Teatro

Aranjuez

Enrique Salaberría: «Estamos aburriendo al público; hay que arriesgar más»

Los teatros que gestiona con Smedia acaban de recibir su espectador 10 millones

Enrique Salaberría: «Estamos aburriendo al público; hay que arriesgar más»
Enrique Salaberría: «Estamos aburriendo al público; hay que arriesgar más»larazon

Enrique Salaberría no es un empresario teatral al uso. Desde la heterodoxia, navegando siempre en solitario y a veces contracorriente, ha convertido a su grupo, Smedia, en uno de los más importantes del panorama escénico de Madrid. Gestiona media docena de teatros: Infanta Isabel, Compac Gran Vía, Pequeño Gran Vía, Cofidis Alcázar, Fígaro, Lara y Galileo. Y acaba de sumarle a la ecuación el Real Coliseo Carlos III de Aranjuez. Ya saben que los de Madrid nacemos donde queremos, por eso él, que lleva en la capital desde 1988, tiene raíces zamoranas y creció en San Sebastián se siente de Bilbao. Así que no, no tiene ocho apellidos vascos, «ni hace falta –responde–, basta con tener buen corazón y creer a la gente y quererla». Sus teatros llevan diez millones de espectadores y éxitos como «Gorda», «Un Dios salvaje», «Espinete no existe» o «Burundanga». Una excusa perfecta para conocerle. Ojo, es un verso libre. Denle un punto de apoyo y... quién sabe.

–Diez millones de espectadores, que se dice pronto. ¿Cuál es la receta del éxito?

–Constancia, trabajo, dedicación a una idea que te ilusiona. Aquí me quedo, como el «Cholo» Simeone: creer y trabajar.

–O sea, que es atlético...

–Soy de aquellos que creen en ideales.

–Puede sacar pecho de haber descubierto a Dani Rovira mucho antes de que tuviera acento del norte...

–Sin lugar a dudas: estaba con nosotros en este teatro, el Cofidis Alcázar. Pero también produjimos «Burundanga», que es una reflexión sobre todos esos tópicos. Y fíjate el éxito que ha logrado durante estos cinco años que lleva en el Lara.

–¿Ha llegado a conocer a los espectadores, a saber lo que quieren?

–El público quiere que se le diga la verdad. Que le hablen de lo que le preocupa, le duele y le hace sonreír o amar... «Burundanga» no deja de ser una comedia romántica que habla de algo tan duro como fue el terrorismo en España, que generó tanta crueldad. Cuando se está delante de inútiles hay que reírse de ellos, sean políticos, terroristas o lo que sea. Sin querer compararlos a unos y a otros, naturalmente.

–Dice que el público quiere que le hablen de lo que le duele, lo que le preocupa... ¿Qué le duele o emociona?

–Me preocupa cuando veo a alguien que no sonríe, cuando frunce el ceño porque no le van las cosas como esperaba; ver que las estructuras sociales, que hasta ahora nos han servido para entendernos y respetarnos, se están desmoronando, que todo a nuestro alrededor se ha descompuesto y desvirtuado. Nosotros, como profesionales de las artes escénicas, estamos obligados a acercarnos más al público. Me preocupa ver cómo nuestro sector está en estos momentos perdido, desorientado. En el teatro ahora mismo, todo el mundo está haciendo más de lo mismo.

–Y usted, ¿qué está haciendo?

–Yo intento diferenciarme y veo que me pongo a hacer monólogos y todo el mundo hace lo mismo. Apuesto por la danza clásica, y de repente ésta se repite en Madrid. No tiene sentido que la ciudad no tenga más variedad cultural. Hay que decirlo con tranquilidad: estamos aburriendo al público. Hay que arriesgar más.

–Producir teatro en España es...

–Ése es un problema que va más allá de una cuestión económica o de equipos. Uno de los problemas es que a Madrid le falta su definición emocional. ¿En qué elementos comunes queremos crecer? ¿Cuáles de ellos queremos que pervivan en el tiempo? Ahí entra el fútbol, pero también las artes escénicas y las plásticas, el periodismo, la televisión... Y esa apuesta es económica.

–¿Me está diciendo que hace falta poner más dinero en Madrid...?

–No, yo no sé qué hace falta. En EE UU lo hace la inversión privada porque existen estructuras jurídicas... ¡Eso que se llama mecenazgo! Algo que se habló hace cuatro años y todo el mundo ha olvidado. Hay un desprecio terrible a la cultura y los valores comunes. También a la unidad nacional, a lo que nos une. Y la mejor manera de destruir es no invertir en lo común. Y es evidente ques está afectando a la creación. Es una enfermedad que viene de muy atrás y está rompiendo el hilo que nos une a la sociedad y que nos hace ser hermosos frente a ella. Eso que antes se llamaba «glamour»

–¿Cree que ayudará la nueva iniciativa de la Academia de las Artes Escénicas?

–Realmente era algo muy necesario. Felicito a aquellos que han luchado por una Academia Nacional de España como elemento identitario y unificador de valores y de honradez. Pero a Madrid le falta una apuesta estratégica entre las instituciones y el sector. Es evidente que las instituciones no nos quieren. No existe un modelo fiscal y administrativo que permita el desarrollo de la industria.

–Siete teatros en Madrid y otro ahora en Aranjuez. ¿deja algo para los demás?

–Mi obligación es trabajar y dar de comer a las 200 personas de esta empresa. Bueno, yo no les doy de comer: ellos, con su trabajo diario, consiguen que esto funcione y que el que coma sea yo.

–¿Y es de comer bien?

–Sí, me encanta cocinar. Y la cocina se basa en la materia prima, en no estropearla. El teatro es igual.

–¿Es de los que están cabreados al 21%?

–No, yo no estoy cabreado: yo felicito a Montoro por cómo ha conseguido destruirlo todo. Es el ministro que mejor ha cumplido sus objetivos. Para el de hacer desaparecer al sector, el 21% del IVA está muy bien.

–Ahora triunfa la comedia...

–Es verdad que el público está demandando más comedia, y no hemos sido capaces de entenderle. Hay que darle más vueltas a qué es el teatro. A las instituciones públicas les diría que no olviden su responsa-bilidad en el I+D, que estén cada día con los creadores más rebeldes, incipientes e innovadores.

–¿Cómo era cuando llegó hace 20 años?

–Joven, ingenuo, muy provocador y arrollador...

–Arrollador lo sigue siendo.

–Es que los genes no cambian.

¿Y cómo se ve dentro de otros tantos?

–Me gustaría destruir los privilegios que impiden que el teatro crezca y que están en nosotros mismos, en un sector envejecido y conservador.