Luis Alberto de Cuenca: «La corrección política es tan siniestra porque no tiene sentido del humor»
El nuevo director de la colección Alma Mater de clásicos griegos y latinos, uno de los mayores proyectos culturales que existen en nuestro país, defiende la necesidad de las humanidades y comenta el retroceso que han sufrido en estos años
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La biblioteca de es una de las más adecuadas vertebraciones que pueden existir entre la llamada alta cultura y la cultura popular. Un lugar de encuentro, y no de desencuentro o rivalidad, donde los cómics de Tintín y Conan, el universo de Star Wars o esa figura referente de la arqueología cinematográfica actual que es Indiana Jones se codean con «El libro amarillo», el nombre por el que se conoce a la primera edición de «Drácula» de Bram Stoker, «uno de mis libros favoritos»; las primeras impresiones de las obras de Valle-Inclán y los «Episodios nacionales» de don Benito Pérez Galdós, o los volúmenes cuidadosamente encuadernados que conservan los ejemplares de «El artista», la revista donde José de Espronceda publicó por primera vez la «Canción del pirata» en el año 1835. Él mismo, de pie, subraya, con una pasión cada día más difícil de encontrar, las variantes poco conocidas que existen en unos versos de esta obra del poeta. Después, mirando a su alrededor, a todo ese mundo encuadernado, asegura con un respiro que no disimula su alivio, que «afortunadamente ya se está superando la dicotomía entre la alta cultura y la popular».
Luis Alberto de Cuenca, escritor, cinéfilo, filólogo, miembro de la Real Academia de Historia y letrista de las canciones más reconocidas de la Orquesta Mondragón, traductor –suya es la versión de los muy enjundiosos y recomendables «Sonetos lujuriosos» (Reino de Cordelia), de Aretino– es, sobre todo, poeta, como prueba el volumen de su poesía reunida en Cátedra y también su último título publicado: «Después del paraíso» (Visor).
A todo lo anterior, y a su paso como director de la Biblioteca Nacional y sus años como secretario de Estado de Cultura, suma ahora un puesto nada menor y también de clara relevancia: director de la colección Alma Mater que publica el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, uno de los mayores proyectos culturales que existen en nuestro país y el único proyecto bibliográfico que brinda a los lectores la oportunidad de adentrarse en los grandes clásicos griegos y latinos a través de ediciones bilingües y las anotaciones apropiadas. «La diferencia con la editorial Gredos es bastante importante. Esta última solo ofrece el texto en español. En cambio, en la nuestra se encuentra el texto original en latín y griego y va acompañado con su adecuada traducción, notas y un oportuno aparato crítico».
Luis Alberto de Cuenca, con corbata, sentado en un sillón, respaldado por centenares de libros que conserva en anaqueles y estanterías, da cuenta de cómo esta empresa nació a instancias del Catedrático de Latín Mariano Bassols de Climent y cómo en 1973 tomó su relevo Francisco Rodríguez Adrados, filólogo y académico de la Real Academia Española. «La verdad es que ahora está bastante impulsada en el sentido de que sacamos dos o tres títulos al año, lo cual es mucho porque hay que darse cuenta de lo que cuesta hacer una edición de este tipo. Estimamos que el tiempo que requiere la preparación de cada uno de los volúmenes que publicamos oscila entre un año o un año y medio, pero también se puede tardar más, como sucede con algunos de los títulos», comenta.
En un mundo voluble, de vidas acuciadas por las premuras y las dictaduras que imponen lo inmediato, Luis Alberto de Cuenca explica por qué resulta imprescindible detenerse en sacar adelante una tarea de este calado y envergadura. «Creo que estamos necesitados de cultura clásica, de algo que sea estable y permanezca. Siempre estamos cambiando de tercio y de una manera muy rápida. Y, hoy día, con lo que avecina ya la inteligencia artificial, que a la vez es interesantísimo y también terrorífico, considero que es beneficioso volver la mirada hacia atrás, hacia lo que es permanente y sólido, porque los hombres somos cualquier cosa menos permanentes; los hombres, en realidad, somos completamente caducos. Por este motivo es bueno que haya algo que sea consistente, que perdure, como es el caso de la cultura clásica, que al mismo tiempo ha configurado nuestra civilización y nuestra propia cultura, porque, no lo olvidemos nunca, nosotros también somos griegos y romanos. Aunque ahora llevemos corbata», bromea.
Sin apenas permitirse intercalar una pausa, sale a desmontar el manido criterio de pesimistas y aguafiestas que tachan a todos estos libros de la antigüedad de ser aburridos o poco entretenidos y lanza una enconada defensa de la cultura clásica: «Eso no es así. No te aburres leyéndolos. En el fondo, lees a Suetonio, por mencionar solo a uno de ellos, como si fuera una novela, porque, además, él era un cotilla. Con esto quiero señalar que todos estos autores son maravillosamente divertidos. De hecho, son geniales. Existe una idea equivocada de que cualquier cosa que tenga más de cien años es algo viejo que hay que arrumbar. Pero la pregunta que tenemos que hacernos es por qué estos textos han resistido y mantenido su vigencia a lo largo de tantos siglos. Y si es así, como es el caso de este conjunto de obras, es que todavía tienen algo que decir a los lectores que vivimos ahora, sino habrían ya perecido con el imperio romano, pero, sin embargo, se han conservado», argumenta.
En su conservación salen a relucir héroes, como Ulises, y su célebre epopeya. «La “Ilíada” nace estéril y no tiene ninguna descendencia, aunque sea prodigiosa. Pero este relato se ha detenido en la llanura de Troya. La “Odisea”, en cambio, es el inicio de la literatura universal. En sus páginas hay viajes, reencuentros, pérdidas, combates, tribulaciones. Es la epopeya del héroe, de la gente que viaja, de los nuevos Odiseos, como pueden ser Indiana Jones o Corto Maltés, de Hugo Pratt. Ulises es un héroe atípico, que es poderoso porque es inteligente y prevé las jugadas con antelación. Es muy astuto. Tiene muchas visiones. Es como un ajedrecista».
Luis Alberto de Cuenca, que reconoce, casi a modo de confesión, que está más del lado troyano que del aqueo, recomienda al lector contemporáneo leer en la colección Alma Mater la «Odisea» por estos motivos expuestos y, además, por las lecciones extraordinariamente modernas y pragmáticas que sustraerá de la lectura. Pero también hay otros libros que recomienda, sobre todo ahora que viene el verano, y en los que descansan conocimientos útiles para aumentar no solo el conocimiento propio de la persona, sino también para desenvolverse en la procelosa actualidad.
Propone de esta manera a los líricos griegos arcaicos, «que inventaron la poesía contemporánea, la poesía de la intimidad y el sentimiento del amor. Esto último no es algo que exista en nuestra mente de manera natural, sino que viene de este momento. Lo que sucede es que lo tenemos tan asimilado que nos parece natural, pero es algo artificial. El amor es un sentimiento que nace con los líricos griegos». También aboga por adentrarse en los textos de Epicteto, reunidos en cuatro volúmenes y que «son fundamentales para la vida práctica con la que solemos vernos todos los días», o del magnífico «De la naturaleza», de Lucrecio, «algo fundamental. Está editado en dos partes y el descubrimiento de este texto supuso algo formidable, algo tremendamente moderno, con una concepción de la materia inesperada».
Luis Alberto de Cuenca, que es un hombre de entusiasmos, al que le gusta contagiar y hacer partícipe a los demás de sus propios gustos, torna grave la expresión cuando se le menciona uno de los temas de actualidad: la revisión a la que determinados movimientos sociales están sometiendo a la gran cultura que hemos heredado del pasado: «La corrección política es un cáncer. Lo más terrible que nos puede suceder es la privación de libertad y el hecho de que se quiera retocar a los clásicos, ya sea un texto latino, griego o isabelino, esto me da igual, es lamentable y más que se pretenda reescribir la gran cultura con nuestra cultura y presupuestos morales». Luis Alberto de Cuenca es consciente del arrinconamiento que están sufrimiento las humanidades, se muestra a favor de recuperar las lenguas clásicas y que incluso en la política «el bagaje cultural no es el mismo que había antes, y no es que antes fueran unos grandes especialistas, pero en el ambiente permanecía el peso de este legado. Sin embargo, en estos momentos si un político mencionara autores clásicos, como Cicerón, se le acusaría de pedantería. Puede incluso que eso le restara votos», comenta riendo antes de apuntar a un hecho que él, que luce buen talante, también considera preocupante: «La corrección política es tan siniestra porque carece del sentido del humor. Es como el inquisidor, que tampoco lo tiene. Con humor todo se vence, por eso todos los grandes escritores han tenido humor, como Shakespeare y Cervantes. O también Lope de Vega y Góngora. El humor es lo que nos diferencia de los demás animales. Es una filosofía propia. La característica que nos distingue. Por eso es lógico que los hombres con talento se rían de todo».