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Conejero también dirige

El dramaturgo da un paso más en su carrera y afronta en solitario la dirección de una pieza suya, «La geometría del trigo».
larazon

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El dramaturgo da un paso más en su carrera y afronta en solitario la dirección de una pieza suya, «La geometría del trigo».
Dos semanas atrás, cuando Alberto Conejero se encontraba ante el estreno de «El sueño de la vida» –su trabajo de orfebrería fina para completar la «Comedia sin título» de Lorca–, al dramaturgo le rondaba algo más por la cabeza: «También me llamaréis por “La geometría del trigo”, ¿no?», rogaba. Uno de los autores más presentes sobre las tablas españolas en los últimos años, tomaba forma de director primerizo y dejaba entrever los nervios de un debutante. «Es un periodo extraño», reconocía este miércoles, «pero ya se va viendo la luz al final del túnel». Conejero se muestra temeroso de no gustar, a continuar con el mismo nivel de su escritura. Para lo que ha tenido buenos maestros –más allá de sus tiempos en la Resad–: «Ha sido un paso natural dado por esos años al lado de los directores que han levantado mis textos».
Un vértigo necesario
Pese a que no es la primera vez que dirige, ya lo hizo acompañado de María Velasco y Alberto Velasco en «El tiempo de soltar palomas» y «Cliff (acantilado)» –respectivamente–, el abismo a tomar las riendas del escenario en solitario parece que le da el vértigo necesario para que el autor no se confíe un ápice en su nueva empresa con «La geometría del trigo», una pieza «que sentía que debía acompañarla hasta su encuentro con el público». Su madre le contó hace veinte años una vivencia de su juventud y, como buen dramaturgo, Conejero convirtió ese recuerdo en un texto. La ficción ha ido operando sobre la historia hasta hacerla propia, casi como un «teléfono escacharrado». Pero «que no teman personas en las que está inspirado, que aquí hay más ficción que otra cosa. La trama se ha apoderado de la realidad y para mí tiene más verdad que el original. Lo siento como si hubiera estado allí».
Se adentra el autor de «La piedra oscura» en una pareja de arquitectos, Joan y Laila, que van de Barcelona a un pequeño pueblo del sur para asistir al entierro del padre del primero, al que nunca conoció. Un viaje de norte a sur y del presente al pasado que «propone encuentros», explica Conejero. «En este trayecto ponen en cuestión su propia relación y verán lo que ocurrió en ese lugar hace 30 años, lo que explica por qué Joan nunca vio a su padre». Una historia muy diferente a la que en su día escribió el autor: «El gran aprendizaje ha sido ver que la escena es algo que tiembla detrás del texto y que no es este. Pensé que tenía un sonido trágico, como Mouawad, y he entendido que hay una voluntad más “chejoviana”».