Un caballero que llegaba a tiempo
Era el gran empresario editorial y, en aquellos tiempos del franquismo, la concesión del Premio Planeta era como una fantasía hollywoodiense, celebrándose la fiesta en un hotel y con todo el mundo que asistía tan arreglado. Cuando Terenci Moix y yo teníamos diecisiete años pensábamos que algún día escribiríamos novelas y que ganaríamos premios y, por supuesto, los que deseábamos ganar eran el Nadal y el Planeta.
Recuerdo que el padre, José Manuel Lara Hernández, ya era un personaje mítico. Su hijo, Fernando, hablaba con Terenci y, a partir de ahí, José Manuel se encariñó también con él. Lara Bosch me parecía serio, algo que yo agradecí siempre, porque tú sabías que cuando te mandaba a uno de sus editores era para hablar de verdad. Pertenecía a esa clase de personas que había antes, de las que cuando te agradecía algo no lo hacía porque sí. Era un señor de otro tiempo, con los que valía la palabra dada. Tenía «auctoritas», pero en el buen sentido. Fue un hombre fiel a sí mismo, y, al igual que su padre, también se hizo a sí mismo. En términos cinematográficos, podría afirmarse que era más grande que la vida, porque en su existencia hubo de todo, drama, libros, tragedia... Resultó una rara avis. Su mujer ha recordado que la mayor parte de su tiempo lo dedicaba a trabajo no remunerado, como a recibir gente y atenderla. José Manuel Lara era de esos «gentleman» que llegan a tiempo, que son honrados a carta cabal y que nunca te defraudan. Y hay que subrayar, por supuesto, su manera de afrontar la muerte. Nunca la rehuyó, la afrontaba y, cuando estaba cansado, se retiraba porque no podía prestarte toda su atención. Un hombre de verdad, de los que escasean.