Un pez confirma por qué parpadeamos
Un estudio ha analizado el parpadeo de los saltarines del fango para comprender mejor la función del nuestro
Imagina que no pudieras parpadear. ¿Qué echarías en falta? Es más, si quieres, no tienes por qué imaginarlo. Siempre puedes probarlo forzándote a mantener los ojos abiertos. Posiblemente, lo primero que notes es que se te secan y, según qué estés haciendo, puede que se te empiecen a llenar de arenilla. Cuando llegue la hora de la siesta la luz te molestará y, por si fuera poco, probablemente te preocupe rodar mientras sueñas y rozarte la córnea contra la almohada. Y, bueno, por si no fuera suficiente con perder el ojo, que es lo que terminaría pasando en la naturaleza, tampoco podrías guiñar. Tu expresión facial y la capacidad para comunicarte a través de ella también se verían disminuidas. O, al menos, esto es lo que nos dice la intuición, pero los científicos han decidido pedirle una segunda opinión a un pez.
El saltarín del fango pertenece a la familia de los gobios, pero, a diferencia de otros géneros, Periophtalmus, es capaz de respirar aire y, por lo tanto, pasa buena parte de su día en tierra firme. Por supuesto, no es un pariente cercano de los primeros peces que abandonaron el mar para aventurarse a recorrer la superficie. Es un descendiente de los antepasados de aquellos peces, una adaptación diferente, pero que, en cierto modo, se ha encontrado con problemas idénticos y que ha resuelto con estrategias parecidas. En otras palabras: es una pequeña ventana al pasado que nos permite ver cómo fue la evolución de nuestros remotísimos antepasados directos que, por primera vez, salieron del mar.
En realidad, ya sabemos por qué parpadeamos. Por desgracia, existen personas con problemas para cerrar los párpados o, incluso, sin párpados. Estos suelen hacerse heridas en la córnea mientras duermen, cuando se rascan los ojos y, en realidad, en casi cualquier momento, porque el reflejo de cerrar los ojos ante una amenaza no funciona igual de bien. Por otro lado, también existen personas que apenas producen lágrimas y que, por lo tanto, acaban teniendo ojos secos, más propensos a dañarse por rozaduras con el mismo párpado. Y, los tejidos de un ojo poco húmedo tendrán más problemas para captar oxígeno y mantenerse sanos. Por otro lado, todos sabemos que no saber guiñar puede desencadenar situaciones… algo incómodas.
La verdadera pregunta no es, por lo tanto, “por qué parpadeamos”, sino “por qué se parpadea”. ¿En qué momento es necesario desarrollar esta función? ¿Todo aquel organismo que la posea la emplea más o menos para lo mismo? Y, claro, para estudiar algo así lo ideal es buscar más casos que el humano y compararnos con especies diferentes. Especies que, además, conviene que sean bastante diferentes a nosotros. Un chimpancé puede parpadear por lo mismo que nosotros porque nuestro antepasado común ya compartiera ese rasgo y que, simplemente, lo hayamos heredado. Así que, si buscamos una especie diferente que también parpadee, el saltador del fango es nuestro animal. Un pez cuyo antepasado común con nosotros era otro pez que todavía no parpadeaba, porque vivía en el agua. Esto significa que nuestro parpadeo y el del saltarín del fango han evolucionado de forma completamente independiente.
Y, de hecho, el salta fangos es tan diferente que ni siquiera tiene párpados, aunque sea capaz de parpadear. Él cubre sus ojos de otro modo, en lugar de bajar un párpado ante ellos, los hunde en sus cuencas oculares y entonces sí, los tapa con una membrana llamada “copa dérmica”. Es más, por no tener, ni siquiera tiene glándulas lacrimales con las que humedecer sus ojos, emplea una mezcla de agua y la propia mucosidad de su piel. No obstante, aún con todas sus diferencias, su parpadeo dura lo mismo que el de un humano. Los investigadores decidieron tomarlo como sujeto de estudio y empezaron a someterlo a situaciones en las que un ser humano parpadearía más, por ejemplo, secándoles los ojos. El resultado fue el esperado: el pez parpadeaba mucho más en estas situaciones que cuando estaba en condiciones normales.
Todo esto les llevó a concluir que, posiblemente, esta misma adaptación del saltarín del fango, hubiera aparecido en los primeros animales terrestres. Por supuesto, no podemos estar del todo seguros, pero es una interpretación bastante cauta y plausible. Una pequeña ventana (borrosa, eso sí), a los primeros pasos de la vida en la Tierra. Y, aunque puede que más que un revisionado sea un remake, sigue siendo lo mejor que tenemos para abordar aquellos tiempos.
Aunque estemos cogiendo como ejemplo a los saltarines del fango, lo cierto es que muchos otros animales más cercanos a nosotros, capaces de parpadear, lo hacen con estructuras diferentes a nuestros párpados. Las membranas nictitantes, por ejemplo, es un tercer párpado que no existe en nosotros, pero sí en muchísimos otros animales.
The origin of blinking in both mudskippers and tetrapods is linked to life on land Proceedings of the National Academy of Sciences
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