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¿Está el hombre moderno en problemas? Ellos también sufren la desigualdad de género

No se trata de confrontar contra las mujeres, sino de plantearnos lo que les está ocurriendo a ellos: también sufren suicidios, fracaso escolar, desigualdad de género o violencia
La importancia de la figura del hombre en la sociedad parece haberse borrado
La importancia de la figura del hombre en la sociedad parece haberse borradoPlatónLa Razón

Madrid Creada:

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En nuestra sociedad actual, hipersensibilizada con todo movimiento identitario y empática hasta la sobreactuación con cualquier forma de victimismo convenientemente exacerbado, olvidamos demasiado a menudo que hombres y niños occidentales también sufren la desigualdad de género. Suicidios, accidentes laborales, fracaso escolar, indigencia, conflictos bélicos, violencia o drogadicción presentan una brecha entre sexos de la que no se ocupan los medios porque no es a la mujer a la que afectan en mayor medida y, en este momento, parece preocupar solo lo que es así. Como si hubiese que elegir entre un solo colectivo al que defender o compadecer y no al individuo que sufre. Parece que el borrado del padecimiento masculino se antoja imprescindible para sustentar la narrativa de una mujer víctima global. Por eso, la lectura del libro «Hombres», de Richard V. Reeves, sirve, como mínimo, para reflexionar sobre la necesidad de una igualdad real en el mundo moderno y, sobre todo, en qué consistiría exactamente. ¿En responsabilizar y condenar a niños y adolescentes de hoy por aquello que hicieron hombres de ayer? ¿En ignorar el sufrimiento masculino porque solo es lícito concentrar todos los esfuerzos en el femenino? ¿Solo el sexo determina qué problemas merecen nuestra atención? ¿Solo las injusticias sufridas por mujeres son dignas de ser paliadas?
Parece que solo plantear el tema es ya un problema en sí. De hecho, confiesa Reeves, investigador principal en Estudios Económicos, en su prefacio, que son muchos los que le han desaconsejado hacerlo. «En el actual clima político», apunta, «poner de relieve los problemas de los niños y los hombres se considera una empresa peligrosa. Un amigo, columnista de un periódico, me dijo: “Si lo puedo evitar, jamás trato este tipo de temas. Todo es muy doloroso”. Hay quien sostiene que se trata de una mera distracción de los retos a los que todavía se enfrentan las niñas y las mujeres». En este libro, el pensador aborda el espinoso debate y se plantea, e intenta contestar, sin ambages ni remilgos, las grandes preguntas: ¿Por qué el hombre moderno lo está pasando mal? ¿Por qué es un problema a tener en cuenta? ¿Qué hacer al respecto?
Se las plantea, además, partiendo de la idea de que reconocer que los hombres y los niños tienen problemas no implica perder de vista o ignorar que las mujeres y las niñas siguen enfrentándose hoy en día a problemas específicos. Es decir, no se trata de una confrontación, no es un «estás con los hombres o con las mujeres». Y ahí radica, precisamente, la cuestión: no es menos feminista, o deja de serlo, quien se preocupa también por lo que les está ocurriendo a los hombres. «Hacer más por los niños y los hombres no implica abandonar la idea de la igualdad de género», indica. «De hecho, es una extensión natural de ella. El problema del feminismo, como movimiento de liberación, no es que haya “ido demasiado lejos”. Es que no ha ido lo suficientemente lejos. La vida de las mujeres se ha transformado. La vida de los hombres, no. Necesitamos (…) una visión positiva de la masculinidad para un mundo posfeminista».
Lo cierto es que los datos son indiscutibles y elocuentes: por cada 100 mujeres licenciadas, hay 74 hombres. Dos de cada tres muertos por suicidio o sobredosis son hombres. Uno de cada cinco padres no vive con sus hijos. Existen multitud de programas para beneficiar a las mujeres en la universidad, pero ninguno a los hombres. Los salarios de los hombres son inferiores que a finales de los 70, pero los de las mujeres han aumentado. La medidas de política social no ayudan a los hombres ni a los niños. El 57% de las licenciaturas corresponde a mujeres, el 40% de las chicas van a la universidad a los 18, el 29% en el caso de los varones… Todos los datos que nos ofrece Reeves en «Hombres» corresponden a Estados Unidos o Reino Unido, pero la tendencia es mundial: la brecha de género en la educación existe, pero no en el sentido que imaginamos. «La inversión de género en la educación ha sido asombrosamente rápida», señala. «Es como si las agujas de una brújula magnética invirtieran su polaridad. De pronto, trabajar por la igualdad de género significa centrarse en los niños más que en las niñas. Resulta, cuando menos, desconcertante». Pero también en el mercado laboral pierde terreno el hombre. Esto implica que se ven relegados a un segundo plano en todas las facetas de la vida: en la económica, en la social y en la familiar. Pero la brecha en el mundo laboral no es entre hombres y mujeres: es entre trabajadores blancos y negros y entre clase media-alta y clase media trabajadora. Escribe al respecto la periodista Susan Faludi, premio Pulitzer en 1991, citada por Reeves: «Muchos en el movimiento feminista y en los medios de comunicación se quejan de que los hombres simplemente “no quieren dejar las riendas del poder”. Pero eso parece poco aplicable a la situación de la mayoría de los varones, que a nivel individual, más que las riendas del poder en sus manos, sienten su mordisco en la boca».
No se queda ahí el autor: aborda las diferencias entre hombres y mujeres en toda su amplitud, de la educación al trabajo, de la biología a la cultura. De lo social a lo privado. Con los datos crudos en la mano y sin perder de vista la multifactorialidad en cada caso, la última pregunta es obvia. ¿Qué hacer? El autor despliega toda una batería de recomendaciones y las argumenta: escolarización tardía para los niños (teniendo en cuenta el desarrollo cerebral), mayor presencia de hombres en la enseñanza (los hombres representan un 24% del profesorado en primaria y secundaria), no centrar únicamente los esfuerzos en la vía universitaria sino invertir también en formación profesional y academias profesionales, abordar la segregación laboral por sexos (los hombres desempeñan más trabajos condenados a trabajar que las mujeres, que tienen mayor presencia en trabajos que tienen menos perspectivas de desaparecer), repensar el papel del hombre como padre. Precisamente en cuanto al papel de la paternidad en la sociedad y en la vida de los niños, dice Reeves: «Los padres son importantes para el bienestar de sus hijos de forma diferente, pero en la misma medida que las madres. Se ha demostrado que la paternidad comprometida repercute positivamente en aspectos como la salud mental, la graduación en la escuela secundaria, las habilidades sociales y la alfabetización, así como la reducción del riesgo de embarazo adolescente, la delincuencia y el consumo de drogas».
Todo esto suena casi subversivo si tenemos en cuenta las actuales políticas y movimientos identitarios y su preeminencia social. «En este momento», comenta, «hay una clara falta de liderazgo responsable en este frente. La política se ha convertido en una guerra de trincheras, en la que ambos bandos temen la más mínima pérdida de terreno. (…) Los progresistas ven cualquier medida para ayudar más a los niños y a los hombres como una distracción de la lucha por las niñas y las mujeres. Los conservadores, por su parte, consideran que cualquier medida para ayudar más a las niñas y las mujeres está motivada por el deseo de menospreciar a los hombres». La conclusión parece clara: «Debemos abordar los retos y desigualdades específicos de cada sexo en ambas direcciones».

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