
Última hora La RazónLa RazónLa Razón

El año pasado se cumplieron tres décadas del lanzamiento de su primer disco, «Nuestras coplas», y para celebrarlo, Pastora Soler (Coria del Río, Sevilla, 1978) emprendió la gira «Rosas y espinas», que tiene confirmadas fechas hasta septiembre de este año. En su carrera ha habido más rosas que espinas, pero estas le han pesado, y dolido, mucho: «Las espinas han sido menos, pero es verdad que marcan y, además, son necesarias –afirma–. Son los pequeños tropiezos los que te hacen aprender. Desde que empecé en la música, siendo muy niña, ha habido distintas espinitas y siempre han surgido por desencuentros con la industria, con las discográficas, con esas idas y venidas. Mi primera espina fue con 16 años, recién comenzada mi carrera, cuando me dieron la carta de libertad en una multinacional. Pero cuando llegó mi primer éxito lo saboreé más por haber vivido ese primer desengaño y así pude recoger la primera rosa del camino. Y la espina más grande –prosigue–, la más dolorosa, es la que compartí con todo mi público en 2014, cuando me retiré. Pero también ha sido el mayor aprendizaje de mi vida y de mi carrera». Aquel parón musical fue por causa del «miedo escénico». ¿Cuál fue el origen de aquello y cómo logró vencerlo? «Después de todas las charlas y las ayudas terapéuticas y psicológicas –explica–, creo que el origen de todo fue el empezar muy joven, tener muchas exigencias y entrar en un mundo que aún no me pertenecía. Siempre he sido muy infantil, aunque he estado en un mundo de adultos, y era muy frágil ante muchas cosas. Y ahí empiezas a desarrollar una serie de inseguridades que en algún momento salen a la luz. En el momento en el que yo creía que más tenía que demostrar, después de Eurovisión, porque la gente me había puesto en valor, fue cuando mis fuerzas flaquearon y tuve una serie de experiencias en el escenario que nunca había tenido y que me hicieron crear una serie de inseguridades. Analizándolo, esas inseguridades las fui desarrollando a lo largo de toda mi vida, pero las tapaba. Y mi manera de combatir eso fue dejarlo todo, fue una liberación. Me di mi tiempo, sin ningún tipo de expectativas de volver, de una manera muy gradual, poco a poco. Me quedé embarazada, fui madre y todo vino de una manera muy natural. Y dejé que creciera de nuevo la vocación pura que tenía desde niña. Todo ha sido, por supuesto, con ayuda terapéutica y psicológica y escuchándome a mí misma. Pero aunque sea de forma esporádica –continúa– hay días en que vuelven los fantasmas del pasado. Cuando estás de gira, cansada, te acuerdas de aquello. Siempre he hablado abiertamente de esto porque no quiero olvidarlo. Y hay veces en que suenan las alarmas, pero rápidamente lo identifico, pido ayuda y paro un tiempo. Tener esa ayuda [terapéutica] esporádica es esencial».

¿Sintió alguna vez que la infancia le fue hurtada? «Algo tuvo que ver –concede–. Es verdad que yo agradezco mucho a mis padres lo protectores que han sido y que me sacaran de esos ambientes que no me pertenecían, pero puede ser que en los años más difíciles, los 15, 16, 17, y más para una mujer, aunque mis padres me protegían empecé a adquirir muchas responsabilidades y presiones e incluso autoexigencia, no por nadie sino por mí misma, y eso pasa factura. ¿Me convertí en el motor económico de mi familia? Para nada, eso sí que no. Mi padre tenía un buen trabajo y cuando era joven todo lo que ganaba lo invertía en mi carrera. Nunca he tenido esa presión de ser el sustento de mi familia. Y ahora que soy madre me doy cuenta de que mis padres supieron gestionar muy bien el que yo hiciera mi sueño realidad y me protegieron mucho».

La broma de Sabina

Cuando Sabina tuvo un ataque de miedo escénico durante un concierto en Madrid, bromeó: «Me ha dado un Pastora Soler». Mónica Naranjo cargó en redes contra él, al igual que algunos periodistas musicales. No le entendieron porque, obviamente, se trató de una broma. ¿A ella le molestó? «Fue una broma, totalmente, y no me molestó para nada. Es verdad que se armó un revuelo mediático bien grande justo cuando yo estaba saliendo de mi duelo personal. A los tres o cuatro días Joaquín me llamó y me explicó que había sido porque empatizaba mucho con lo que me había pasado, porque él suele pasarlo muy mal en los momentos previos a salir al escenario, y no se le ocurrió una manera más explícita que citar lo mío, que estaba muy reciente. El hecho de que me llamara y me explicara la empatía que tenía con todo lo que me había ocurrido, me pareció un gran detalle».

Pastora se ha movido con solvencia entre la copla, el pop y la canción melódica, entre la raíz y las canciones para el consumo masivo. Aparte de su sobresaliente calidad vocal, lo que destaca de ella es su intensidad, que suele llevarse a todo lo que interpreta. ¿Si la copla tuviera la misma pegada comercial que el pop nunca se habría movido de ahí? «No, no, para nada. Siempre he tenido la inquietud de abrirme –aclara–. La copla es un género muy rico, tanto musicalmente como en sus letras, y como intérprete que soy, interpretar copla es un gustazo. Pero del mismo modo que a los ocho años descubrí la copla, a los 16 descubrí a Whitney Houston y sentí esa misma sensación que había sentido de niña. Y empecé a investigar en su repertorio y de ahí fui a Aretha Franklin, Barbra Streisand, Céline Dion. Y descubrí en mí un registro nuevo. También me pasó con el repertorio de Alejandro Sanz y Luis Miguel. Siempre he querido coger todo eso, meterlo en una coctelera y ser yo, que es lo más complicado cuando empiezas a beber de estilos tan diferentes. Pero esa ha sido siempre mi inquietud artística y no la de buscar lo comercial».

Vivimos un momento social de mucha crispación y los políticos, en vez de contribuir a rebajar la tensión, la aumentan. Hay una gran desafección con la clase política, que se vio acrecentada por la pésima gestión de la dana. ¿Qué sentimientos le despierta a Pastora Soler todo esto? «El sentimiento que me crea es el de que cada vez soy más apolítica –afirma–. Creo menos en los colores, en las ideas, en el centro, en la derecha, en la izquierda. Ojalá pase todo esto y podamos creer otra vez en las personas comprometidas de verdad, que no están ahí para colgarse medallas sino por compromiso verdadero con lo que hacen. Quiero creer en la humanidad y en las personas. Hay una generación que hemos podido votar a la izquierda, a la derecha y al centro porque vamos buscando equipos de personas comprometidas, pero creo que en este momento es realmente difícil. Necesito creer en las personas, me da igual del color que sean. Pero es algo que está contaminado», sentencia.

Beberse la luna entera

Por Javier Menéndez Flores

Mirabas a la luna y querías bebértela. Te puedo asegurar que no cabe en cualquier boca una sed como esa. Eras aquella muchacha de ojos limpios que amaba sin cruzar los dedos, pero que siempre rompía las relaciones con un «lo siento» porque la canción no tenía rival y ser artista es vivir todo el rato con una maleta a cuestas. Y hasta podrías jurar, y cuánto lo sientes, que te lloraron casi tanto como te quisieron.

Pero la historia arrancó mucho antes, en esa academia de la Alameda de Hércules en donde doña Adelita te enseñó a mirar sin que se te movieran las pestañas y a pisar el escenario como si en vez de zapatos calzases estacas. Porque cantar es una cosa –y ese tesoro nació contigo– y llenar de personalidad un recinto es otra. Y Lauren, en la distancia remota, se te aparece como ese hombre tranquilo que tuvo dos manos izquierdas para la infancia. Si todos los maestros fueran como ellos el mundo tendría más pétalos que espinas.

Vinieron después los años de mucho fuego en el ánimo y de entrega total a la causa de hacerse artista sin fisuras. De aprender de los clásicos más diversos y buscarte a ti misma en todas las canciones que amabas. Hasta que en un arranque de valor le pediste a la Virgen de la Estrella que te lo diera todo ya y obró el milagro, y hasta los turcos se enteraron de qué iba aquella vaina. Tu «Corazón congelado» fue una alegría aún mayor y en Salamanca el mundo se detuvo cuatro días con sus noches. Qué bien sabía todo aquel trajín, Pastora, y qué dulces los aplausos que seguían resonando en tu cabeza cuando ya en la cama el sueño tardaba en llegar porque la emoción era demasiada.

Pero una noche, en el escenario, mil alfileres se clavaron en tu carne tan blanca y saliste de allí con un sombrero de plomo y unos zapatos de hielo. Te hablo de cuando se apagaron todas las luces y se encendieron todas las alarmas y la existencia se volvió una carrera frenética por el borde de un precipicio. Fue más que un túnel: algo muy parecido a instalarse en lo más profundo de una mina y no encontrar el modo de ascender de nuevo a la vida.

Pero otro día, también de repente, viste una flor en medio de las dunas y el cielo lucía otra vez azulísimo. Igual que en aquellas mañanas que sólo tiene Coria y en las que te reías sin parar e imitabas la voz cantarina de mamá y los lamentos de amor herido que te regalaba la radio. Pero desde el susto tienes siempre un vigía bien despierto en la alta torre de tus sentidos, pues has aprendido que el demonio acecha detrás de los objetos más insignificantes y que el olor de la dicha ajena lo despierta en el acto.

Juanita Reina, Camarón, Paco de Lucía, Whitney Houston, Barbra Streisand, Alejandro Sanz, Céline Dion. Casi nada. Te estoy hablando de una ruta que conoces tan bien como la que te lleva cada día del colegio de las niñas a casa. No es trabajo, no tienes que fichar, no hay rutina o no debería haberla. La música, cantar, es elevarse y es romperse y es sanarse, todo eso junto y bien revuelto.

En El Bajo, en la margen derecha del Guadalquivir, donde Coria y La Puebla se abrazan, la sed es una presencia constante y no hay una sola boca seca que no encuentre alivio. Pero tú ya te bebiste la luna entera y tu mayor deseo es que no vuelvan jamás las noches en vela ni los sudores fríos a deshoras ni los escenarios que te miran como una manada de lobos hambrientos. Los capotes de grana y oro están muy bien para ser cantados, Pastora, pero la vida, vivir, nadie mejor que tú lo sabe, es otra historia.