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Historia

¿Qué pensaría Hannah Arendt del mundo de hoy?

Filósofa, escritora, profesora, poeta, Arendt fue muchas cosas, pero, sobre todo, supo leer como pocos el subtexto del curso de la Historia

A photograph of German-American philosopher and political theorist Hannah Arendt (L) and a poster featuring a likeness of May 68 student leader Daniel Cohn- Bendit are on display during a press preview of the exhibition "Hannah Arendt and the Twentieth Century" at the German Historical Museum (Deutsches Historisches Museum - DHM) in Berlin
A photograph of German-American philosopher and political theorist Hannah Arendt (L) and a poster featuring a likeness of May 68 student leader Daniel Cohn- Bendit are on display during a press preview of the exhibition "Hannah Arendt and the Twentieth Century" at the German Historical Museum (Deutsches Historisches Museum - DHM) in Berlin JOHN MACDOUGALLAFP

En los meses que siguieron a la victoria electoral de Donald Trump en 2016, un libro escrito el siglo pasado se coló entre los más vendidos por Amazon en EE UU. Durante el primer año de mandato del republicano, el mismo libro multiplicó sus ventas un mil por ciento. La red se llenó de citas directas del texto y los internautas lo comentaban apasionados en foros de pensamiento político, como si fuera una novedad recién descubierta. El título era «Los orígenes del totalitarismo», la autora se llamaba Hannah Arendt y se había publicado por primera vez en 1951.

Con esta idea arranca el delicioso libro escrito por la académica británica Lindsay Stonebridge, «Somos libres de cambiar el mundo. Pensar como Hannah Arendt» (Ariel), una suerte de biografía filosófica de la pensadora judía en la que vida y obra se entrelazan irremediablemente con la oscura historia de Europa en los albores de la Segunda Guerra Mundial. Un pasado que se hace presente en las páginas de Stonebridge, que se pregunta qué pensaría la inclasificable Arendt de tantas amenazas que han vuelto porque, quizá, nunca acabaron de irse del todo.

Responde la autora desde Francia y a través del teléfono al primer interrogante: ¿qué diría la filósofa del inefable Trump y del actual Estados Unidos, el país en el que vivió la mayor parte de su edad adulta? «Estaría horrorizada de lo que está pasando en la que fue su segunda patria. Cuando llegó como como refugiada a EE UU pensó que el sistema político americano, republicano, con la Corte Suprema y la Constitución eran una garantía contra alguien como Trump. Ya hacia el final de su vida, con la filtración de los papeles del Pentágono en la era Nixon, se temía que el país iba por el mal camino, pero ni siquiera ella podría haberse anticipado a lo que ha pasado después, con dicho tribunal garantizando la inmunidad de Trump. Si gana de nuevo, hará lo que dice que va a hacer. Es un momento muy peligroso. Resulta que ni siquiera EE UU está a salvo de esa clase de ideología».

GUNTHER ANDERS Y HANNAH ARENDT
GUNTHER ANDERS Y HANNAH ARENDT LRLR

Stnobridge se enamoró de Hannah Arendt después de leer de estudiante «La condición humana», una obra que, asegura, le «voló la cabeza». «Es que nunca había leído nada igual, estaba entre la filosofía, la poesía, no sabría ni cómo calificarlo...», rememora. En los 80 su musa no era la tipa más leída, enredada como estaba la intelectualidad europea en las teorías psicoanalíticas de Lacan o las primeras obras feministas con fundamento. No sería hasta el siglo XXI cuando empezó a estudiarla más en serio para dos libros, y ya en torno a 2018 decidió que había tenido bastante. Error. Con Arendt nunca se termina. Como le sucedió a tantos miles de ciudadanos del mundo, «después de la victoria de Trump, cuando la ola populista sacudió también Europa, no tuve más remedio que volver a ella. Arendt era más contemporánea que nunca».

Emigrada de Berlín a París en 1933 escapando de la incipiente persecución nazi, Hannah acabó instalada en la misma pequeña pensión en la que había vivido William Faulkner. Allí se codeó con la intelligentsia judía cobijada en la capital francesa, desde Stefan Zweig a Walter Benjamin, y la autóctona, como Albert Camus o Simone de Beauvoir. También en París llegaría a casarse con un amigo, Günther Anders, aunque el matrimonio apenas duró siete años. Tal y como cuenta Stonebridge en el libro, la joven Hannah continuó su relación epistolar con el primer hombre que la había marcado en todos los sentidos, su antiguo profesor Martin Heidegger. ¿Cómo pudo mantener esa relación después de que el filósofo se echara en brazos del nacionalsocialismo de Hitler? «Ella tenía 18 años y él, 32. Ella era la estudiante y él, el maestro. No olvidemos que Heidegger fue la primera persona que valoró su intelecto en un momento en el que el pensamiento femenino no contaba para nada. Ella no quiso perderlo porque fue fundamental para su forma de pensar, para su filosofía. Fue clave, no podía haberlo hecho sin él. Y si a eso le añades el sexo... imagínate. Claro que fue significativo. Pero no hay nada que guste más a la gente que subestimar a Arendt o probar que estaba equivocada en algo. Es misoginia la mayoría de las veces. Y eso a que a mí tanto él como su forma de pensar me parecen repulsivos».

Juicio a Adolf Eichmann (1906-1962), funcionario nazi alemán, organizador de los campos de exterminio. Jerusalén (Israel), 1962
Juicio a Adolf Eichmann (1906-1962), funcionario nazi alemán, organizador de los campos de exterminio. Jerusalén (Israel), 1962Colección Roger-Viollet AFP

Otro de los errores que la autora de «Somos libres de cambiar el mundo» reconoce en la trayectoria de su biografiada fueron las crónicas del juicio del nazi Adolf Eichmann en Israel. Arendt se ofreció a la revista «The New Yorker» para cubrir ese hecho histórico que luego cristalizaría en un libro que levantó tantas ampollas como los artículos de la revista. Casi la totalidad de sus colegas profesores judíos de la Universidad la vapulearon en público y le retiraron la palabra en privado, además de tratar de apartarla de sus labores como docente. Según Stonebridge, «no creo que fallara en la tesis, ya sabemos cómo actúa el mal en el mundo, a través de la banalidad. Eso lo entendemos perfectamente. Pero el tono y, sobre todo, el ‘‘timing’’ no fueron los adecuados. Ella llevaba desde el 43 recibiendo información sobre los campos nazis de la muerte e hizo mucha investigación al respecto a través de todas las fuentes posibles. Sabía y conocía aquella realidad, a diferencia de otros que permanecían en la ignorancia incluso en Israel. El juicio de Eichmann fue una de las primeras veces que los supervivientes podían hablar sobre ello abiertamente. Estaban traumatizados, devastados. Así que cuando ella publicó ese análisis tan frío y con un tono irónico erró el tiro. Sabía que enfadaría a la gente y que sería un paso en falso. Samantha Rose Hill, otra académica y traductora de Arendt, me contó que después del juicio de Eichmann dejó de escribir poesía para siempre. Algo se le rompió y no volvió a recuperarse de aquello. Fue una pena porque el libro tenía que haber sido tomado mucho más en serio». Otra prueba más de que Hannah fue una adelantada a su tiempo y, por tanto, incomprendida por muchos contemporáneos.

A pesar de los reveses, la escritora mantuvo la confianza en el ser humano y cierta ligereza que aliviaban la pesadumbre de la vida que le había tocado. «Te sorprendería saber que era una gran amante, comprometida con esa emoción del amor, y una amiga increíblemente leal. Entendía la amistad como uno de los escudos protectores del totalitarismo. Muy trabajadora, contaba con una gran ética del esfuerzo y tenía una opinión para todo. A su manera era dogmática y cabezota. También muy divertida. Le encantaba beber y charlar con amigos, sus fiestas eran antológicas. Le gustaban tanto la vida y el mundo que no se veía capaz de rendirlos. Me gusta mucho aquello que decía de que odiaba ser una persona difícil pero que no tenía arreglo porque había nacido así».

Feminista en un tiempo sin feminismo, sería interesante saber qué opinaría ella sobre fenómenos como el movimiento #metoo nacido en su segunda patria. ¿Se habría unido a la fiesta? «¡No! Ja, ja, ja. Siempre decía que había que estar loco para identificarse con algo a fondo perdido. Para ella la política identitaria era lo peor, quería que la política en general sacara sus manos de todo lo social y de la vida privada de los ciudadanos. Lo consideraba opresivo. Me la imagino como una de esas mujeres maduras que le dicen a las chicas del #metoo que se endurezcan. Que no se definan a sí mismas como víctimas». Hacia el final de su vida, una de sus mayores preocupaciones era que la violencia se convirtiera en una moneda de cambio política después de lo ocurrido en el siglo XX, que nos acostumbráramos a ella. Concluye Stonebridge: «Lo que está ocurriendo en Gaza y en Ucrania es la prueba de que su mayor temor se ha cumplido».

Hannah Arendt, una de las cuatro pensadoras que protagonizan «El fuego de la libertad»
Hannah Arendt, una de las cuatro pensadoras que protagonizan «El fuego de la libertad»La Razón