Teatro

Barcelona

José Sanchis Sinisterra: «Me cuesta decir ‘‘no’’ cuando veo un poco de locura»

Dice Sanchis Siniesterra que fue «un impulso delirante» lo que le llevó a escribir «Los figurantes»: le pedían una obra modesta para dos actores y él imaginó a lo grande otra para 19
Dice Sanchis Siniesterra que fue «un impulso delirante» lo que le llevó a escribir «Los figurantes»: le pedían una obra modesta para dos actores y él imaginó a lo grande otra para 19larazon

Dice que escribió la obra en 1989 para meterla en un cajón y que nunca viera la luz, pero el Nuevo Teatro Fronterizo, que lidera, le puso el capote delante y entró hasta el fondo en una temporada cargada de piezas con su firma.

Será su imposibilidad a la negativa la que ha llenado esta temporada la cartelera madrileña de sus obras: la incombustible «¡Ay, Carmela!», dirigida por Fernando Soto en Canal, abrió una veda que terminará con «El lugar donde rezan las putas» en el Español. Pero antes, el Fernán Gómez recupera –desde el día 2– su versión de «Tres hermanas», «Deconstructing Chéjov», y mañana dirige por primera vez «Los figurantes» –en el Teatro del Bosque de Móstoles–, una pieza que escribió en 1989 «para ser guardada en un cajón», dice José Sanchis Sinisterra (Valencia, 1940) mientras lucha «contra una de esas acometidas de la gripe que tenemos por aquí». Fue su reacción ante el éxito desbordante de «¡Ay, Carmela!». «Se acababa de estrenar y los famosillos, que nunca me habían hecho ningún caso, empezaban a pedirme otra obra baratita para dos personajes», explica. Entonces, se le ocurrió todo lo contrario: una función de 19 personajes «como ataque al divismo, aunque es la obra que mejor refleja mi ética, mi teología y mi posición ante la Historia, tiene que ver con la revolución y está dedicada al pueblo sandinista de Nicaragua. Me interesaba sacar del anonimato a esos personajes que aparecen en tantas obras de teatro y que quedan ocultos». Así, un grupo de figurantes se rebela y encierra a los protagonistas de un gran teatro en los camerinos para tomar el mando de la representación. «Como metáfora de todas las tentativas a lo largo de la Historia en las que los que no son nadie se hartan y quieren recuperar la identidad», reivindica.

–Sin perder el humor...

–Se me fue la mano con lo cómico. Me pregunto si la dimensión política queda diluida.

–¿Y por qué ahora?

–Me lo pregunto cada mañana (risas) porque desde un punto de vista económico tan mísero como el del Nuevo Teatro Fronterizo (NTF)... Delfín Estévez (director adjunto) se puso a trabajar con 19 actores, y cuando vi que la gente se comprometió a ensayar por nada de dinero hice lo imposible para ayudar. Así que soy, en cierto modo, inocente de la empresa.

–¿No sabe decir que no?

–Mis hijas se han pasado la vida diciéndome que aprenda a decir «no». Me cuesta cuando veo generosidad, entusiasmo y un poco de locura. Reconozco que me deben dar algún tipo de morbo estos proyectos porque tiendo a apoyarlos.

–Casi tres décadas desde que la escribiera, ¿cómo encaja hoy esa reflexión hacia la libertad?

–Porque es, sobre todo, un homenaje a los no protagonistas de la Historia. Quienes empujan la marcha de la civilización son los figurantes de la vida y la realidad. Nunca he escrito sobre poderosos, ricos o héroes. Me producen especial atracción los vencidos y perdedores, los anónimos.

–¿Cuánto de lo que imaginó en el 89 tiene esta obra y qué ha cambiado en este 2018?

–El problema es que no confiaba en que se representara. Mi teatro, ya sea por motivos políticos o porque era poco convencional, no tenía salida y escribía para guardarlo en un cajón. En este caso fue un impulso delirante lo que me llevó a escribir «Los figurantes». Siempre tengo miedo de que mi teatro quede anticuado, pero aquí el equipo dice que lo encuentra absolutamente actual y necesario para estos tiempos. Algo que me tranquiliza.

–¿Dónde está esa vigencia?

–Probablemente en que el 99% de la población, que parece tener la única misión de sujetar la lanza, sigue fuera del foco de los medios. Los que sufren el día a día de la historia son los figurantes, los don nadie. De todas formas, es una pieza que profesionalmente en España solo conozco el montaje de Carme Portaceli. Fuera sí la han hecho grupos «amateurs» porque permite que actúe mucha gente y es una reivindicación.

–¿Han intentado nuevas dramaturgias?

–La coralidad como igualdad dramática, que no es nada fácil de resolver. Aquí quise que los 19 papeles tuvieran el mismo peso.

–Destaca Delfín Estévez que han levantado el montaje «desafiando al ecosistema cultural».

–Cada día me sorprende que estos 19 locos vengan porque ya saben que no podemos darles una compensación económica.

–¿En qué punto está NTF?

–Aaaay (suspira), no me lo preguntes... Estamos pendientes de que nos llegue una subvención que por fin nos ha concedido el Ayuntamiento. Nos da un respiro, pero sin echar las campanas al vuelo.

–En lo personal, está siendo una temporada completita.

–(Vuelve a suspirar) No sé si voy a aguantar, es demasiado para mi edad. Estrenamos ya, el lunes empiezo a ensayar en el Español mi último texto –«El lugar donde rezan las putas»– y paralelamente hay otras cosas mías que, afortunadamente, no dirijo. Son casualidades. Estoy hasta asustado.

–De Barcelona viene su versión de «Tres hermanas», una pieza reducida al mínimo, como este mismo año hizo Rigola con «Tío Vania», también de Chéjov.

–No la pude ver, pero me contaron que es un procedimiento familiar. Lo vengo haciendo desde hace muchos años y me gusta porque son autores cuyos textos podemos destrozar y, aun así, sobrevivirán. No tengo inconveniente en someterlos a intervenciones quirúrgicas.

–Chéjov habla de la decadencia de la clase social privilegiada. No parece algo muy actual, ¿no?

–Al contrario. El mito revolucionario de las expectativas de las clases oprimidas parece un motor histórico que ha quedado desactivado. El hundimiento del Imperio soviético dejó las manos libres al sistema capitalista y ahora parece que no hay ningún movimiento equivalente en el horizonte. Somos la única especie que aniquila su propio entorno con este sistema genocida. Pero no perdamos de vista las pequeñas iniciativas heroicas y revolucionarias que ocurren en rincones del planeta y la sociedad.

–¿La revolución actual que más se está dejando ver es el #metoo contra los abusos machistas?

–El sistema patriarcal es algo todavía más difícil de cambiar que el económico. No veremos una humanidad igualitaria a nivel de género hasta dentro de muchas generaciones... Si hay suerte. Llevamos milenios con una enseñanza asimétrica entre varón y hembra y eso no se cambia con un decreto político. En la educación hay una esperanza, pero es lenta.

–Ya sabe que el debate educativo es infinito...

–Como me he dedicado a la enseñanza toda la vida sé lo importante que es la etapa de trabajo con los adolescentes. Me desespera la mediocridad de las instituciones públicas con respecto a la base de todo. Hay que formar ciudadanos decentes, inteligentes, progresistas y cultos. Y ya paro que no son horas de predicar.

–¿Desde el escenario sí?

–Ahí sí.