Festival de Berlín / Berlinale

Soderbergh se queda sin cobertura

El cineasta regresa con la desaprovechada y vacía «Unsane», una película rodada en solo siete días con un teléfono iPhone que no ha convencido en la Berlinale.

El director Steven Soderbergh, ayer durante la rueda de prensa de «Unsane», el filme que ha presentado en Berlín
El director Steven Soderbergh, ayer durante la rueda de prensa de «Unsane», el filme que ha presentado en Berlínlarazon

El cineasta regresa con la desaprovechada y vacía «Unsane», una película rodada en solo siete días con un teléfono iPhone que no ha convencido en la Berlinale.

Para volver por la puerta grande hay que tirarse el moco. Ahora que ha abandonado su retiro, Steven Soderbergh se apunta a la experiencia digital publicitándose como pionero de la causa tecnológica. Después de rodar «Mosaic», una serie interactiva para iPhones, ayer estrenó «Unsane» fuera de concurso en la Berlinale, rodada con un iPhone en tan solo siete días. No es el primero que lo ha hecho –el Sean Baker de «Tangerine» cuenta con ese privilegio–, pero sí el único, de momento, que pretende seguir con ello porque ha encontrado la experiencia «muy liberadora». Habrá que esperar a los resultados en taquilla de la película para creerle.

Es posible que Soderbergh, junto con Fincher, Mann y Lynch, sea el cineasta que más en serio se ha tomado las posibilidades del digital en el contexto del cine industrial. En sus películas más experimentales –«Full Frontal», «Bubble», «The Girlfriend Experience»– la imagen cortante, pulida, fría, del digital se ajustaba perfectamente a las necesidades del relato. Lo primero que llama la atención de «Unsane» es lo poco que Soderbergh ha explotado las posibilidades expresivas de la imagen del iPhone; de sus texturas, de sus encuadres, de su capacidad para convertirse en prolongación del cuerpo que filma. Sorprende que, en un thriller paranoico sobre lo que significa sentirse permanentemente vigilado, el Iphone tenga tan poco que decir a nivel estético, más allá de ensuciar la imagen, oscurecerla o saturarla de luz.

Nueva versión de Heidegger

Sawyer Valentini (Claire Foy) es una analista de datos que acaba de mudarse de ciudad y ha cambiado de trabajo alejándose de un acosador. Cuando cree volver a verlo, sin estar segura de no alucinar, acude a la consulta de una psiquiatra, que le hace firmar un formulario de rutina mientras la mira con desconfianza. A los diez minutos está ingresada en una clínica, medicada y en una habitación compartida con unos cuantos enfermos mentales que parecen (solo parecen) estar peor que ella. Porque, claro, su acosador pronto aparecerá en escena.

Soderbergh juega a varias bandas cerrando los ojos ante los agujeros de un guión demencial. Por un lado, da la impresión de que quiere denunciar a las instituciones psiquiátricas que pretenden sacar beneficios extra de las aseguradoras médicas. Por otro, convierte a su protagonista en alguien en el que no se puede confiar, de modo que todo lo que vemos a través de sus ojos –para empezar, un hospital psiquiátrico que parece un hangar con seis o siete pacientes– pueda ser fruto de su locura. Nada de ello funciona, y menos la sensación de estar hipervigilados por la tecnología, en una versión portátil de esas sociedades de control que Foucault y Deleuze soñaron en sus distopías ensayísticas. Lo que quedan son los restos de un psychothriller apresurado, tedioso y mal resuelto.

Nueva versión de Heidegger

Hablando de filosofía, Philip Gröning nos regala su versión de «El ser y el tiempo» de Heidegger en «My Brother’s Name is Robert and He is an Idiot», película de título y metraje tan largos como vacías son sus pretensiones. He aquí a dos hermanos mellizos, chico y chica, retozando en el campo mientras meditan sobre el tiempo (que es esperanza), sobre el pasado y el futuro (que no existen) y sobre el presente (que solo permanece en su duración). Dilatan su deseo mutuo apostando si ella perderá la virginidad en 48 horas, y lo tiene difícil, porque lo más cerca que está de un hombre que no sea su hermano es una gasolinera. Sus juegos ciclotímicos pusieron a prueba la paciencia de la prensa en la Berlinale, que empezó a levantarse y abuchear cuando un fundido a negro que olía a punto y final parecía terminar en falso el pedante, opaco e irritante discurso de Gröning sobre el paso de la adolescencia a la madurez. A los que se escandalicen fácilmente, avisarles que la sombra del incesto se materializa, pero cuando ocurre, es posible que sus pensamientos ya se hayan ido de copas con Heidegger.