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Sorolla, lo íntimo que se hace eterno

Una lujosa edición publica 72 dibujos reproducidos en alta calidad y más de 200 cartas del pintos, además de una impresión facsimilar del «Estudio al natural»
Sorolla, lo íntimo que se hace eterno
Imagen de «Estudio al natural», el dibujo que se incluye en el libro en edición facsimilar
Ulises Fuente

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Si algo le caracterizó fue la intimidad, la cotidianeidad interrumpida, el instante menos pensado. Joaquín Sorolla (Valencia, 1863 - Madrid 1923) se hizo moderno por darle valor a ese rayo de luz que nueve de cada diez mortales no aprecian y por convertir en eternas situaciones espontáneas porque tenía el ojo y mano muy bien entrenados. El pintor valenciano llevó a cabo miles de dibujos en el contexto más familiar porque, como reconoce su bisnieta Blanca Pons-Sorolla, estaba enamorado de su vida, como Camarón. Dibujos sobre cuidados maternales, juegos infantiles, tardes de costura, siestas traidoras y lecturas extraordinarias que quedaron en el patrimonio doméstico de la familia. Sorolla llevó a cabo una especie de diario ilustrado de su cotidianeidad a través de los miles de dibujos que se conservan y de los que, en cuidada selección, aparecen ahora reunidos en una lujosa edición. «Sorolla íntimo» (Artika Books) abre, con tres libros en uno, una puerta a la cara más familiar del maestro valenciano.
En primer lugar, se presenta un Libro de Arte, compuesto por 71 dibujos que presentan a cada uno de los miembros de la familia del artista. El segundo, Libro de Estudios, analiza su vida y obra a través de un estudio pormenorizado de todos los dibujos que componen la edición. En el tercero, aparece el «Epistolario: tres décadas de amor», en el que se publican por primera vez buena parte de las 210 cartas que ponen verbo al cariño del maestro hacia su familia y, muy especialmente, hacia Clotilde, su mujer. «Estaba enamorado hasta el tuétano de su mujer, que también fue un poco madre suya. Sorolla quedó huérfano con dos años y fue criado y atendido, con mucho amor y maravillosamente como si fueran sus padres, por unos tíos, una hermana de su madre y su marido, José Piqueres. Pero para él fueron siempre sus tíos. Conoce el amor de familia realmente cuando crea la suya, gracias a Clotilde. Ella fue todo», explica Pons-Sorolla. Se conocen cuando apenas tienen 15 años porque el hermano del pintor se lo presenta al padre de Clotilde. Sorolla se cría en una familia humilde –su tía era costurera– y Antonio García accede a comprarle un cuadrito que hoy está en el Museo de Bellas Artes de Valencia. «Él quiso conocerle. Vio sus dotes y le ofreció el terrado de su casa para trabajar y un empleo para que ilumine fotografías, con el propósito de darle un dinero justificado ante sus tíos, que no fuera un regalo. Pero yo no he visto ninguna fotografía iluminada por Sorolla, con lo cual...», ríe la descendiente del pintor. En las cartas, la confianza es plena. Hablan de todo, en una relación de igualdad –Clotilde era una mujer educada y segura de sí misma–, incluidas las angustias del maestro por pasar tiempo fuera de casa en sus viajes artísticos. Sus preocupaciones son modernas y muestran a un pintor concernido por su entorno. Pero una cosa le obsesionaba: «Tiene claro que debe triunfar para darle a su familia lo que se merece, lo que él nunca tuvo. Eso es constante, es su preocupación durante toda la vida». Solo hay un tema que no se menciona. «Su enfermedad. Eso se convierte en lo innombrable». La oscuridad después de la luz.

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