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“Firmado Lejárraga”: El nombre esclarecido

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Autoría: Vanessa Monfort. Dirección: Miguel Ángel Lamata. Intérpretes: Cristina Gallego, Gerald B. Filmore, Eduardo Noriega, Alfredo Noval y Jorge Usón. Teatro Valle-Inclán. Sala El Mirlo Blanco. Hasta el 5 de mayo de 2019.
Nunca es tarde si la dicha es buena; eso es lo que tal vez pensaría María Lejárraga si levantase hoy la cabeza y viese cómo la comunidad académica ha empezado a reconocer su valiosa aportación a la literatura del primer tercio del siglo XX tras descubrirla como inequívoca autora de una ingente cantidad de obras que fueron firmadas por su marido, el también escritor, empresario y director teatral Gregorio Martínez Sierra. Con la puesta en escena de este pedagógico y entretenido montaje, el Centro Dramático Nacional se suma a la reivindicación del verdadero papel que jugó la escritora dentro de esa particular «sociedad» literaria que mantuvo con su esposo incluso después de haberse separado de él. Cuatro personas –no sabemos si estudiantes, profesores, escritores curiosos...– investigan la obra de Lejárraga y de Martínez Sierra accediendo a la biblioteca personal de la autora y a los documentos y cartas que en ella conservó. En el transcurso de esa investigación, en la que no falta la confrontación de puntos de vista ante la mirada atenta del fantasma de la propia Lejárraga, el pasado emerge en el escenario y se representan los acontecimientos en los que puede radicar la clave para descubrir la verdad sobre la colaboración literaria del matrimonio. Y serán los mismos actores que interpretan a los investigadores los que vayan incorporando a esos otros personajes del pasado, algunos tan conocidos como Manuel de Falla, Federico García Lorca, Joaquín Turina o Juan Ramón Jiménez.
En su dramaturgia, Vanessa Monfort hace converger así distintos planos temporales y espaciales para favorecer que el argumento discurra con agilidad y con un cierto punto de suspense que, a priori, no espera uno encontrar en este tipo de obras. En la dirección, Miguel Ángel Lamata evita, en la medida de lo posible, cualquier fisura que menoscabe ese ritmo continuo de la función y alterna los distintos planos haciendo que sea el propio lenguaje actoral –ayudado por el cambio de iluminación de Rodrigo Ortega– el que vaya rediseñando el contexto de cada escena sin que el espectador tenga dificultades para ubicarla y dotarla de significado en la acción.
Toda la función está deliberadamente cubierta de una pátina de dulzura que evidencia la intención que tiene el montaje, que es, sobre todo, la de homenajear a la protagonista, a la que da vida, en ese registro amable, casi de alta comedia, una Cristina Gallego muy convincente. Los demás actores trabajan asimismo en ese tono de simpatía que exige la representación: Alfredo Noval, como el depresivo Juan Ramón; Geral B. Fillmore, en la piel del intenso Lorca; Jorge Usón, haciendo de un Falla muy expansivo; y Eduardo Noriega –en un debut teatral que, curiosamente, no se ha promocionado mucho–, dando vida al afable Martínez Sierra.
LO MEJOR
El asunto de fondo produce interés en el público y la obra se ve y recibe con agrado
LO PEOR
La excesiva benevolencia de la dirección a la hora de dibujar el perfil de los personajes

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