Teatro

Teatro

A Echanove le duele Quevedo

Gerardo Vera y el actor levantan en el Teatro de la Comedia una versión libre y «extenuante» de los «Sueños» del autor del Siglo de Oro a modo de «crónica dolorosa y lúcida de una España presa en la corrupción de las monarquías de Felipe III y Felipe IV».

A Echanove le duele Quevedo
A Echanove le duele Quevedolarazon

Gerardo Vera y el actor levantan en el Teatro de la Comedia una versión libre y «extenuante» de los «Sueños» del autor del Siglo de Oro a modo de «crónica dolorosa y lúcida de una España presa en la corrupción de las monarquías de Felipe III y Felipe IV».

Francisco de Quevedo y Villegas no fue un hombre de teatro. Será por ello que, pese a su aureola de clasicazo, las reticencias en torno a su figura han sido una constante entre los dramaturgos para subirlo a las tablas. Tanto como para que su nombre se incorpore por primera vez al repertorio de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) con «Sueños», una versión libre de los textos del autor de «El buscón». «Está todo Quevedo: su reflexión sobre los pobres, de los reyes que en vez de mandar duermen o esos validos que son las polillas de España», explica, necesitado de «reivindicar a uno de los grandes», Gerardo Vera –director del montaje–.

Junto a él ha trabajado José Luis Collado como responsable de la adaptación, en lo que califica como una empresa «prácticamente imposible»: «Si hace un año me dicen que iba a ser esto, igual no estaba aquí. Ha sido extenuante y hemos estado al borde de tirar la toalla, pero el resultado ha merecido la pena». Y es que «convertir un texto de Quevedo en una obra teatral es una empresa que muchos han acometido –sigue Collado–, pero de la que pocos han salido airosos». La crítica dirá desde hoy, y hasta el 7 de mayo, si «Sueños» se salva de la quema. Desde un principio, tanto director como adaptador fueron conscientes de su «sacrilegio». Empieza el primero: «Enfrentarse a Quevedo y, sobre todo, zambullirse en ese caudaloso discurso brillante y doloroso sobre la decadencia de un imperio, es una insensatez de la que solo eres consciente cuando estás con el agua al cuello, tratando de sobrevivir a esa embestida directa contra las conciencias que es la obra magna del gran cronista de la realidad española sin adornos». Y el segundo apoya a su director: «Intentar transformar todo esto en una pieza susceptible de ser representada sobre un escenario requería de una osadía creativa y una libertad de pensamiento libres de todo constreñimiento. Si nos hubiéramos dejado vencer por el vértigo, siempre presente, de estar pervirtiendo a uno de los más grandes autores de la literatura española, seguramente habríamos naufragado al primer intento», comenta un Collado que ha escrito hasta 20 versiones diferentes para llegar al texto final. Probaturas en las que han introducido nombres como el de Fellini, «muy presente al inicio del proyecto, aunque más diluido a medida que avanzábamos».

Sin coherencia teatral

Porque los «Sueños» de Quevedo ni guardan coherencia desde una perspectiva teatral ni tienen una progresión dramática. Por lo que han tenido que ser flexibles y «porosos», apuntan, para dar cabida a los originales, «pero también a su poesía, a los hechos históricos, al amor y a la imaginación de una historia que pudo ocurrir así o no», puntualizan. Ahora, si alguien espera ver sobre las tablas una sucesión de escenas extraídas de la obra de Quevedo mejor que se lo piense dos veces, «se llevará una gran decepción», advierte Collado.

Testigo de una España en descomposición, los «Sueños» del maestro cumplirán su labor de «crónica dolorosa y lúcida de una España presa de la corrupción de las monarquías absolutas de Felipe III y Felipe IV, víctima del ocio y la ignorancia, donde la filosofía era esclavizada por la teología», presenta el dossier. «Es como un ‘‘Informe Semanal’’ del siglo XVII, sus palabras suenan como un mazazo, como si fuera un telediario de hoy», sentencia Vera, guiado por los Shakespeare, Chejov, Quevedo y compañía: «Ahora, en un momento de indignidad moral, estos grandes nombres son los que tienen que alumbrarnos el camino. Está todo tan removido como en la decadencia del siglo XVII; por lo que los textos que ahora cogemos parecen una especie de viaje al futuro en el que el ADN de ese pasado barroco todavía se reconoce».

Lo que también se puede ver es el desconsuelo. La amargura de un Quevedo que «traspasa el alma» de Vera. «Nacer es empezar a morir», escribió el del Siglo de Oro y Juan Echanove será quien deba recoger toda esa angustia del escritor para mostrársela al patio de la Comedia: «Duele hacer a Quevedo. Cuando termino los ensayos, y desde ahora las funciones, me duele hasta el pelo. Cualquier cosa que me va mal en la vida real la meto en el personaje», destapa un actor que no pisa el escenario para «racanear» en esfuerzos. «Me duele España –continúa–, pero a través del teatro, solo lo entiendo como una entrega absoluta y lo único que me interesa cuando me embarco en papeles como este no es el éxito, sino hacer que alguien quiera asistir a otra obra».

Ni el diablo, ni la muerte, ni los personajes alegóricos, Quevedo es el único protagonista: el hombre, su vida y su agonía previa a la muerte. Una figura de la que Echanove ha descubierto con esta versión «el dolor físico y el amor desbocado», reconoce: «El amor doliente es el más grande impulso que puede tener el ser humano». De él y de su literatura se enamorará Aminta –«siempre amaré tu cuerpo deforme», exclama–, representada por Lucía Quintana, que retrocede a los comienzos del periplo: «Al principio fue un viaje amorfo, pero nos lanzamos y el resultado final es esta travesía por el pensamiento, el alma y las venas de Quevedo». Un recorrido guiado por un narrador contemporáneo para permitirse ciertas licencias y saltos en el tiempo en una «obra que se transforma en una sangría existencial, un tránsito doloroso de lo pasajero a lo eterno», comenta Vera convencido de que «Quevedo estará agradecido en algún lugar del Parnaso».