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Daniel Veronese y Guillermo Calderón ponen el acento hispano al Otoño

Primer fin de semana del festival: mientras el argentino se presenta con un texto de Daniel Foster Wallace sobre los micromachismos, el chileno recupera "Villa" en el 50 aniversario del golpe de Estado de Pinochet
Luis Dziembrowski (izda.) y Marcelo Subiotto abordarán ocho conversaciones sobre el escenario
Luis Dziembrowski (izda.) y Marcelo Subiotto abordarán ocho conversaciones sobre el escenarioGermán Romani

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Arranca el Festival de Otoño en Madrid y las agendas de los teatreros difícilmente darán abasto para ver a todo antes de que caiga el telón el 26 de noviembre, así que lo mejor en estos casos –en el supuesto de haber llegado a tiempo para comprar las entradas antes del «sold out», porque no son pocos los espectáculos agotados– es fijar el tiro en lo más deseado y asumir que no se puede estar en todo sin el poderoso don de la ubicuidad. Otra vez será. En la próxima visita...
Para abrir boca, Alberto Conejero –director de la cita– ha puesto a uno de los oscuros objetos de deseo del público capitalino, Angélica Liddell, quien, en un juego entre el toreo de Belmonte y el teatro, volverá a sacar a escena sus tormentos: «Hay noches que me clavaría un cuchillo en el estómago», confesaba a este periódico hace dos semanas.
Pero el de la Liddell es solo el primero de los muchos nombres programados para la ocasión: María Velasco y Tulsa, Albert Boronat, la Companhia de Teatro de Braga con un Mayorga (A língua em pedaços), el recital electrónico de Eva Rufo y Enrico Barbaro, los movimientos de Luz Prado y Jesús Rubio Gamo en Alcalá, los daneses de Asterions Hus... Y esto solo en el primer fin de semana. También dos nombres de allende el Atlántico: uno argentino y otro chileno, Daniel Veronese y Guillermo Calderón, respectivamente. Por separado. Dos propuestas muy diferentes entre sí, pero con la similitud de que ambos montajes beben de textos de un pasado reciente (1999 y 2011) que tienen «absoluta vigencia», coinciden, a día de hoy.
Veronese llega así al Otoño madrileño con un libro de David Foster Wallace (1962-2008) convertido en obra de teatro. Las Entrevistas con hombres repulsivos (Debolsillo) del neoyorquino se transforman en la segunda de las Experiencias del director porteño, Encuentros con hombres repulsivos (Centro de Cultura Contemporánea Condeduque; 10, 11 y 12 de noviembre), una propuesta minimalista –«íntima, quirúrgica», dice– con dos sillas, una mesa y dos actores –en la misma línea de las otras dos Experiencias: La persona deprimida y Los arrepentidos–. Lo justo y necesario para que el porteño aborde los tics «de la masculinidad tóxica, que no de los hombres tóxicos», apunta. «Pese a ser un libro de 1999 vemos que tiene mucha relevancia hoy, cuando las conductas machistas que antes eran aceptadas como normales se empiezan a ver inapropiadas». Sin embargo, para Veronesa, el interés de esas acciones está precisamente en «el detalle», en que no son grandes desplantes, sino «micromachismos en los que no hace falta levantar la voz».
En ese intercambio mínimo entre A y B, Marcelo Subiotto y Luis Dziembrowski se van sucediendo en el papel de hombre/mujer durante ocho escenas desde una «mirada introspectiva y dura», como la define el director. «Y sin necesidad de cambiar la voz o poner posturas femeninas». Las conversaciones entre las parejas no necesitan ser extremas para sacar las vergüenzas propias. Nada se dice de manera impropia ni existe la sensación de que le están tratando mal a ninguno, pero ahí precisamente aparece la fuerza de las palabras de Foster Wallace, sostiene Veronese: «Ante una violación, el espectador se pone de uñas»; en Encuentros... esto no sucede, los dos intérpretes van arrinconando al público a través de la poética hasta que, «cuando se quiere dar cuenta, el agua le llega al cuello».
Le sorprende a Daniel Veronese que un texto del siglo pasado no haya perdido vigencia en 2023, pero a su vez se muestra positivo con el futuro: «Si fuera pesimista no haría teatro». «Más ahora», prosigue sobre un momento en el que el discurso de Javier Milei ha cogido mucha fuerza en su país: «Aunque el problema no es el propio Milei, siempre existirán esos personajes, sino que triunfe su mensaje negacionista y violento amparado en consignas absurdas. Quiere ser presidente de algo que odia... Ni siquiera se podría hacer teatro de esto porque excede los límites. ¿Qué pasará? No lo sé, espero que no gane [la segunda vuelta de las elecciones del 19 de noviembre], pero hay que ver qué hacen los partidos progresistas para ganar credibilidad. La gente se siente desalentada».
«Villa», se presenta igual que en 2011, salvo por un cambio: los personajes ya no tienen 32 años, sino 42
«Villa», se presenta igual que en 2011, salvo por un cambio: los personajes ya no tienen 32 años, sino 42Pola González
Desde el país vecino, Chile, el tono de Guillermo Calderón cuando se habla de política es muy parecido al de su colega de profesión; el director de Villa (Teatros del Canal, Sala Negra; 10 y 11 de noviembre) se muestra apagado, muy parecido al sentir de su compatriota Marco Layera: «De no haber sido por el confinamiento de la pandemia, el estallido hubiera sido imposible de parar. La energía seguía subiendo, la Policía no podía seguir con el ritmo y el gobierno estaba derrotado. Parecía que el presidente iba a tomar un helicóptero en cualquier momento para huir». Pero llegó la Covid y todo se detuvo. «El sistema se restituyó desde los medios y revalidaron el rol de unas fuerzas de seguridad que habían sacado los ojos a 450 personas [durante las protestas]». Se esfumó cualquier sueño. No se logró el cambio de Constitución ansiado y los ecos que sonaban desde el poder «recordaban mucho a los de la dictadura», sostiene Calderón.
En concreto, fue eso lo que llevó al director a retomar Villa, estrenada en 2011: «Para nosotros, el 50 aniversario del golpe de Estado [11 de septiembre de 1973] fue en 2018 y no en este 2023. Entonces se repitió la dictadura y se demostró que todos los esfuerzos que hicimos desde la cultura o las instituciones no sirvieron. Nunca se fue», denuncia. «Ahora tenemos una generación de personas traumatizadas porque se desató la violencia extrema en el momento que el presidente dijo que estábamos en guerra».
Regresa de esta forma la obra sobre la Villa Grimaldi –«un campo de concentración secreto de la dictadura de Pinochet en el que se realizaron torturas que son insoportables de leer hoy», define– con un solo cambio: «Las actrices ya no dicen que tienen 32 años, sino 42», cuenta quien tiene doble trabajo en este Otoño, pues también presenta el Constante (23 y 24 de noviembre en el Teatro de la Comedia) de los tres Calderones: él, Guillermo Calderón; Gabriel Calderón, su «amigo» uruguayo con el que le confunden todo el rato y con el que ha llegado a un pacto para desdoblarse el uno en el otro cuando les confundan; y don Pedro Calderón de la Barca, autor de El príncipe constante que inspira la pieza.