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Si todo el mundo pudiera acceder a su memoria esto es lo que pasaría según Jennifer Egan

La novelista, Premio Pulitzer 2011, publica «La casa de caramelo», una ficción que ahonda en las consecuencias de una tecnología que permitiera a los seres humanos poner en línea sus recuerdos y pensamientos
Jennifer Egan
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La escritora norteamericana Jennifer Egan ganó el Premio Pulitzer en el año 2011 con «El tiempo es un canalla», una ambiciosa novela que retrataba la industria musical desde los años setenta hasta el periodo de inseguridades que abría el 11-S. Un proyecto narrativo que continúa en «La casa de caramelo», publicada también por Salamandra, y que se adentra en un argumento que cualquiera definiría de ciencia-ficción si no fuera por su evidente actualidad y visos realistas, como si consistiera en una profecía que estuviera en trance de cumplirse o que se ha cumplida y que empezamos a discernir con claridad. «Como ser humano, me siento muy preocupada con las nuevas tecnologías. Todos nos están diciendo que debemos preocuparnos. Chat GPT se ha recibido con espanto y mucha preocupación pública por los impactos negativos que puede acarrear, pero todavía mantengo la fe en el ser humano. Creo que podemos hacer cosas notables. Me preocupa el cambio climático hasta el punto de que siento pánico sobre el futuro de la humanidad, pero también considero que serán precisamente nuestras habilidades tecnológicas, y la inteligencia artificial es tecnología, las que nos salvarán de esta crisis».
La novelista describe en esta obra cómo un empresario, Bix Bouton, patenta una herramienta informática que permitiría acceder a los recuerdos de las personas que se registraran en ella, una premisa que, en principio, haría dudar de su plausibilidad, pero que para la autora está claro: «Yo creo que la gente se metería sin dudarlo en una máquina de este tipo». En realidad, el argumento no está situado tan lejos de nosotros y nos recuerda lo que está sucediendo hoy en día con las redes sociales, donde los usuarios vierten no solo sus opiniones, sus sentimientos y fotos, convirtiéndose en una especie de memoria auxiliar externa a la que muchos pueden acceder ya.
«La memoria, a nivel personal, representa nuestro pasado. Es nuestro activo. La memoria es la versión comisariada de nuestra vida. Es fascinante. El trabajo de un escritor de ficción es profundizar en la conciencia de los seres humanos y en lo que contiene. Para hacer eso, resulta inevitable hablar de la memoria, porque es lo que guarda nuestras experiencias anteriores». Para ella existe un asunto igual de interesante en un dispositivo así. Ofrecería la oportunidad de contemplar «cómo funciona y cómo desechamos unos hechos y nos quedamos con otros. Como autora, reflexiona sobre la relación de la memoria con la narrativa, porque la memoria crea un relato para cada uno de nosotros. Es la herramienta que da sentido a un relato y la vida de las personas. Transforma la existencia en una historia».
La misma Egan recapacita sobre las consecuencias de que se materializara una máquina que permitiera a las personas acceder a la memoria de otras personas. «Sería como abrir la caja de Pandora», reconoce. Pero después introduce un matiz y una explicación de por qué los hombres, si existiera algo así, terminarían participando: «En las redes sociales contemplo ese afán de las personas ser comprendidas en lo más profundo. Es una necesidad humana muy enraizada. Queremos que alguien sepa lo que pensamos. Lo que estoy planteando es que sencillamente te pones una auricular, miras un vídeo y ya se puede saber, a la vez que conocemos las percepciones que tiene una persona». La diferencia de lo que Jennifer Egan plantea y lo que tenemos en la actualidad es que no quedan rincones para las imposturas y las mentiras. «Las redes que existen en nuestro tiempo son una especie de propaganda personal, que, si tengo a una mujer que es una maravillosa, aquí estamos siempre estupendos... Esto también tiene un papel psicológico que aparece en este libro, pero hay que ser conscientes de que estos mecanismos que enfatizan la felicidad tienen un rol psicológico en las personas, pero tenemos que ser conscientes de que esa felicidad no es la realidad».
La escritora, que rechaza que su novela sea una distopía, no duda en plantear un paralelismo entre la literatura, las redes sociales y las máscaras que usamos de manera cotidiana en la sociedad. «Todos los individuos nos mostramos y exponemos a través de una máscara. De hecho, la novela se inventó para explorar esta brecha existente entre la presentación social y la vida interna de cada uno de nosotros. La poesía épica no podría, por ejemplo, explorar la distancia que hay entre la conciencia y la interacción social. Podríamos asegurar, de todas maneras, que estamos viviendo en una mentira, por esta impostura, pero es comprensible que no puedas decir siempre lo que se piensa, aunque nos enfademos por eso en ocasiones. Por otro lado, Trump dice lo que piensa y hace lo que quiere. Eso lo convierte en un monstruo. Un monstruo egoísta. Tenemos que mentir, aunque sea un poco, porque mentir nos protege de nosotros mismos».