Teatro

Sevilla

Reencuentro con Herr Zweig

Excéntrica producciones recrea los últimos momentos de la vida del escritor austríaco

Reencuentro con Herr Zweig
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Excéntrica producciones recrea los últimos momentos de la vida del escritor austríaco

El 22 de febrero de 1942 Stefan Zweig (Viena-1881) y su mujer morían abrazados tras ingerir veronal en la ciudad brasileña de Pretrópolis y después de dejar una nota de despedida en la que les pedían a unos amigos que se hicieran cargo de su perro. Ambos estaban convencidos de que las botas del nazismo asolarían todos los territorios libres del mundo, de que la cultura europea, que tanto había dado al ser humano, estaba al borde de la desaparición y de que para ellos no habría ninguna oportunidad de mantener la libertad y felicidad de la que hasta entonces habían gozado.

Zweig, que desde hace unos años ha recobrado el favor del público tras la recuperación de la mayoría de sus obras, se suicidaba con la plena conciencia de que toda una forma de vida y pensamiento estaban ya aniquilados de antemano con las noticias que llegaban al continente americano en las que se daba cuenta del avance de las tropas del Eje en los distintos frentes de batalla. Allí, alejado del sustrato que más amó, de la tierra de la cultura en la que hundió su labor como intelectual y escritor, Zweig dejaba de existir en un pequeño catre y con él una de las obras más importantes del pensamiento del siglo XX. Quienes hoy ven las terribles fotos de los cadáveres junto a la mesilla de noche, agarrados, bajo la luz de un flexo, no pueden comprender el peso tan grande que tuvo quien durante los primeros años de la centuria pasada fue uno de los escritores más populares de su tiempo al que el cine llevó a la gran pantalla su trabajo.

Quizás, con su muerte, acababa una manera de entender muchas cosas que ya no serían iguales después de la II Guerra Mundial, pues lo primero que habría que destacar de su personalidad y su trabajo, reflejadas ambas en «El mundo de ayer», es la ausencia total de convenciones y encorsetamientos propios de las sociedades enfrentadas nacidas tras la Conferencia de Postdam. En primer lugar, por su condición de judío, de la que sin renegar en momento alguno, pero con la que nunca se sintió especialmente y sí con la pertenencia a la cultura alemana a la que pertenecía y amaba hasta la extenuación. Vivía como un europeo libre, culto y cosmopolita sintiéndose cómodo en cualquier parte del mundo en el que pudiera seguir aprendiendo y desarrollando su labor de escritor, es decir, con su trabajo y su vida pudo hacer realidad su cosmopolitismo y libertad de pensamiento. En cualquiera de sus novelas, biografías o ensayos, la mayoría recuperados espléndidamente por la editorial Acantilado, puede apreciarse el intenso poder de la cultura, la tolerancia y la ausencia de prejuicio que tenía tanto él como buena parte de la sociedad europea que acabó masacrada por los conflictos bélicos de los años treinta y cuarenta.

Viene el autor austríaco debido al estreno de «Una hora en la vida de Zweig», que desde ayer se puede ver en la sala la Fundición de Sevilla de la mano de la compañía Excéntrica Producciones y la dirección de Sergi Belbel. En escena, Roberto Quintana, Celia Vioque y Gregor Acuña, quienes rescatan un texto del autor Antonio Tabares sobre los últimos momentos del escritor. Tanto él como su mujer ya están muertos, han decidido su suicidio y sólo esperan unas horas para acabar con su existencia, pero llaman a la puerta y parece que todo cambia. La llegada de un desconocido es una apertura a la vida de nuevo, una última oportunidad de volver a entroncar con la vital pero a la vez duda constante para saber quién es ese hombre que llega al final de sus vidas. ¿Un judío en busca ayuda, un espía de la Gestapo o simplemente un admirador loco que va en busca del ídolo? El gran maestro le abre las puertas de su casa y vuelve a reflexionar sobre todo aquello que le ha preocupado en tantos años de creación literaria, conferencias, estudios, viajes y encuentros con personalidades.

El título hace un guiño a una de sus novelas más famosas, «Veinticuatro horas en la vida de una mujer», y puede que el resto, las 23 restantes que no ofrece la representación se puedan ocupar con la lectura a lo largo del fin de semana de algunas de sus excepcionales piezas que son la mejor muestra de aquella Europa perdida y ya sólo existente en la cultura que produjo.