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La vida detrás de las máscaras

Los alemanes Familie Flöz llegan a Canal con «Infinita», su espectáculo de caretas en el que sin hacer una mueca completan una reflexión sobre la fugacidad de la vida, desde el primer llanto hasta ponerse frente a una tumba.
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Los alemanes Familie Flöz llegan a Canal con «Infinita», su espectáculo de caretas en el que sin hacer una mueca completan una reflexión sobre la fugacidad de la vida, desde el primer llanto hasta ponerse frente a una tumba.
Que a alguien le pille por sorpresa ver un escenario lleno de máscaras es que de la historia del teatro sabe lo mismo que de las singularidades espaciotemporales dentro del marco de la relatividad general –Stephen Hawking y compañía al margen–: nada. Ya en la Antigüedad egipcios, griegos y romanos cubrían sus rostros durante las representaciones y las fiestas. Era una forma de separar el actor del personaje y, de paso, hacer que este último se pareciera de «verdad» a su original. Pelo, barba, cicatrices... todo lo que hiciera falta para no perder credibilidad. Debajo, unos hombres y mujeres que se ahorraban muecas forzadas en su representación; a la vez que todo lo que significase la gestualidad con el resto del cuerpo se volvía más y más importante. Lo que no se decía con la cara hipotecaba al resto del susodicho. Sin lágrimas posibles, ni rojeces, ni bostezos, ni sonrisas, los movimientos eran los encargados de suplirlos. ¿Cómo? Con mucho arte.
El mismo con el que regresa a los madrileños Teatros del Canal la Familie Flöz. Esta vez lo hace con «Infinita» –el montaje que ya presentó a finales de 2011 en Matadero– y, por supuesto, con sus caretas «derretidas» en la maleta. «El cuerpo es nuestro instrumento de comunicación más antiguo. En cierto modo, lo que proporciona la máscara es hacer hincapié en el cuerpo y la forma de moverse. Y la especialización de la gente en lenguaje corporal es increíble. El público lo lee todo, puede que inconscientemente, pero tiene un conocimiento muy profundo. Es maravilloso usar ese conocimiento como artista porque hace posible un vínculo muy profundo con el espectador», contestan desde Flöz. Palabras que vienen a confirmar la máxima de la compañía alemana en la que defienden que sus piezas no se limitan al texto o la expresión facial «lo que pasa es sencillamente que los resituamos en la imaginación del público», completan.
El montaje que presentan ahora en la Sala Roja –la grande– supone una reflexión sobre extremos de la vida: los primeros y los últimos instantes. «Cuando suceden los milagros más sorprendentes», explican: la llegada al mundo, los intrépidos primeros pasos y hasta esa primera y pronunciada caída. «Hablar de una persona en la mitad de la vida, normalmente hablamos de trabajo, responsabilidad, tareas, familia... Y en ‘‘Infinita’’ nos interesaba observar a la gente en el periodo anterior y posterior a lo que llamamos mediana edad –cuentan–. Levantarse por primera o por última vez, volver la vista atrás o mirar adelante, momentos durante los cuales estamos cerca de cerrar el círculo». Siempre debajo de las caretas, que no falten: «Son una herramienta completamente universal e internacional. Pueden conmover a cualquier tipo de público en cualquier lugar del mundo. Las máscaras pueden conseguir la identificación de un modo muy sutil y al mismo tiempo muy inteligente».
Pechstein en el personaje principal se presenta sentado en su silla de ruedas ante la tumba de su pareja. Y a través de un solo «flash-back» se cuenta la historia: el protagonista de bebé, la separación de la madre, la primera aparición de Mara, su pareja en la vida... «Pero de otro modo, la cronología de la vida gira en círculos al ser recordada –recuerdan desde Familie Flöz–. Como los dos son músicos, las imágenes de la memoria de él y la de ella se entrelazan por medio de la música en forma de fragmentos de vida». Porque «Infinita» combina la música y sonidos en directo y pregrabados. Y con la iluminación y el vídeo también dentro de la historia que se cuenta. «Aquí la música es esencial. Es el contrapunto de lo que vemos, algo que no tiene corporalidad y que está de algún modo más conectado con el infinito».
w una enfermedad sin cura
Un juego sobre la fugacidad de nacer y envejecer. Una vigorosa sucesión de escenas sobre el destino inevitable del ser humano. Ya lo dijo un sabio: «La vida no es más que una enfermedad de transmisión sexual que no tiene cura». La vida en sí misma –«esa fuerza creativa que nos permite triunfar y fracasar», puntualizan los alemanes– es la protagonista absoluta. Un mosaico compuesto con simplicidad y virtuosismo y un guiño a la infinidad del nacimiento, el sexo y la muerte; y toda la infinidad de elementos que se pueden englobar dentro o alrededor de estos, pero «no obstante, contado desde la comedia», argumentan. Pieza en la que apenas trabajan dos parejas de actores, pese a las apariencias: «Cada uno de nosotros interpreta tres personajes diferentes, con cambios muy rápidos. Normalmente el público no cree que haya cuatro actores participando, sino muchos más».
«Infinita» supone una pincelada del trabajo de una compañía que surgió en 1996 con la representación de «La Familia Flöz sale a la superficie», producida en una mina de carbón clausurada en el Ruhr. El espectáculo que años más tarde daría nombre a la compañía, «porque expresa un aspecto importante del concepto que tenemos de nosotros mismos: “Flöz” es un depósito sedimentario de materia prima. Tratamos de sacar esto a la luz, hacerlo visible. Esa materia prima no es más que la eterna búsqueda del ser humano de amor, reconocimiento, nuestros miedos, nuestros sueños y nuestros fracasos. Contar algo sobre eso con toda sinceridad pero sin revelar nuestros secretos», cierran.

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