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Sant Jordi

Pedro Almodóvar. El deseo de leer

El autor de títulos como «Volver» o «La ley del deseo» habla, con motivo del día de Sant Jordi, de su relación con el mundo del libro, las lecturas que le han marcado y la relación entre cine y literatura

Pedro Almodóvar con uno de sus libros en su despacho de su productora El Deseo
Pedro Almodóvar con uno de sus libros en su despacho de su productora El DeseoAlberto R. Roldán

En el despacho de Pedro Almodóvar, en las oficinas de su productora El Deseo, en Madrid, se amontonan los premios, desde Goyas, Globos de Oro a Baftas y Feroz, fotografías que explican una parte de la historia del cine y de su cine, pero también libros que visualizan el particular universo del tan galardonado realizador que acaba de publicar «El último sueño», donde reúne sus relatos e impresiones.

Me gustaría empezar esta conversación preguntando por el nacimiento del Pedro Almodóvar lector.

Realmente, mi primera lectura fue como a los cinco años, recién cumplidos, con una enciclopedia. Las madres nos soltaban a los cuatro o cinco años, cuando éramos párvulos, dejándonos en casa de un señor que nos hacía de maestro, aunque no estaba titulado. Él nos tenía allí a todos y trataba de enseñarnos a leer, a escribir y las cuatro reglas. Yo aprendí bastante rápido y, como herramienta, tenía un libro muy gordo que era una enciclopedia. Me la leí de cabo a rabo. Todos los temas me parecían maravillosos, incluso aquellos que no entendía, como los de matemáticas. Realmente, de ahí viene mi primera lectura. Cuando empiezo a leer novelas también es por azar. Mis hermanas, cuando yo tenía ocho años, pedían cosas para la casa por correo a Galerías Preciados. En esos catálogos vi que también había libros y pedía, por azar, algunos que me atraían por el título. De ese modo, por ejemplo, leí el primer libro que verdaderamente me impactó, que fue «El lobo estepario» de Herman Hesse, una obra que es muy de descubrimiento de la lectura para mucha gente. También recuerdo algún libro de aventuras, como «Sinué el Egipcio». Llegué, incluso, a pedir porque me gustaba el título –y puede sonar extravagante porque no es una lectura para niños–: «Bonjour, tristesse», de Françoise Sagan, que en ese momento estaba muy de moda en Francia. Habla, tanto el libro como la película de Otto Preminger, de la alta burguesía que veranea en la Riviera Francesa, todo ello con un aliento existencialista, pero también con glamur. Me hace gracia que a esa edad estuviera identificado con un libro que no me correspondía ni por edad ni por cultura ni geográficamente hablando. Después, ya adolescente, la película de Preminger con Jean Seberg me gustó mucho. Tampoco puedo olvidar una colección de la que yo me abastecía de lecturas casuales que se llamaba Reno, todo esto a finales de los cincuenta, además de las lecturas obligatorias en la escuela.

¿Forma parte también la literatura de su formación en el cine?

La literatura ha estado siempre muy vinculada al cine y ha complementado mi formación. Mi auténtica formación viene de los patios de La Mancha, cuando mi madre me dejaba con las vecinas a las que yo oía hablar. Todo mi universo en «Volver» sale del niño que yo era y de lo que las escuchaba hablar de casos de incesto, cantando mientras hacían bolillos... Yo no era consciente, pero aquella fue mi auténtica formación en un universo femenino y manchego. A la vez, a partir de los diez años, empiezo a ver películas, la mayoría adaptaciones de Tennessee Williams, como «La gata sobre el tejado de zinc», «Piel de serpiente», «La noche de la iguana»... Comienzo a leer a Williams después de ver estas películas con un trasfondo profundamente americanos que hablan del sur de ese país. Sin embargo, yo encontraba que hablaban mucho del ambiente en el que yo vivía. De pronto, identificaba ese sur con La Mancha y Extremadura, sobre todo, en términos de hipocresía, de represión en todo lo que tuviera que ver con los cinco sentidos.

¿Y también Jean Cocteau?

Sí, «La voz humana», pero eso fue un poquitín más tarde, cuando también veía películas de capa y espada, algunas de ellas protagonizadas por Jean Marais, que me gustaban mucho. Yo no sabía que Cocteau y Marais estaban juntos, pero de alguna manera Marais me lleva a Cocteau. Con 18 años, ya en Madrid, descubro por primera vez en la Filmoteca «La voz humana» en una película que hizo Rosellini con Anna Magnani. Me marcó mucho: desde ese momento, Magnani se convirtió para mí, no solo en la imagen de maternidad, sino de la mujer poderosa. Cocteau es un tipo especial, al que hay mucha gente en Francia que no le respeta como escritor. Cuando leí «Los hijos terribles» y vi sus películas en la Filmoteca, como «Orfeo», me interesó mucho esa mezcla con el surrealismo. Recuerdo también sus diarios de desintoxicación, «Opio». Me sentí muy cerca de él y me gustaba la sofistificación de su obra. También me interesaba su cine, con esos decorados con brazos que sostienen lámparas, algo muy cercano al surrealismo. Es evidente que de un modo casual me encuentro con estos artistas: Williams, Cocteau, Genet...

Hablemos de Jean Genet.

El primer año que estuve en Madrid vi a Genet. Había una versión de «Las criadas», del director argentino, y talentísimo, Víctor García con Nuria Espert y Julieta Serrano de Víctor García. Fue una especie de shock. Tenía 18 años y me lancé, como hacía cuando me gustaba algo, a comprar las obras del autor. Me pasó algo que ya me había ocurrido con Williams. Con TW sentía la represión en todas sus obras y yo también esa represión en mi vida. Con Genet me llega un mundo al que no voy acceder porque no lo comparto: ni me gustan los ladrones ni voy a compartir celda con un asesino, afortunadamente. Pero agradezco que alguien como Genet me escribiera con tanto talento sobre ese universo al que solo accedería a través de la literatura. Recuerdo que tuve un sentimiento como si alguien me estuviera corrompiendo, sintiendo algo de perversión en mí.

Hay un autor que aparece citado en «Todo sobre mi madre» y «Madres paralelas». Me refiero a Federico García Lorca.

Sí, Sí, Lorca aparece en «Todo sobre mi madre» y utilizo una parte de «Doña Rosita la soltera» en «Madres paralelas». Lorca es alguien muy cercano, como Buñuel o Picasso, que son una especie de faros, todo aquel que escribe o hace cine tenemos presentes, porque pertenecemos a la misma familia, es decir, a la misma cultura. Lorca me ha regalado muchísimas horas de placer como lector. Como espectador, menos. Recuerdo también de Víctor García una versión con una famosa lona. Era «Yerma», con Nuria Espert y José Luis Pellicena. No se ha vuelto a hacer nada igual en teatro. Estuve a punto de debutar en las tablas con una pequeña pieza de Lorca, uno de esos textos que escribía y que luego se han convertido en teatro por voluntad del director. Lluís Pasqual, hace muchos años, montó «5 Lorcas 5». A mi me tocó «El paseo de Buster Keaton». Había que inventarse algo para sostenerlo en el escenario y empecé, por la naturaleza del texto, con aliento surrealista, dándole un esquema como de una cueva de Granada. Escribí para completar el texto, pero los herederos dijeron que no se tocara ni un punto ni una coma. Yo les dije que en este texto tan hermoso, si no le añadía algo formal para que se mantuviera, no podía hacerlo. Así que no debuté en teatro.

¿No le tienta hacer teatro?

Teatro, no, pero, ya que pasaron en 2017 los derechos a dominio público, tenía la idea de hacer, aunque no sé si haré, una versión en forma de película de terror doméstico de «La casa de Bernarda Alba» en un universo cerrado con un monstruo que amenaza que es Bernarda. Me gusta plantear, pero no por enmendar la plana a Lorca, sino para llevarlo a otro género. Aunque es muy difícil con tu propia prosa meterte con la de Lorca. Soy muy infiel. Aquí cambiaría cosas, abriría la casa, veríamos más hombres, también a Pepe el Romano, y convertiría la abuela en un ser no tan loco. Es algo que tengo ahí y que de vez en cuando miro.

En sus películas pueden verse los títulos de los libros. ¿Es intencionado?

Para mi es muy importante cuando decido el personaje, sus paredes, los trajes y suelos, y los libros son un elemento que caracteriza al personaje. Antes, cuando lo encargaba a decoración, me traían libros por metros, sin ton ni son, libros que no leería el personaje. Ahora trato que los libros estén y soy yo el que los lleva. Por ejemplo, en «Hable con ella», Leonor Watling tiene cuando está en coma el mismo libro que mientras tuvo el accidente. Era «La noche del cazador», de Davis Grubb. Probablemente, es algo en lo que no se fija ningún espectador, pero me sirve la idea de que esta joven esté dentro de una novela de terror infantil, incluso se veía la marca donde lo había dejado. En el caso de Antonio Banderas en «Dolor y gloria», como su personaje tenía bastante que ver conmigo, aunque no tanto como parece, le puse el libro que estaba leyendo en ese momento: «Nada crece bajo la luz de la luna», de Torborg Nedreaas. Es una autora que me gustaba mucho. Nunca hago un primer plano de los libros, pero en este caso sí. En el atril se veía «Ana no» de Agustín Gómez Arcos, un homenaje, porque a él lo conocí en los setenta.

¿Qué espera del día de Sant Jordi?

Espero una gran fiesta y para mí es un misterio porque nunca he estado. Espero disfrutar del día. Voy a firmar en Barcelona, una ciudad de la que me enamoré y en la que espero volver a rodar.