Nicolás Sampedro: “Hablar de literatura taurina es quedarse corto, es una cultura muy amplia”
La nueva entrega de «El Aventorero» repasa la aventura americana de «Desperdicios», un torero que fue más que eso
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Puede que desde hace años no se celebren corridas de toros en Barcelona, sin embargo, sigue siendo una tierra fecunda en lo taurino. No en vano, allí convivieron hasta tres plazas activas al mismo tiempo y se convirtió, durante muchas temporadas, en la ciudad con mayor número de festejos. Hoy, cuando la política y las doctrinas importadas quieren borrar la huella del toro en la Ciudad Condal, todavía sobreviven una escuela taurina, numerosas peñas, grupos de aficionados que se reúnen para viajar a alguna feria o simplemente hablar de toros y, también, autores inquietos que se resisten a dejar morir la cultura taurina con sus obras. Entre ellos emerge Nicolás Sampedro (Bogotá, 1970), un colombiano que acaba de publicar su cuarto libro, «Dieciséis años sin ‘Desperdicios’. El Aventorero» (Europa Ediciones).
Dice la solapa que, después de veinte años en la América del Sur del siglo XIX, «El Aventorero» regresa a España, coincidiendo con Manuel Domínguez «Desperdicios» en un viaje en la fragata Amalia. Durante el trayecto, comparten experiencias inesperadas que llevan al torero a relatar su historia en el Nuevo Mundo.
Nicolás, ¿quién es «El Aventorero»?
Es un vehículo para traer tantas y tantas historias del amplísimo legado taurino que quedan en el aire y merecen ser contadas, ya no sólo por su importancia en el mundo del toro, sino por lo enriquecedoras que son en todos los sentidos. En un principio quería un personaje que pudiera narrar esos hechos reales alrededor de la historia o la técnica del toreo y para eso, necesitaba que fuera atemporal, que nunca diera su nombre y que se pueda introducir como personaje principal dentro de la novela, de tal manera que también sirviera para darle la vuelta al concepto de la literatura taurina de toda la vida.
Aunque el toro está siempre presente, después de leer los dos «aventoreros», suena injusto, por corto y sesgado, poner el apellido «taurina» a su literatura.
Desde luego que sí. Uno de los objetivos de la saga del «Aventorero» es poder contar estas historias, llevarlas a la cotidianidad y buscar que no se clasifiquen tanto por lo taurino, como por lo narrativo. Es decir, que el toro no sea una condición para arrinconarla en una sección de tauromaquia que ya casi ninguna librería tiene, más en estos tiempos que se señala sin conocimiento, y permitir que la gente tenga acceso a la novela sin prejuicios. Me parece importante que un libro de toros, un libro con contenido de historia del toreo pueda ser catalogado dentro de narrativa, como se ha clasificado este. Hablar de literatura taurina, siendo esta cultura tan basta, tan amplia y tan transversal, es quedarse muy corto.
Sobre todo porque hay personajes como «Desperdicios», que entre muchas otras cosas fue torero, pero nadie más se ocupa de contar su historia.
Exacto. Y aunque la novela no es una fuente de consulta, en «El Aventorero» no digo mentiras y narro hechos reales. Es muy difícil encontrar una novela que cuente historias y a la vez tenga bibliografía, y es algo que hago, precisamente, porque en casos como el de «Desperdicios» me parecía demasiado injusto no solo con el personaje, sino con la historia, que tantos hechos importantes quedarán desperdigados dentro de la gran historia de la tauromaquia y no se pudieran reunir. Desde niño escuché historias de «Desperdicios», pero nunca pude saber en qué guerra luchó, qué cargos desempeñó, qué hizo en Brasil, qué hizo en Uruguay, qué hizo en Argentina, porque siempre he escuchado demasiada mitología alrededor de eso, incluida la anécdota de cómo perdió el ojo. Entonces, tener al «Aventorero» como herramienta para narrar lo que vivió un personaje como Manuel Domínguez en esos 16 años que vivió en América, me pareció la mejor solución.
Entre tantos otros personajes, ¿por qué «Desperdicios»?
Hace 20 años, cuando llegué a Barcelona, tuve la oportunidad de tomar un café con el doctor Fernando Claramunt, y después de la reunión, él me dijo «usted es una persona que podría escribir sobre ‘Desperdicios’». Eso me animó a escribir, pero estaba claro que siempre me había inquietado el personaje, lo he estudiado mucho y me ha encantado toda su historia, porque era un hombre realmente especial. Y en el ámbito taurino, desarrolló una técnica muy importante. Varios lances y pases son de su invención, pero también fue de los primeros toreros en quedarse quieto, debido a una úlcera que tenía en el tobillo izquierdo, que la trajo de América, y por su obesidad, pero se quedó quieto en un momento en que nadie más lo hacía. Además, toreó en redondo, así mucha gente diga otra cosa.
Como escritor, ¿qué le genera más curiosidad?
Siempre he pretendido escribir los libros que me habría gustado leer. Los dos primeros, el de “Cargar la suerte” y el de “Después de Fuentes, ¿nadie?” fueron dos libros importantes en mi vida. No es fácil escribir sobre técnica y filosofía del toreo, pero me apetecía y me di cuenta de que, aunque tenían mucha repercusión, no llegaban a generar el efecto que yo quería con la literatura taurina, que era traspasar esa frontera. Mientras que los dos de la serie del “Aventorero”, tanto el de “entre Agujetas y Badila” y este de “Dieciséis años sin ‘Desperdicios?”, están empezando a dar ese resultado. Lo que busco es que el taurino se pueda interesar, pero que el no taurino también lo haga por igual. Por lo pronto, las librerías ya lo tienen catalogado dentro de narrativa y eso ha permitido que lo esté leyendo gente no taurina, gente que llega a él son prejuicios y lo ha recibido muy bien.
Hábleme de la portada.
Es algo que me gusta cuidar mucho. Si te das cuenta, en estos libros he intentado introducir pintores que han tenido mucha repercusión en la tauromaquia. En el primer libro del “Aventorero” estuvo Xavier Noguera, que es una acuarelista de los más importantes que ha habido en Barcelona y, además, un gran aficionado a los toros. Y en esta ocasión he tenido la oportunidad de poder trabajar con un maestro como Diego Ramos. Lo conozco desde hace muchos años y soy un gran admirador de su obra. Le envié el libro, lo leyó y le llamó la atención, creo que porque el protagonista es muy llamativo y los demás personajes dentro de la novela también lo son. Para este trabajo, Diego ha pintado hasta loros, que creo que nunca lo había hecho. Pero, más allá de todo esto, es un honor contar con su participación, sobre todo porque es un artista que ha alcanzado eso que yo persigo, es decir, trascender lo taurino. Diego no es sólo un gran pintor taurino, es un artista universal.