Peterloo: una masacre contra la democracia
El 16 de agosto de 1819 una manifestación pacífica de 60.000 personas acabó convertida en uno de los episodios más sangrientos de la historia británica
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El 16 de agosto de 1819 una manifestación pacífica de 60.000 personas acabó convertida en uno de los episodios más sangrientos de la historia británica. El director Mike Leigh ha llevado a la pantalla lo que fue la tragedia de Peterloo.
La figura del director de cine «comprometido» tiene su significado exacto con Mike Leigh: es encomiable su compromiso con la historia conocida en su película «La masacre de Peterloo». No hay en la cinta un presentismo democrático ni socialista, ni moralina o un exceso de dramatismo que pretenda llevar al espectador a un callejón político sin salida. Se trata de una descripción fidedigna y honesta que ha contado con el asesoramiento de Jacqueline Riding, una reputada historiadora profesional que trabajó para la House of Commons durante quince años.
Ese compromiso de Leigh hace que la película tenga cierto aire de documental dramatizado, muy bien ambientado, de esos en los que no hay tramas paralelas, ni diálogos de relleno. Cada escena y cada intercambio de palabras trata de explicar una idea política y un sentimiento social. Este empeño en enseñar obliga a que no haya más protagonistas que los que verdaderamente tuvieron nombre en aquel episodio, aunque Mike Leigh tome a una familia trabajadora, cuyo hijo vuelve de Waterloo, como ejemplo de los que se congregaron en Manchester en 1819 para solicitar reformas.
La derrota de Francia en el campo de batalla no devolvió la tranquilidad a Europa, ni siquiera a Reino Unido. Durante las tres décadas siguientes fue visible el desajuste entre el régimen político –muy censitario, corrupto y clientelar– con el nuevo espíritu del siglo XIX. Las revoluciones norteamericana y francesa estimularon lo que se llamó el radicalismo inglés, que se asentaba sobre el gran debate que se produjo sobre la monarquía, el poder y la representación entre la revolución de 1648 y La Gloriosa de 1688, en la que se impuso el parlamentarismo.
El radicalismo, muy bien representado en la película de Mike Leigh, se fundaba en una crítica al régimen, y al tiempo reclamaba una reforma política basada en el sufragio universal masculino junto a un programa de cambios sociales y económicos. El trasfondo era el utilitarismo: lo más útil era organizar la sociedad para proporcionar la mayor felicidad al mayor número de personas. Era un canto a la igualdad civil, sin privilegios de casta, y a la libertad, no al crecimiento del Estado ni a ningún tipo de socialismo.
La prédica de estas ideas la hicieron Jeremy Bentham, James Mill, John Wilkes, William Godwin, Richard Price y sobre todo Thomas Paine, autor de «Rights of Man» (1791), y mucho más popular ya que era consciente de la importancia de la propaganda. Estos principios los hicieron suyos un pequeño grupo de burgueses que llevaron el programa a la Cámara de los Comunes, recibiendo el nombre de «partidarios de la reforma radical».
«Libertad o muerte»
Entre esos comunes estaba Henry Hunt (1773-1835), un gran orador, agitador de masas, y que aparece en la película de Leigh como un presuntuoso. Lo cierto, y aquí se ve la mano de la asesora Jacqueline Riding, es que fue descrito y retratado como un engreído, un retórico que no deseaba el contacto real con el pueblo al que se dirigía. A esto se unía una prensa muy activa, entre otros, el «Manchester Observer», periódico que era la voz de la Unión Patriótica de dicha ciudad, y quien organizó la manifestación del fatídico 16 de agosto de 1819. La situación política y social previa a esa fecha no está muy explicada en la película, a pesar de su relevancia. Desde 1816 las reuniones y manifestaciones pidiendo sufragio universal masculino, voto secreto y renovación anual de la Cámara de los Comunes fueron constantes y muy numerosas. Al año siguiente hubo una concentración en Londres que reunió a más de cien mil personas, con banderas en las que se leían lemas como «Libertad o muerte» (eslogan francés), coronadas algunas con el gorro frigio (republicano). Incluso un diputado radical presentó en la House of Commons una petición para la democratización del sufragio. El ambiente dio lugar a altercados que animaron la represión gubernamental, tal y como se ve en la cinta de Leigh.
A esto se sumó la carestía de la vida. La base de la alimentación era el pan, y en 1815 el gobierno aprobó la Corn Laws, que prohibían la importación de grano para proteger la producción nacional. Al no haber mercado subió el precio de los cereales, y, por tanto, el del pan. A los salarios bajos, con jornadas de más de diez horas de trabajo diarias, niños incluidos, el desempleo por la recesión que comenzó en 1817, se le unió las dificultades para la subsistencia. Eso dio más sentido al movimiento político que buscaba reformas sociales.
La figura del Príncipe de Gales, Jorge de Hannover (1762-1830), regente desde 1811 por la «locura del rey Jorge», su padre, está tratada en la película de Leigh solamente en su faceta de hombre extravagante y caprichoso, cruel y ridículo, olvidando su mecenazgo de Lord Byron o Jane Austen, aunque acierta en la imagen negativa que el pueblo y la clase política tenían de su persona por bígamo y lascivo. Otro tanto ocurre con Lord Liverpool (1770-1828), el Primer Ministro, presentado como un burócrata despótico y corrupto que respondió al malestar popular desde 1817 con la suspensión del «hábeas corpus».
En este ambiente se convocó una reunión política para el 16 de agosto de 1819, en Manchester, a la que llegaron familias de las comarcas cercanas. Se calcula que entre 60.000 y 80.000 personas, en actitud pacífica a pesar de los llamamientos a la violencia por parte de los más exaltados, asunto que está muy bien reflejado en la película de Leigh. Las mujeres desempeñan un papel tan importante como el de los hombres, y en la cinta se muestran algunas reuniones políticas protagonizadas por féminas que aventuraban el desarrollo del sufragismo.
La masacre es la escena final escogida por Mike Leigh, el desenlace a toda la trama política y social. El director inglés se empeña en mostrar una judicatura mesiánica y tarada, aliada de la iglesia anglicana, empeñada en detener por la fuerza la manifestación en St. Peter’s Fields. Los jueces ordenaron la intervención de la Caballería Voluntaria de Manchester, a la que se retrata en la cinta como un turba ebria y sádica. Esta milicia irrumpió en la plaza para arrestar a Henry Hunt y otros oradores, pero quedó atascada en el lugar, y acudió en su rescate la caballería regular. Unos y otros repartieron sablazos, con el resultado de once muertos y un número indeterminado de heridos.
A partir de ahí, el sangriento incidente se convirtió en un mito gracias a la prensa asistente a la reunión, que fusionó el nombre de St. Peter’s Field, la plaza, con Waterloo, dando lugar a la palabra «Peterloo». El acontecimiento fue determinante para el radicalismo y los liberales que no se detuvieron hasta que en 1832, con el Act of Reform, comenzó la democratización del régimen. Peterloo ha dado lugar en el Reino Unido a multitud de publicaciones, novelas e incluso obras teatrales. Ahora por fin llega a España este episodio tan decisivo para la historia de la democracia en Europa.
La terrible «noche de san daniel»
Las consecuencias de la masacre de Peterloo fueron muchas. Diez años después se creó la Policía con el objetivo de sustituir al Ejército como fuerza de orden público y tener un cuerpo preparado para controlar manifestaciones. Lord Liverpool dio en 1820 las «Seis Leyes» para limitar las actividades de los radicales, y un grupo de éstos intentó asesinarlo para iniciar una revolución. Fueron capturados y ejecutados o deportados. Además, en agosto de 1819, el conservador Courier adoptó la palabra «liberal» para el vocabulario inglés en un artículo sobre Peterloo para denominar a los que apoyaban las reformas, en contraposición a los conservadores o tories. Un episodio similar al de Peterloo fue en España la «Noche de San Daniel», el 10 de abril de 1865, donde hubo diez muertos y un centenar de heridos a raíz de la represión de una manifestación. Los estudiantes universitarios demócratas prepararon para ese día una pitada en Madrid. Corría el rumor de que se habían unido alborotadores. González Bravo, ministro de la Gobernación, envió a la Guardia Veterana, cuya carga fue sangrienta. La masacre fue discutida en Consejo de ministros donde Alcalá Galiano entabló una dura discusión con González Bravo, por la cual enfermó y murió repentinamente. Isabel II acabó cesando al Gobierno por el escándalo.