Crítica de teatro

"Amistad": Colegas con alma de fantoche ★★★☆☆

José Luis García-Pérez dirige una pieza de Juan Mayorga que comienza con dos amigos velando a un tercero

Ginés García Millán y José Luis García-Pérez (dcha.) ríen junto al féretro que contiene a Daniel Albaladejo
Ginés García Millán y José Luis García-Pérez (dcha.) ríen junto al féretro que contiene a Daniel Albaladejo Javier NavalJavier Naval/Teatro Español

Autor: Juan Mayorga. Director: José Luis García Pérez. Intérpretes: Daniel Albaladejo, Ginés García Millán y José Luis García-Pérez. Naves del Español en Matadero, Madrid. Hasta el 5 de marzo.

Encerrados en lo que podría ser un sótano, un garaje o algo parecido, dos amigos velan a un tercero que ocupa, dentro de su féretro, el centro de la escena. Durante el duelo, recuerdan episodios de su vida en común teñidos de nostalgia, fantasía, cariño, estupidez e hipocresía a partes iguales. Todo ocurre bajo un clima de extrañeza, casi surrealista; los propios parlamentos de los personajes parecen asimismo distorsionados, como si fueran fallidas aproximaciones a una realidad que no saben o no se atreven del todo a invocar. Las frases hechas y las fáciles recetas de autoayuda rellenan ciertos huecos, ciertos silencios que se intuyen amenazadores para ellos. Lejos de estar inmersos en una tragedia vital, los personajes se mueven en un terreno cómico, aunque un tanto pantanoso, incómodo; grotesco más bien. Son, por dentro, ridículos fantoches. Y lo son más cuando descubrimos como espectadores, poco después, que el amigo al que velan no está muerto; que todo es fruto de una especie de juego, o de reto, que consiste precisamente en representar ese duelo, en hacer que cada uno interprete durante unos minutos el papel de muerto para que los demás puedan sentir y expresar libremente lo que significa esa persona en sus vidas.

Y es aquí donde la necedad de los personajes adquiere una poética dimensión y donde Juan Mayorga deja ver el verdadero propósito de su obra, que no es otro que el de evidenciar la condición inasequible e inaprensible de la amistad, mostrando a tres sujetos cualesquiera, sin ningún tipo de virtudes –más bien repletos de flaquezas–, en su humano y patético intento de dar sentido y justificación a un sentimiento que, a la luz de sus propios argumentos, no puede encontrar una cosa ni la otra. Cuanto más tratan ellos de asir y concretar en sus vidas la idea de amistad, más lejos se escapa esta de toda lógica. En su faceta de director, José Luis García-Pérez ha sabido aquilatar muy bien ese meollo para preservar su naturaleza simbólica sin potenciarla más de lo debido.

Es muy interesante cómo logra que el espectador vea la esencia perfectamente reconocible de los personajes sin necesidad de marcarlos o clasificarlos en paradigmas realistas. A este respecto, basta fijarse, por ejemplo, en el vestuario que Alessio Meloni ha diseñado con el objetivo de uniformarlos a todos y no de diferenciarlos. Desde luego, para dar veracidad conceptual y, sobre todo, humana a esos tres entes con traje negro, era necesario contar con tres grandes actores como los que reúne este montaje: nada menos que Ginés García Millán, Daniel Albaladejo y el propio García-Pérez. Entre ellos, todos estupendos, destaca y sorprende especialmente García Millán, que demuestra un manejo de la comicidad al que no nos tenía acostumbrados, por el simple hecho de que suelen asignarle papeles menos juguetones y de mayor dramatismo.

El único problema que, tal vez, presenta la función es que, una vez identificado por parte del espectador el asunto que late al fondo, este no tiene un gran desarrollo argumental. El tema se mantiene visible, e incluso se expande ligeramente desde un punto de vista semántico, a medida que las escenas se suceden y los distintos personajes van asumiendo el rol de "muertos"; pero no hay nada que modifique sustancialmente a esos personajes en el entramado dramático. Podría decirse que cada una de las situaciones que protagonizan no hace sino incidir en la que sirve de culmen al planteamiento, puesto que todas las ópticas ya estaban ahí presentes. En cualquier caso, no es óbice para disfrutar de un agudo espectáculo de teatro, bien resuelto, acerca de lo inexplicable que puede ser la amistad, con sus dinámicas de dependencia y aprobación, con sus rencillas, desencuentros, engaños, ocultamientos...; y, al mismo tiempo, con ese innegociable sentimiento de amor que la atraviesa y le da sentido.

  • Lo mejor: El tema está planteado en la forma y en el fondo de una manera bastante original.
  • Lo peor: El escaso desarrollo argumental que sirve de soporte al asunto que quiere abordar el autor.