Jan Fabre, 24 horas de bacanal
Canal, dependiente de la Comunidad de Madrid, abre sus puertas durante un día entero para recibir la polémica «Mount Olympus», el sacrificio «non stop» con el que el belga honra a los dioses griegos y que agotó las entradas hace meses.
Canal, dependiente de la Comunidad de Madrid, abre sus puertas durante un día entero para recibir la polémica «Mount Olympus», el sacrificio «non stop» con el que el belga honra a los dioses griegos y que agotó las entradas hace meses.
Es imposible hacerlo. Es algo de los 80, pero no de ahora. Ningún espectador hoy se quedaría a verlo», le dijeron los productores a Jan Fabre cuando, hace dos años, les planteó la idea, entonces descabellada para casi todo el mundo, de hacer un espectáculo teatral y performativo que durase 24 horas. Ni una más ni una menos. «Tengo la necesidad profunda de hacerlo», insistía él. Se preguntaba entonces el laureado creador belga si la catarsis, esa purificación del alma que, según Aristóteles, experimentaban los espectadores viendo la tragedia, podría tener cabida en el teatro actual.
Los productores cedieron finalmente a la insistencia del artista y este pudo poner en pie «Mount Olympus» para constatar, tras 17 representaciones en 17 ciudades muy diferentes a lo largo de estos dos años, que, efectivamente, el público aún puede experimentar ese fenómeno de redención, que tanto interesó a Freud, cuando ve proyectados en los personajes y en los conflictos de las tragedias sus propios miedos, infortunios, culpas y padecimientos. «En todos los lugares donde hemos estado con ‘‘Mount Olympus’’, la gente llora, ríe, aplaude, grita... Es una verdadera catarsis lo que se produce», asegura el director, que se atreve incluso a afirmar que «también lo que está ocurriendo en Cataluña con respecto a España es una catarsis».
Crítico con los nacionalismos («Todos los nacionalismos devienen en fascismo y en guerra», asegura), y defensor de esa Europa depositaria y garante de todo un legado cultural que emana precisamente de la Antigua Grecia (afirma contundentemente que «quien no defienda Europa es imbécil»), Fabre trata de recuperar en este ambicioso espectáculo, que ahora llega a Madrid en una función única y explícita, el espíritu de las Grandes Dionisias, un festival en honor al dios del vino con el que los griegos celebraban el comienzo de la siega y que duraba seis días, durante los cuales se llegaban a representar 17 obras, dando una especial relevancia a las tragedias.
El director, que cumple 30 años al frente de su compañía Troubleyn, ha contado en este montaje con la colaboración del escritor Jeroen Olyslaegers, que ha tratado de dar unidad dramática a la extensa nómina de dioses y héroes que conforman el vasto entramado mitológico del argumento, tendiendo además un puente hacia el presente. «Claro que hay una estructura dramática y argumental –explica Fabre, ante las dudas que genera siempre el término performance adherido a cualquier espectáculo–. Lo que hemos hecho es establecer vínculos entre sagas e historias, y relacionar todo ese núcleo de las grandes tragedias con el presente. Creo que hay una visión muy política y contemporánea de esas tragedias, porque existen muchas analogías entre lo que se cuenta en algunas de ellas y lo que ocurre hoy, por poner un ejemplo, en Siria».
Fatiga colectiva
Para que nadie se pierda en la complejidad dramatúrgica e idiomática –la función se representa en inglés, francés, alemán, holandés e italiano, con sobretítulos en español–, los Teatros del Canal entregarán, junto con la entrada, un mapa conceptual que permita a cada espectador reincorporarse a la trama en cualquier punto y momento tras las pausas que cada cual estime oportuno hacer. Con este fin, se han habilitado salas de descanso con mantas y todas las instalaciones quedarán a disposición de los espectadores, que dispondrán también del servicio de cafetería durante las 24 horas.
Pero no solo tendrá que descansar el público: el propósito de Fabre al extender la representación durante una jornada completa es que también los artistas y los técnicos, igual que los espectadores, se vean afectados a lo largo de la función por el transcurso del tiempo: por la fatiga, por el sueño, por el despertar, por la vigilia... Así lo explica el director: «Se trata de romper la dictadura del tiempo, la dictadura entre el día y la noche; porque tanto los actores como los espectadores tienen distintos estados de ánimo en función de momento del día en el que están. Y yo lo que he querido es que pasen juntos por todos esos estados».
Director escénico, dramaturgo, coreógrafo, diseñador... artista multidisciplinar, en suma, donde los haya, Jan Fabre ha logrado agotar todas las entradas para este espectáculo desde que salieran en junio a la venta. No hicieron del todo mal sus productores dejándose convencer.