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Crítica de «La isla del aire»: Una constelación que no brilla

Autor: Alejandro Palomas. Dirección: Mario Gas. Intérpretes: Nuria Espert, Vicky Peña, Teresa Vallicrosa, Clàudia Benito y Candela Serrat. Teatro Español, Madrid. Hasta el 14 de enero de 2024.
Nuria Espert en «La isla del aire»
Nuria Espert en «La isla del aire»teatro español
La Razón

Madrid Creada:

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Un elenco en el que coincidían dos grandes estrellas de distinta generación, como son Nuria Espert y Vicky Peña, a las órdenes de un director tan experimentado y perspicaz como Mario Gas; un equipo al que se sumaban, además, algunos de los mejores profesionales que puedan encontrarse en los distintos campos que conforman el arte escénico, como son el vestuarista Antonio Belart, el videoscenista Álvaro Luna o el iluminador Paco Ariza; y una obra de un autor, como Alejandro Palomas, con una sólida carrera como escritor –Premio Nadal y Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, entre otros-, lo cual resultaba más que interesante en estos tiempos en los que el divorcio entre la literatura y la autoría teatral parece irremediable. Todos estos ingredientes eran más que suficientes para hacer presagiar un resultado mejor de un montaje que, desgraciadamente, no convence prácticamente en nada.
La isla del aire es una historia de secretos sentimentales y familiares ambientada en Menorca y protagonizada por tres generaciones de mujeres: una abuela, sus dos hijas y las dos nietas. La pérdida, la tristeza y la frustración vital determinan en mayor o menor medida el carácter de unos personajes que tendrán que enfrentarse a sus propios miedos y engaños cuando Mencía (Nuria Espert), la cáustica y, en apariencia, desvalida matriarca, consiga colocarlas a todas, incluida ella misma, delante de un gran espejo.
Es probable que en su versión narrativa –esta función teatral está basada en una novela que el propio Palomas escribió en 2005- la obra se articule como un cruce de epopeyas individuales, cada una de las cuales podría permitir una interesante y exhaustiva descripción de los acontecimientos que van modelando a los distintos personajes; pero aquí,
reducida a las dimensiones del escenario y al presente de la acción dramática, la historia se ve como un esquemático melodrama que no llega nunca a conmover. Y tampoco ayuda mucho la configuración del reparto. Nuria Espert es capaz de hacer lo que le echen porque, precisamente, ya ha hecho todo a estas alturas y todo bien; pero lo cierto es que ahora mismo no está, por su avanzada edad, para dar toda la energía que requiere su personaje, y que ella misma le hubiera dado sobradamente hace muy pocos años. Falta en sus diálogos algo de brío, y falta también un cierto ritmo conversacional, aunque la veterana actriz, eso sí, vuelve a dar una auténtica lección a la hora de leer y componer un carácter en el que importa tanto lo que se exterioriza como lo que ha de quedar velado. Peor que ella están Vicky Peña, una espléndida y también curtidísima actriz que aquí pasa de puntillas por la medrosa Lía, y, sobre todo, Teresa Vallicrosa, haciendo una Flavia tan afectada que, ya en el primer monólogo, chirría como una bisagra vieja en la paz de la noche. Contra todo pronóstico entre nombres de tanto relumbre, las mejores del elenco son, con diferencia, Clàudia Benito y Candela Serrat, que consiguen dar consistencia y credibilidad, hasta donde el texto permite, a Bea e Inés, respectivamente.
Y tan desabrido como todo lo demás es la ambientación. Ni la acartonada escenografía, ni el vestuario, ni la luz, ni la música, ni las enfáticas proyecciones ayudan a disfrutar, siquiera en su vertiente más formal o situacional, de esta anodina función.
Lo mejor:
Quizá sea la última oportunidad de ver sobre un escenario a una leyenda viva del teatro como Nuria Espert.
Lo peor:
Aunque cuenta con grandes profesionales, todo parece concebido como un espectáculo comercial para un público poco exigente