La tumba que dice cómo vivíamos en Iberia
El hallazgo de una necrópolis al Este de Valladolid ha posibilitado comenzar a comprender cómo vivía la gente entre los siglos VI y X, y rebate algunas ideas que existían sobre la época
Madrid Creada:
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Una obsesión típica de la historiografía es la periodización de la historia. Su división en períodos es una convención que facilita la comprensión del pasado aunque no deja de ser una simplificación. Hay hitos cruciales cuyas consecuencias definen rupturas y marcos como el descubrimiento de América o la Revolución Francesa aunque, todo sea dicho, nadie se acostó moderno un 13 de julio de 1789 para despertarse contemporáneo al día siguiente de la toma de la Bastilla. Si bien el límite inferior de nuestro período es comúnmente aceptado, no ocurre lo mismo con otros como el final de la antigüedad y el comienzo de la Edad Media aunque se use el comodín de la Antigüedad Tardía y se empleen otras periodizaciones como la ya en desuso Era Oscura, la Edad Media Temprana anglosajona o una Alta Edad Media cuyos confines cronológicos son objeto de disputa.
Sea como sea, éste es un tiempo interesantísimo a todos los niveles y, en particular, para el territorio ibérico si bien, más allá de acontecimientos claves como la caída del reino visigodo, la entrada del Islam o la creación por Carlomagno de la Marca Hispánica, a nivel popular existe un agudo vacío sobre las condiciones de vida del período y la adaptación de las poblaciones a esta realidad dinámica. Lo cierto es que el debate académico es acalorado pero, dejando de lado las diatribas de la investigación, bien vale la pena observar los resultados de un artículo en la revista «Vaccea» de la Universidad de Valladolid titulado «El Picacho (Olmos de Peñafiel): una necrópolis de la Alta Edad Media» escrito al alimón por el profesor de la Universidad de Salamanca Iñaki Martín Viso y por Antonio Trigo García, Patricia Fuentes Melgar y Francisco Javier San Vicente, miembros de Red Cultural, empresa de amplia trayectoria coordinada por el Dr. San Vicente dedicada al estudio, puesta en valor, divulgación y gestión del patrimonio cultural.
Este artículo analiza los resultados de varias campañas de excavación al este de la provincia de Valladolid, en concreto en lo alto de la muela, es decir, un cerro amesetado, de Campaspero que, conforme cierta documentación antigua consultada por los investigadores, era conocida como El Picacho de San Cristóbal. Era un yacimiento ya conocido, y expoliado, pero no investigado en profundidad y, de hecho, el interés por parte de las instituciones se reactivó conforme la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica advirtió de la existencia allí de una fosa de la Guerra Civil. Poco después comenzó el proyecto arqueológico desarrollado en los años 2020-2021 que certificó el hallazgo de una necrópolis mayor de lo esperado y los cimientos de una edificación. Con respecto a esta última, la tradición local apunta a una ermita, un dato congruente con un espacio funerario como éste aunque los arqueólogos mantienen la duda sobre esa identificación, en torno a la cual se situarían unas primeras tumbas que fue eventualmente abandonada, reutilizándose sus materiales en tumbas posteriores. Los investigadores aprecian diversas tipologías funerarias y la reutilización de algunos de los sepulcros, destacando la tumba 20 donde, a modo de osario, aparecen dispuestos de una forma extraordinariamente delicada unos restos que les inducen a sospechar una relación familiar entre los finados.
Un dato crucial de este hallazgo es su cronología puesto que, a partir de la tipología de las tumbas y de pruebas de radiocarbón, se determinó su uso entre los siglos VI al X siendo abandonada la edificación hacia el VII. Este dato despierta muchísimos interrogantes y, sobre todo, resulta extraordinariamente sugestivo contemplar una continuidad de cerca de cuatrocientos años en el hábito funerario de esta gente independientemente de los profundos avatares políticos y sociales de la península. Aunque no se ha determinado el hábitat de las personas enterradas en la necrópolis, que sospechan pudieran identificarse con las élites locales de su comunidad, resultan muy evocadoras las conclusiones del estudio. Así señalan «la relevancia de este lugar como un espacio de enterramiento y de memoria» de una población que, frente a una tesis que apoya el despoblamiento del interior peninsular, perduró aunque no se mostrase incólume a los cambios derivados del paso del tiempo, como lo reflejan el abandono de la edificación y su final, aunque se mantuvieran tanto tiempo fieles a una tradición local. De este modo, este promontorio en alto que dominaba el terreno circundante bien podría representar un espacio identitario amparado en la historia común de un grupo, por lo demás desconocido para nosotros, unido ante un mundo cambiante conforme sus lazos internos históricos e incluso, en esta línea, los autores de esta sugestiva investigación sostienen que este espacio de enterramiento pudiera ser empleado como un lugar de asamblea y reunión amparado en el prestigio de un lejano pasado común.