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San Isidro

¿Qué significa sacar un pañuelo azul en una plaza de toros y qué implica?

Esta semana, de manera excepcional ha ocurrido una vez en Las Ventas y debió hacerlo una vez más

Toro de Pedraza de Yeltes premiado con la vuelta al ruedo Alfredo Arévalo/Plaza 1

Hay gestos que, en una plaza de toros, contienen siglos de tradición y segundos de verdad. Y entre la mucha liturgia que hay en una plaza de toros se encuentra el sentido de los pañuelos de presidencia. El blanco que concede el comienzo del festejo, los cambios de tercio y los trofeos. el rojo que castiga, el verde que rectifica.

Y luego está el azul. Ese que no se ve todos los días. Ese que, cuando aparece, levanta un murmullo reverente. Porque el pañuelo azul es otra cosa: es la manera que tiene la plaza de decir que lo que ha hecho ese toro no se olvida. De pasar a la historia. El azul premia la bravura, es el sentido de todo lo que ha hecho el ganadero.

El azul se reserva para los elegidos. Para esos toros que han peleado con bravura en el caballo, con fuerza, con entrega, con verdad. Que han acudido al caballo con alegría, que han sostenido la embestida hasta el final, que han dado al torero no solo faena, sino historia. El azul es un premio que no se improvisa: se concede cuando la bravura se eleva, cuando el animal se gana, sin saberlo, un lugar en la eternidad.

Porque lo que premia ese pañuelo no es solo una buena lidia. Es algo más profundo. Es el carácter, la casta, la emoción que el toro ha sido capaz de transmitir. Es el reconocimiento a su papel sagrado en esta liturgia de arena, sangre y belleza.

Cuando la presidencia saca el pañuelo azul, la plaza entera rinde homenaje al toro, al trabajo del ganadero.

El honor máximo es el indulto, perdonar la vida al toro y que regrese al campo para padrear y convertirse en semental, como emblema de la bravura que da sentido a la fiesta.

En tiempos donde todo parece cuestionarse, donde la tradición se mira con lupa y prejuicio, el pañuelo azul recuerda que aquí también hay ética, hay exigencia, hay excelencia. Que no todo vale. Que la gloria, en el ruedo, hay que merecerla.

Y así, entre los olés y los silencios, el azul sigue ondeando cuando un toro lo ha dado todo. Como un pedazo de cielo bajado a la plaza. Como un aplauso que no acaba nunca.

Esta semana, en plena celebración de la Feria de San Isidro, lo pudimos vivir el miércoles con la corrida de Pedraza de Yeltes y su inmensidad. Una corrida que daba de media 622 kilos. Y su toro, de nombre "Brigadier", de 667 kilos fue premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre.

"Brigadier", premiado

Fue de lejos al caballo y brillante estuvo la cuadrilla de Fonseca después. Con los palos Tito y Juan Carlos Rey y con la brega Raúl Ruiz. Un toro con ese volumen en Madrid es una prueba de fuego y con esa forma de embestir, también, porque el toro era bravo y acudía al engaño con importancia. Hay que aguantar el envite. Fonseca abanderó su faena con una identidad clara: la verdad y el aplomo. Por eso dio igual cuando el toro se le metió por dentro, estaba tan seguro que no rectificó. Era su momento, su aquí y su ahora. Eso emociona, como también lo hizo «Brigadier». El toro respondió y duró, con nobleza, un tranco muy bueno y la felicidad de haberlo visto en el caballo. Para la tarde que llevábamos... Ver embestir así a un toro de casi 700 kilos era un milagro. Se le premió con la vuelta al ruedo.

Y el que debió serlo

Y otra más se debió dar a la corrida de Fraile de Valdefresno que se remendó con dos toros de Victoriano del Río. Aquel toro le tocó a Fernando Adrián. "Frenoso" de nombre.