![Bahía de Genoveses, en el parque natural de Cabo de Gata-Níjar](https://fotografias.larazon.es/clipping/cmsimages01/2020/06/26/411AF869-DDC3-4A80-BBE0-237E0BE086F6/66.jpg?crop=480,480,x400,y0&width=150&height=150&optimize=low&format=webply)
Teatro
"Celia en la revolución": Aquella jovencita clarividente ★★✩✩✩
!["Celia en la revolución": Aquella jovencita clarividente ★★✩✩✩](https://fotografias.larazon.es/clipping/cmsimages02/2019/11/12/8D4E918C-E221-4CD3-97FC-2C0F21EE9F85/98.jpg?crop=630,354,x0,y28&width=1900&height=1069&optimize=low&format=webply)
Autoría: Elena Fortún. Versión: Alba Quintas. Dirección: María Folguera. Intérpretes: Tábata Cerezo, Chema Adeva, Pedro G. de las Heras, Trigo Gómez. Teatro Valle-Inclán, Madrid. Hasta el 24 de noviembre de 2019.
Escrita en 1943 –aunque no se publicaría hasta 1987–, «Celia y la revolución» fue probablemente la novela más importante de Elena Fortún, por cuanto sirvió para revisar con mayor esmero las virtudes literarias de la autora y para reubicarla con muchísima mejor calificación en el panorama literario del siglo XX. Tres son los factores que lastraron, por desgracia, la posteridad de la escritora madrileña: el primero consiste en el simple hecho de haber nacido mujer dentro de una sociedad organizada por y para los hombres; el segundo tiene que ver con su dedicación a la narrativa infantil y juvenil, considerada torpemente por muchos, aún hoy, como un género menor; el último elemento que ha jugado en su contra, y probablemente el más importante, es haber plasmado en sus obras, fundamentalmente a través del personaje de Celia, una mirada del mundo tan inteligente y, sobre todo, tan adelantada a su tiempo. Y esa moderna visión sobre la existencia que palpita en las páginas de «Celia y la revolución», en la que se conjuga sin solución de continuidad la belleza y la atrocidad, se puede apreciar también en esta versión teatral en la que María Folguera se ha preocupado mucho y bien por hacer comprensible y evidente en el escenario el verdadero propósito de la autora, que no es otro que mostrar la sinrazón en la que se fundamenta cualquier guerra y la capacidad que esta tiene para exacerbar, como dice un personaje, «todo lo salvaje y primitivo» del ser humano. La directora, con la ayuda de Mónica Teijeiro en la escenografía y de Ion Anibal en la iluminación, abre con buen criterio el espacio y lo dota de cierta abstracción para solventar los continuos saltos de tiempo y de lugar, tan propios de la novela, que hay en la obra. No obstante, la falta de brío en algunas interpretaciones y en la dramaturgia –los diálogos son a veces demasiado explicativos– hace que la acción transcurra más lenta y más plana de lo debido.
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