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Bárbara Lennie: «Las cosas cambian y el amor forma parte de eso»

Vuelve a Madrid con «La clausura del amor», la obra con la que el año pasado colgó el cartel de «entradas agotadas».
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Vuelve a Madrid con «La clausura del amor», la obra con la que el año pasado colgó el cartel de «entradas agotadas».
Isra y Bárbara frente a frente. Aunque bien podría ser una pareja «random». Es el fin de un amor que parecía inmortal hasta que una de las partes dice «basta». Una guerra de dos que libera la misma fuerza que cualquier bomba del «Enola Gay». Se acabó una década que ahora parece tirada a la basura, pero que no pasa de ser un cambio más. Una transformación que, por traumática que parezca, no tiene que ser a peor. Algo diferente. Es «La clausura del amor», la obra de Pascal Rambert que el año pasado contó con cinco fugaces representaciones en Madrid y que ahora vuelve –hasta el 3 de febrero en el Pavón-Kamikaze– para contentar a aquellos que se toparon con el cartel de «entradas agotadas».
–El público les esperaba.
–Hay que estar a la altura entonces. Tampoco sé decir qué ha pasado con esta función, pero es verdad que la gira ha funcionado muy bien y que a la gente le impresiona.
–Es dura...
–Sí. Son un hombre y una mujer que, en directo, destruyen una historia de diez años de amor profundo. Porque han sido una pareja que se ha amado mucho. Y el espectador asiste a ese viaje al desamor.
–¿Bárbara lucha por no romper?
–Es una guerra que llega hasta donde quieren uno y otro. De alguna manera, les disecciona. Está estructurada en dos partes.
–Dos monólogos...
–Sí. Él empieza y plantea un montón de cosas y, cuando ella toma la palabra, responde. Coge todo eso y lo vomita desde un lado más instintivo o más visceral. Pero es él el que quiere acabar. Ella no se lo espera.
–¿Cómo se lleva eso de estar sin réplica en una discusión?
–Pufff, es un ratazo... Pero se trata de una parte fundamental de la obra. Hay gente que esto no lo sabe y se queda esperando el momento en el que Bárbara arranque, pero cuando han pasado quince minutos y no ha habido respuesta dice «¡ostia!». Me resulta infernal no tener la capacidad de la réplica inmediata, aunque, por otro lado, escuchar es una de las cosas más placenteras que hay.
–¿La Bárbara real aguantaría?
–(Risas) No, qué va. Soy muy impaciente y enseguida arranco. Escucho, me gusta mucho. El otro lujo es que tiene que ver con historias que nos han pasado y con cómo vivimos el amor.
–¿Y qué tal se discute con Israel?
–Especialmente bien. Y más en la obra, que sabes que el otro no puede decir nada. Luego ya viene el «¡boom!».
–¿Y en la vida real?
–Eso ya es otra cosa... (risas). Es todo mucho más difícil.
–¿Sirve de terapia?
–De catarsis y para quitarte pesos. No me gusta hablar del teatro y el arte como terapia, pero implica algo de una libertad que en la vida, a veces, no tenemos. Sales más ligero.
–¿Una función así puede romper una pareja?
–Siempre puede pasar, nos han hablado de casos...
–¿Deja heridas o qué?
–Bueno, lo primero es un estado postraumático. Me recuerda a la gente que acaba de sobrevivir a un accidente o una catástrofe. Esos rostros de gente desnortada.
–En «shock»...
–Sí. Una vivencia física muy fuerte y algo emocional que te pone en otro sitio. Eso siempre deja cicatrices. Pero es el viaje que, como actriz, quiero hacer. Si no me aporta nada no me interesa.
–¿Es uno de los papeles más difíciles que ha hecho?
–En teatro, sí. Es la experiencia más exigente. Nunca me había enfrentado a hablar 45 minutos sin parar para tener que sostener ese texto.
–Sin nada en el escenario que la apoye...
–Tu cuerpo, tu compañero y tú. Fin. Un salto mortal, que era lo que nos apetecía. Un teatro que no era exactamente narrativo. No tiene tres actos. Es más «performance» que todo lo hecho hasta ahora.
–¿El éxito es que la gente se vea reflejada cuando estalla?
–Porque es algo que ocurre en todo el mundo.
–Parejas hay en todas partes...
–El texto tiene algo que remite al espectador a un lugar muy íntimo y que pone sobre el escenario cosas muy difíciles de explicar, de compartir, de racionalizar...
–A todos nos ha pasado de una forma u otra.
–Sí. Tengo amigos que me preguntan si venir con su pareja o no porque están en un momento delicado, y gente que no se queda a tomar algo después porque le deja fundido. Incluso algunos se fueron a un hotel porque no querían pasar por casa. ¡Muy fuerte! Otros regañan...
–A ver si ahora van a empezar a romper parejas...
–También pasa lo contrario, dicen: «Pensé que iba a salir queriendo separarme y al revés, me he dado cuenta de que tampoco estamos tan mal». Con todo lo «destroyer» que es, la función tiene algo de poner a través de las palabras la voluntad de que la vida siempre sigue y que las cosas cambian y el amor forma parte de eso. Con todo lo desgarrador que es.

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