Con apuntador y pinganillo

"Lear" pone La Abadía patas arriba: un actor nuevo cada noche

Andrea Jiménez rompe con la norma para dirigir la función en directo y a través del pinganillo; los intérpretes (Miguel del Arco, Alberto San Juan, Andrés Lima...) se pondrán por primera y última vez en la piel del rey shakespeariano

Andrea Jiménez trabaja con una generación de actores con la que no lo hizo hasta hoy
Andrea Jiménez trabaja con una generación de actores con la que no lo hizo hasta hoyBarco Pirata/Teatro de la Abadía

«Singular, pero arriesgado». Esa es la carta de presentación que Juan Mayorga hace de la versión del Rey Lear de Shakespeare que programa en su Abadía: Casting Lear, la propuesta que Andrea Jiménez aprovecha para rendir cuentas con su propia familia. «Shakespeare y mi padre siempre me han dejado sin palabras; no he sabido relacionarme con ellos», justifica de un montaje estrechamente vinculado a su biografía. «Hago espectáculos de las cosas que no entiendo porque intento conseguir respuestas en tiempo real, y esta obra proviene de preguntas que llevaban mucho tiempo sin resolverse en mí. Traer esto es un desgarro interior. Es tratar lo que más miedo me da. Pero esa suele ser mi regla: ir allá donde está el miedo y aquí me lo he encontrado de frente».

Sin embargo, lo que hace «especial» a esta pieza no está tanto en su contenido, que no deja de ser una adaptación, como en su forma, «fascinante», puntualiza el anfitrión y dramaturgo. Jiménez propone «una gestión en directo de un actor que no conoce el texto y que viene a hacer de Lear», explica. Junto a este, Juan Paños –que ya trabajó con la madrileña en Man Up– hace de apuntador/Conde de Kent, ese fiel servidor que no abandona en ningún momento al rey; y a su vez, la actriz-directora-autora «da las instrucciones por un pinganillo al tiempo se desdobla en el personaje de Cordelia». «¿Lo repite?», bromea Mayorga sobre lo que su creadora define como «un juego desequilibrante». En resumen, «cada noche un actor nuevo se enfrenta por primera y última vez a un texto que no conoce y, además, será dirigido mediante unas indicaciones que solo él escuchará». La mera decisión formal ya explica de algún modo la historia original de Shakespeare.

Entre la «performance», la autoficción y el ensayo, Casting Lear promete ser «una manera de llevar más lejos la forma de explorar los clásicos y de mirar el lugar del que venimos, pensar los orígenes y poder retarlos, pero también de celebrarnos», en boca de su ideóloga –apoyada en la dirección por Úrsula Martínez y en la dramaturgia por la guionista Olga Iglesias–.

En total, Jiménez hará desfilar por la Sala José Luis Alonso de La Abadía a 16 intérpretes diferentes (uno más si se incluye el ensayo general) que rompen con lo que la directora había hecho hasta ahora en su etapa de Teatro en Vilo: «Es una generación que no conocía por endogamias varias y todos han dicho “qué bien que me dirija una directora joven”. No nos habíamos relacionado y ahora tenemos que ver cómo hacerlo. Son actores, hombres mayores, que están dispuestos a enfrentarse al vacío y a ser dirigidos en directo por una mujer más joven que ellos». Pretende subvertir con ello la jerarquía que dicta que un señor de cincuenta o sesenta y tantos junto a una mujer de treinta/cuarenta son director y actriz, maestro y aprendiz o profesor y alumna. Aquí no. En La Abadía es ella la que tiene el poder: Cordelia ha sido víctima de un repudio y busca el perdón, pero no se pone en el lugar de la víctima, sino a los mandos. «Juegan con sus reglas», añade Jiménez.

Así, Alberto San Juan, Andrés Lima, Miguel del Arco, Mariano Llorente, Jesús Noguero y Ernesto Arias son algunos de los actores que aceptarán el reto de ser Lear por una noche ante la sorpresa de la actriz: «Tiene mucho valor estar dispuesto a mostrar la fragilidad y vulnerabilidad».

Del mismo modo que Andrea Jiménez vive al margen del Lear que actúa cada noche, el público también acude a ciegas: «Sería aburrido que la gente viniera a ver a un actor determinado. Lo interesante es el encuentro. Ese es el acto de amor [del propio intérprete y del espectador]. Ponerse en manos desconocidas, jugar, el vértigo», defiende Jiménez: «Es teatro en vivo, diferente e irrepetible».

Y en esa partida, el pinganillo «no es casualidad», avisa la directora. En ningún momento se esconde. «Es explícito. El truco está a la vista. No se guarda nada. No hay secretos. Primero se muestra el truco y luego llega la magia», asegura Paños. El pinganillo se convierte en metáfora del juego que se acepta al ponérselo y también de ese rey que deja el control a terceros y se hace dependiente de sus hijas al llegar a la vejez. Obliga al intérprete a perder el control de sí mismo y entregarse a los caprichos de Paños y Jiménez (o de sus respectivos personajes). «Yo soy Cordelia y directora –afirma la creadora–, e igual que mi personaje intenta entender a Lear, la directora intenta entender a su actor».

El Bardo y la nada

Casting Lear se imaginó casi como una partida de tenis. El escenario se iba a convertir en una pista digna de Wimbledon o Roland Garros, pero el teatro habló y Jiménez escuchó: «Hace tres meses yo iba a ir con una raqueta en la cabeza»; por el contrario, la función la condujo a un «ejercicio de síntesis radical muy complejo». «La obra ha pedido a gritos la nada. No hay atrezo ni vestuario, el actor no sabe nada, ni yo ni el público sabemos nada de quién es el actor que viene esa noche». Se da así importancia a una palabra, «nada», muy relevante en El rey Lear.

Además, Andrea Jiménez, sin quererlo, también toma el personaje de «loca». Si Edgar guía a Gloucester a un falso acantilado para que salte, el montaje pretende repetir ese falso salto al vacío: «Gloucester es el signo de los tiempos en los que los locos guían a los ciegos... Pues yo soy esa loca», sostiene de esta reflexión sobre el origen, la nada, la paternidad, el amor y un perdón que, como dijo Reyes Mate en la misma sala de La Abadía, «es el poder de la víctima»; «un poder enorme», añade Mayorga.

Y, como complemento, el teatro propone una pequeña exposición en el Absidiolo a partir de la función de Jiménez en la que invita, con materiales del Centro de Documentación de las Artes Escénicas y de la Música, a la reflexión sobre la relación de padres e hijas mediante diversos personajes. En concreto, qué rol han tenido las hijas con sus padres, a menudo los protagonistas de las obras, qué se ha esperado de ellas y cómo esa relación ha definido sus personajes.

  • Dónde: Teatro de la Abadía (Sala José Luis Alonso), Madrid. Cuándo: hasta el 28 de abril. Cuánto: 24 euros