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Pedro Capadevilla

Es el cantante del grupo, el de la voz de oro y el alma del grupo. Su espíritu de justiciero es protagonista de anécdotas memorables que se cuentan en la película. Era, citando a Estopa, «el de enmedio de Rumba Tres»
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Ya están presentados. El grupo eran Pepe Saldaña, y Juan y Pedro Capdevila. El cantante nos atiende.
–¿Como está?
–Alucinando de la forma en que mi sobrino ha hecho todo esto. Nos ha dado una inyección de moral. Creo que tengo 30 años y no los 68 que voy a hacer. Yo ya me puedo morir tranquilo, porque nunca llegué a pensar que esto podría hacerse.
–Pues aún no ha visto nada...
–No he visto la película y el muy cruel de mi sobrino, que ha involucrado a toda la familia, no nos cuenta nada. Ha impuesto una ley del silencio.
–¿Cómo es posible, con esa infancia tan dura, tener esa alegría de cantar?
–Aquello fue terrible. La Protección de Menores era algo como un campo de concentración para niños. Los metían allí de bebés y algunos pasaron 17 años en ese infierno. Hay mucho para contar. Crueldad y hambre. ¿Cómo se le puede hacer eso a los niños? Los adultos comían delante de nosotros y se regodeaban de tratarnos como a perros, esperando para comer las sobras. El olor de las chinches y la sangre aún los recuerdo. Venían una vez al año con sopletes a quemar las literas. A mí aquella experiencia me afectó muchísimo, porque sólo tenía ocho años y Juan, cinco. Aún me acuerdo que miraba pasar a través de la verja a los padres con sus hijos. Pero no podíamos quejarnos ni decir nada.
–¿A quién le quedan ganas de cantar después de eso?
–Era una manera sencilla de divertirse. Oíamos a Joselito y nos gustaba. Y conocimos a Pepe y cada vez se acercaba más gente a oírnos cantar. Eso nos hacía sentirnos válidos para algo. Nos daba importancia. Pero es que cantábamos muy bien, tenemos un disco de cuatro canciones con 13 años, y teníamos unas vocecitas increíbles.
–Su padre siempre les apoyó.
–Estaba inválido y puteado. Era republicano y para él nunca terminó la guerra. Vivió cosas terribles y le hacía ilusión que cantásemos. Íbamos a hospitales, a peñas, a los pisos a cantar... nos daban turrones y todo.
–¿Alguna vez les dijo la verdad de lo que pasaron?
–No fuimos capaces de decirle lo que vivimos hasta mucho tiempo después. Luego quiso ir a denunciarlo, pero los abogados le dijeron que no conseguiría nada.
–Un buen día, su carrera empieza a subir.
–Hacíamos una rumba de manera muy nuestra y sería por aquello de la inocencia y el sentimientalismo de los padres, pero la verdad es que tuvimos bastante éxito. Y nunca paramos. Empezaron los éxitos uno tras otro, la canción del verano y las galas. Sin poder parar.
–En la película dicen que tenía algo en la voz.
–Un médico nos dijo que podíamos haber cantado ópera y la verdad es que nos gustaba, aprendimos algo.
–¿No fue difícil de asimilar el éxito que tuvieron?
–No nos dábamos cuenta de la importancia que tenía el grupo. Nos escuchábamos en la radio y nos sorprendía, y al mismo tiempo era tan increíble que no lo creíamos. Pasamos de vivir en un infierno de niños a sentirnos queridos por todo el mundo. Yo he llegado a pensar que era cosa de un milagro.
–La gente pensará que ganaron mucho dinero.
–Lo suficiente para tener nuestro piso y para que la familia tuviera lo necesario para ganarse el futuro. Para que ellos supieran pescar en la vida. Todo lo que ganamos lo invertimos con sentido y poder tener una vejez digna.
–Siguen cantando.
–Sí, y no hacemos más por los viajes. Alguna vez pego una cagada porque se me olvidan las letras (risas).

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