El festejo más esperado
Triunfo de Morante: Sevilla, Jesucristo y sus discípulos (Vídeo)
El de La Puebla corta dos trofeos, Juan Ortega lo borda con la capa y buena actuación de Pablo Aguado con el tercero en la corrida más esperada del ciclo (y decepcionante)
Era el día de los días. Y de estos no hay tantos. Había una intrahistoria dentro de la propia historia. Morante, Ortega y Aguado, mucho que decir aunque no ocurriera nada. Pasará el tiempo y vivir este momento del toreo ya habrá merecido la pena. La afición a esta locura de la tauromaquia en tiempos en los que la tecnología y las prisas nos devoran por dentro y por fuera merece la pena por toreros como estos que son capaces de contar lo mismo de otra manera. Que cifran el misterio de verdad, que lo sostienen en las mismas puntas del toro en las que pueden morir, que conviven con el miedo como pocos, que lo sufren en las entrañas y crean desde ahí una fuerza sobrenatural, excelsa, diferentes todos. Lo barroco y hondo de Morante, la sublime lentitud de Ortega y el clasicismo de Aguado es oxígeno para los amantes del toreo. Un antídoto en la era que los ruedos se llenaron de circulares. Otra vida es posible. Y aquí está. Fueron dos verónicas las que pudo arrancar Morante al primero mientras el toro se quería ir e iba. Pero qué bonitas. Las chicuelinas al paso para llevarlo al caballo y belleza extrema las verónicas al sacarlo. Tan despacio que daba tiempo a retener cada segundo. Inspirado fue el comienzo de faena a ese toro que sabíamos que no acababa de empujar y se lo sacó a los mismos medios. Era su gran apuesta. Iba con todo y con todo Morante es mucho. Descolgó el toro sin empuje y corta la arrancada. Muletazos atornillado al albero, precioso el embroque y el desenlace, atrás, una maravilla. Oro molido la tanda al natural que precedió al fallo a espadas.
Parar el toro a una mano
En pie puso a Sevilla con el saludo de capa al cuarto a una mano. Morante es Morante, entre otras, por estas cosas. Para dentro los ayudados y hasta los medios de nuevo. Poco había en la arrancada del toro, pero Morante no había venido a dejarse nada y le sopló un par de tandas diestras de pura ambición. Y no era eso, era todo. Su manera de estar, de pasarse al toro una y otra vez por la barriga, su compromiso tan bestia, tan entregado (si ahí un toro te atrapa sólo cabe acogerse al de arriba)... Bocanadas de toreo como si quemara. Se fue detrás de la espada, salió trastabillado, porque derecho se había dado al de Domingo Hernández. Y en la petición el fervor de la gente le puso el doble premio en la mano. No cabe hablar de los excesos de Sevilla aunque los haya desde hace tiempo, porque las emociones fueron irrefutables y eso mueve el mundo y giran los planetas...
El sufrimiento con Ortega
Lo de Juan con el segundo fue un sufrimiento. Lo gozamos cuando se lo llevó con el capote hasta pasados los medios con una despaciosidad de otro tiempo. Pero el toro cambió y casi cogió a Ortega y de lleno se llevó por delante a Jorge Fuentes, su peón. Comenzó la faena como si nada con una entrega y verdad estremecedoras. En juego estaba la cogida en cada pase. Ortega no volvió la cara. Y eso, en su caso, es darla con una carta: la entrega. Tensión en el tendido. Paz en el ruedo. Equilibrio imposible. El arte era de titanes.
Ortega después del lío de Morante desplegó todas sus armas y son tantas que sus verónicas eran fogonazos de lentitud. No se torea tan lento ni de salón. La que formó. Como si no fuera poco chicuelinas después. Aguado hizo el quite por el mismo palo. Pues qué gusto. Hartazgo de marisco. Bonito el comienzo de muleta de Ortega a ese toro que no quiso ir, que no empujó y que se puso moruchón. Desgracia nuestra. Si vimos lo que vimos sin embestir la corrida, ¿qué hubiera pasado de meter la cara la de Domingo Hernández?
Aguado con el tercero
Largo, estrecho, ensillado y con mucha badana fue el tercero que manseó como si no hubiera mañana. Aguado hizo el milagro de sacar agua del pozo seco porque el toro tenía medio muletazo, protestaba, pero Pablo sublimó cada muletazo con una belleza extrema y fue un auténtico deleite. La manera de estar delante, de resolver, de inventar el toreo sin toro. Un disfrute. Iván García se desmonteró con el sexto. Fácil y sobrado como siempre. Desagradable el toro después en una faena de Aguado más ligero. Ni un toro embistió a una ganadería muy regular y el día que «no podía fallar» lo hizo de lleno.
Era Sevilla, era Morante en tiempos de sufrimiento llevándose al límite, ese Jesucristo que resucita cada tarde de su propio tormento con la esperanza de sentirse torero, de aliviarse en la embestida del toro y encontrar la paz.Era Morante y sus discípulos: el gran Ortega y el clásico Aguado. Larga vida al toreo. Este toreo sublimado.
Ficha del festejo
Sevilla. Sexta de feria. Lleno de «No hay billetes». Toros de Domingo Hernández, desiguales. El 1º, noble pero de corta arrancada; 2º, peligro; 3º, manso y deslucido; 4º, movilidad sin entrega ni empuje; 5º, sin clase ni opción; 6º, malo.
Morante, de verde oliva y oro, pinchazo, aviso, media, tres descabellos (saludos); estocada (dos orejas).
Juan Ortega, de azul cielo y plata, estocada arriba (saludos); estocada (saludos).
Pablo Aguado, de catafalco y oro, tres pinchazos, estocada (saludos); pinchazo, estocada (silencio).