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Historia

Las raíces de la desigualdad social

Desde hace milenios, el surgimiento de los Estados en Mesopotamia o Egipto vino ya acompañado de jerarquías y desigualdades que colocaban a algunas personas pertenecientes a sectores privilegiados muy por encima de otras, cuyas realidades a menudo se manifestaban en formas de servidumbre diversas, incluyendo la de la esclavitud.

 “rey-sacerdote de Uruk”, una de las evidencias más antiguas (3300 y 3000 a. C.) de la principal autoridad pública en los primeros Estados mesopotámicos.
“rey-sacerdote de Uruk”, una de las evidencias más antiguas (3300 y 3000 a. C.) de la principal autoridad pública en los primeros Estados mesopotámicos. Wikipedia Commons

Más allá de cuestiones fundamentales existencialistas del pensamiento humano, que tienen que ver con nuestra identidad –¿quiénes somos?; ¿de dónde venimos?– hay otras derivadas no menos trascendentales que tienen que ver con nuestros patrones de comportamiento a nivel social, y que nos empujan a preguntarnos cómo hemos llegado aquí. Tal planteamiento es algo que probablemente está en la raíz de cualquier persona que tenga interés en la historia, y en los tiempos que corren, donde a diario escuchamos noticias relacionadas con la desigualdad existente a nivel planetario, no es baladí detenerse a reflexionar sobre ello. Evidentemente no hay repuesta sencilla para preguntas complejas, de modo que indagar en el pasado con la intención de conocer desde cuándo nos comportamos de este modo, de si realmente siempre hemos sido así o existieron uno o varios puntos de inflexión, no solo nos invita a profundizar en la materialidad del pasado sino que nos puede permitir, si somos lo suficientemente hábiles, corregir aquello que consideremos inadecuado o desfasado para construir un futuro mejor. El caso de la desigualdad de género, aun teniendo en cuenta que estamos en un momento todavía muy embrionario de su estudio aplicado a la historia, es un claro ejemplo de lo fructífero que resulta mirar al pasado desde otra perspectiva.

Para averiguar dónde se hunden las raíces de la desigualdad social, la investigación arqueológica, con la ayuda de disciplinas como la antropología, la genética y otras muchas, está resultando cada vez más útil y precisa. La historiografía tradicional, heredera de las ideas de la Ilustración –cuando el conocimiento de la historia como ciencia era prácticamente nulo– se había ocupado de hacernos pensar en la evolución social de una forma monolítica e irremisiblemente encaminada a los Estados complejos, pero lo cierto es que el estudio de las sociedades antiguas cada vez nos aporta una información más dispar al respecto, y hoy contamos con perspectivas que nos ilustran sobre patrones de comportamiento muy diversos.

Si observamos, por ejemplo, a nuestros parientes vivos más cercanos a nivel de especie, los grandes primates, fácilmente es perceptible que a nivel social cuentan con comportamientos jerárquicos que acaso prefiguren algo intrínseco en las primeras especies humanas, pero el problema es que observar la materialidad de las sociedades prehistóricas más remotas es muy difícil porque los restos disponibles son aún muy escasos. De esta forma, el mejor modo para preguntarse sobre las desigualdades es desde adelante hacia atrás, partiendo desde los primeros Estados, que ya muestran sin reparos una estricta jerarquía, hasta la Prehistoria, aunque teniendo bien presente que no hay un camino que lleve de las sociedades cazadoras-recolectoras a otras sedentarias y basadas en la agricultura y la ganadería y de ahí a los Estados complejos, sino que las posibilidades sociales humanas son muchas más, y en muchos momentos del pasado se ha transitado de un estado a otro sin que ello suponga un retroceso en ningún sentido. Siempre parecen haber existido sociedades más igualitarias, que limitaban el acaparamiento de poder en manos de unos pocos y concebían la toma de decisiones de forma conjunta y consensuada, pero a diferencia de otras que se afanaban en promover la ostentación de sus élites, estas fórmulas alternativas son menos visibles en el registro material.

En la actualidad se puede observar sin mayor problema la existencia de algunos signos de desigualdades en el Paleolítico superior –a menudo expresado en enterramientos con ajuares singulares, distintos a otros miembros del grupo–, mientras que la acumulación de evidencias cada vez más precisas nos invita a repensar sobre si las nuevas formas de vida basadas en la domesticación de plantas o animales del Neolítico conllevaba necesariamente algo más que la potencial acumulación de bienes. Hoy sabemos que muchas sociedades del Neolítico y el Calcolítico se estructuraron de forma consensuada sin jerarquías palpables en asentamientos muy poblados, en ocasiones mayores que las primeras ciudades de la historia. El surgimiento de la arquitectura monumental megalítica, por su parte, no supone necesariamente una estructura social basada en lo desigual, que no se percibe de forma monolítica en las sociedades que erigieron estos monumentos, sino que es igualmente compatible con un modelo de colaboración menos sesgado. Del mismo modo, también nos estamos preguntando hasta qué punto los primeros Estados consiguieron imponer sus jerarquías y autoridad sin que existiera una respuesta social a ello, y cada vez se habla más del mal llamado “colapso” de las civilizaciones como el crisol de formas alternativas de concebir lo social. El pasado social humano es multiforme, y la desigualdad halla muchas maneras de materializarse, como también, no hay que olvidarlo, la posibilidad de cuestionar esta y plantear posibles alternativas.

Para saber más:

 Arqueología e Historia n.º 52: El origen de la desigualdad 

68 páginas

7,50 euros

Portada de la revista dedicada a la desigualdad social
Portada de la revista dedicada a la desigualdad socialDesperta Ferro