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Roncesvalles, la derrota de Carlomagno que marcó la frontera francesa de los Pirineos

Tras una fallida campaña en al-Ándalus, el ejército de Carlomagno se retiraba cargado de tesoros cuando una emboscada sorprendió su retaguardia en un paso de los Pirineos. El futuro emperador se retiró, humillado, para no volver jamás
atalla de Roncesvalles en 778. Muerte de Roldán, en las Grandes Crónicas de Francia, ilustradas por Jean Fouquet, Tours, hacia 1455-1460
atalla de Roncesvalles en 778. Muerte de Roldán, en las Grandes Crónicas de Francia, ilustradas por Jean Fouquet, Tours, hacia 1455-1460BNF
La Razón
  • Eduardo Kavanagh - Desperta Ferro Ediciones

    Eduardo Kavanagh - Desperta Ferro Ediciones

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Rondaba el año 777. Por aquel entonces Carlomagno era rey de los francos, y tiempo más tarde alcanzaría el título de emperador. Su estrella estaba en ascenso, su autoridad incontestada, y acababa de regresar victorioso de una campaña en el norte de Italia que le había permitido incorporar la Lombardía a sus dominios. En esa coyuntura triunfante recibió una sorprendente embajada: un alto dignatario andalusí, gobernador de la frontera septentrional del emirato de Córdoba, le pedía auxilio para organizar una revuelta antiomeya que le permitiera desvincularse de la autoridad de Córdoba, es decir, del gobierno del entonces emir Abderramán I. Como era de esperar, Carlomagno lo vio como una oportunidad de oro para inmiscuirse en la política del reino vecino pues, si tenía éxito, instalaría un rey títere en el trono de Córdoba y probablemente también recibiría, a cambio de su ayuda, concesiones territoriales al sur de los Pirineos.
De modo que, apenas un año más tarde (778), Carlomagno se puso en marcha a la cabeza de un poderoso ejército, y cruzó los Pirineos. Dividió a sus huestes en dos columnas, una de las cuales avanzaría por la costa mediterránea hacia Barcelona –cuyo gobernador participaba también en la revuelta antiomeya, y puso sus tropas a disposición de Carlomagno– y, de ahí, a Zaragoza. La segunda columna, que él mismo acompañaba, entraría en la península por los Pirineos occidentales en dirección a Pamplona –ciudad habitada por vascones– y, de ahí, a Zaragoza, donde enlazaría con la otra columna. De modo que en las afueras de Zaragoza convergieron las dos columnas de guerreros francos y las huestes andalusíes que participaban en la revuelta. Todo parecía ir sobre la seda, y la campaña prometía ser un éxito. Con toda probabilidad el siguiente paso sería encaminar este gran ejército rebelde hacia el sur, con el fin de enfrentarse a Abderramán, derrotarlo y destronarlo.
Pero justo entonces todo se torció. A su llegada a Zaragoza Carlomagno descubrió, con gran asombro, que su gobernador había cambiado de bando y se negaba a abrirles las puertas de la ciudad, tal y como había prometido. Al carecer de armas de asedio, nada podía hacer frente a las poderosas murallas de época romana que circundaban la urbe, y se vio obligado, a regañadientes, a cancelar la campaña y regresar a casa. De modo que Carlomagno izó la bandera y rehízo sus pasos, marchando primero hasta Pamplona. Allí ocurrió algo muy significativo: el franco ordenó que demoliesen las murallas de la ciudad. ¿Por qué?
Ciertamente parece que por aquel entonces Pamplona ya no pertenecía al al-Ándalus, se había liberado años antes en una revuelta. Ahora bien, todo apunta a que su independencia no era plena, todavía seguía bajo la influencia de los andalusíes, a la manera de Estado satélite, si se me permite. Solo así se explica que Carlomagno quisiera echar abajo sus murallas, pues quizá confiaba en regresar algún día y conquistar el territorio, y aquellas murallas se lo habrían hecho más difícil. A continuación, prosiguió su camino hacia el norte, cruzando los Pirineos hacia Francia.
Pero cuando ya descendían por la ladera norte, confiados y cargados de botín, la retaguardia de la hueste franca fue emboscada por un ejército vascón y aniquilada, a decir de las fuentes, hasta el último hombre. Entre los finados se encontraban varios comandantes y miembros de la alta nobleza franca, como el senescal Eggihardo, el conde de palacio Anselmo y, sobre todo, el prefecto de la Marca de Bretaña Roldán, que tiempo más tarde protagonizaría una celebérrima epopeya literaria, el Cantar de Roldán, que gozaría de enorme popularidad a lo largo del Medievo.
La identidad de los atacantes no queda clara en las fuentes, pudiendo ser vascones del norte o del sur de los Pirineos. Ambos tenían motivos para ello: los primeros porque habían sido apenas recientemente dominados por Carlomagno, los segundos por haber sido humillados con la demolición de las murallas de Pamplona y por estar sujetos a la órbita política de al-Ándalus. Quizá lo segundo sea más probable, pues algunas fuentes tardías sugieren que los atacantes eran sarracenos. Aunque la credibilidad de estas es menor que la de las fuentes más antiguas, no es del todo inverosímil suponer que contienen algo de verdad, y que las tropas vasconas lucharan enarbolando –por así decirlo– el estandarte del emir cordobés, o incluso estuvieran acompañadas por algunas tropas andalusíes fieles a Abderramán I.
Sea como fuere, el emperador, humillado, jamás volvió a poner pie al sur de los Pirineos, a pesar de recibir más ofertas similares en los años sucesivos. Se puede decir, por tanto, que la emboscada de los vascones en Roncesvalles contribuyó decisivamente al establecimiento de la frontera del reino franco en los Pirineos.
Para saber más:
Desperta Ferro Antigua y Medieval nº 80: Roncesvalles. Carlomagno derrotado
68 pp. 7,5€
Desperta Ferro Antigua y Medieval nº 80:
Desperta Ferro Antigua y Medieval nº 80:Desperta Ferro