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La eterna fiesta de Raffaella Carrà

En «Nada es eterno salvo la Carrà» el periodista Pedro Ángel Sánchez retrata la vida y obra de un símbolo que empoderó a la mujer en tiempos de oscurantismo y cambios sociales
Raffaella Carrà fue un icono de estilo
Raffaella Carrà fue un icono de estiloLuciano Locatelli / GIACOMINOFOTGTRES

Madrid Creada:

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Pocas sonrisas sinceras vemos por televisión. La suya, amplia, brillante, juguetona, era más que eso. Raffaella Carrà irradiaba alegría, la contagiaba, la bailaba, la desprendía desde las pestañas hasta las puntas de los dedos, pasando por cada una de sus lentejuelas. Sonreía con cada gesto, con ese movimiento de cabeza que hacía que su melena rubia hipnotizase tanto como sus canciones. Lo de la artista italiana, además de energía incombustible, fue una eterna fiesta, de nunca acabar. Actuaba, definía, «a mi manera, con la cabeza, el pelo, la libertad del cuerpo, cantando no solo con las cuerdas vocales, sino con el físico entero». Sus canciones siguen ahí, y seguirán, acompañadas de un nombre que va mucho más allá de una discografía. La Carrà, que falleció el 5 de julio de 2021, «fue más que la artista a la que todos recordamos por ‘‘Fiesta’’, ‘‘Rumore’’ o ‘‘Hay que venir al sur’’. Fue una mujer pionera en la música y la televisión, pero también en la sociedad», resume a este diario Pedro Ángel Sánchez, presentador de televisión y crítico musical, al que la artista concedió su última entrevista en España en 2020. Carrà fue la máxima representación de la frescura y las ganas de vivir, «fue el sentido de la libertad bien entendida. A ello contribuyeron enormemente las melodías y mensajes de sus canciones, pero también su forma de expresarse ante las cámaras. Supo colarse en nuestras vidas a través de diferentes facetas», añade el periodista. Fue una todoterreno, número uno en lo que se propuso, y ello lo condensa Sánchez con cariño y admiración en «Nada es eterno salvo la Carrà» (Dos Bigotes). Un libro que se traslada al otro lado de las cámaras, guiando al lector por la trayectoria vital y profesional de la cantante, a través de sus propias palabras y de testimonios exclusivos de decenas de personas, desde Mónica Naranjo a Loles León, que vieron en ella un referente.
A lo largo de estas páginas, el periodista hace hincapié en una unión sobre la que es obligatorio incidir cuando se habla de la Carrà: España y Raffaella. «Amaba nuestro país desde antes de conocerlo, llegando a tener una residencia en Madrid. Sentía pasión por nuestra gente, nuestra gastronomía, nuestras costumbres, por la rumba y lo que tenía sabor cañí», explica. Y, añade, dejó huella en nuestra sociedad, al mostrar «un modelo de mujer muy diferente al que estábamos acostumbrados en España a mediados de los 70». Su irrupción en el mundo de la música tuvo lugar en un contexto oscuro, pero de cambio, de ver la luz al final del túnel. La sombra del Vaticano era larga en Italia, y en nuestro país acababa de morir Franco tras 40 años de dictadura. En tiempos de inminentes chicas ye-yé, Carrà aterrizó con su pelo alborotado y «se transformó en un símbolo en un país que renacía. Ella siempre recordaba cómo a principios de 1976, cuando pisó España para grabar sus primeros especiales para TVE, percibía en la gente la alegría que se respiraba por la llegada de la ansiada libertad», recuerda Sánchez. Apunta que bien lo describió Manuel Vilas, cuando afirmó que supimos convertir «a Raffaella en un signo identitario de nuestra joven democracia tras años de oscurantismo. Todos y todas hubiéramos querido casarnos con ella».
Cómo Raffaella Carrà revolucionó la España de los 70 para convertirse en un ICONO DE ESTILO.
Cómo Raffaella Carrà revolucionó la España de los 70 para convertirse en un ICONO DE ESTILO.Bruni / IPAGTRES
La eterna fiesta de la Carrà se deshizo del tabú alrededor del placer sexual, demostró a toda Europa que enseñar el ombligo no era un delito, e ignoró escándalos para rendirse a la libertad de movimiento corporal. También pudo con la censura. Se mostró sexy y atractiva en una época donde existía fijación por la decencia. La cantante «siempre supo lidiar muy inteligentemente con estos juicios, como el Papa de la época que quiso censurar el ‘‘Tuca tuca’’, un baile que consideraba subido de tono», apunta el crítico. «¿Dónde está la provocación? Era todo limpio, sin segundas intenciones, y nunca pensé en la censura. El caso es que el éxito y la polémica siempre son dos cosas que han ido de la mano en mi vida profesional», afirmó Carrà en su día. Lo curioso es que esa cúpula religiosa, años después, elogiaría su trabajo. «Es más –continúa Sánchez–, sería recibida por el propio Juan Pablo II a mediados de los 80 tras el apoteósico éxito de su programa ‘‘Pronto, Raffaella?’’».
No rechazar tal invitación pese a las críticas previas recibidas era parte del carisma y del nivel de profesionalidad de la artista, pues no erra Sánchez a la hora de resaltar ante todo que fue una mujer respetuosa, culta e inteligente. Ello se ejemplifica con lo político. En su momento declaró que siempre votaba como comunista. «Decía que por su condición económica lo normal es que estuviera al lado del poderoso, pero sin embargo no podía dejar de ponerse en el del trabajador», continúa el autor, «en esta biografía se relatan varios capítulos en los que se ‘‘mojó’’ por varios compañeros para que sus condiciones mejoraran. Lo suyo no era simple palabrería. Siempre fue una mujer muy solidaria, teniendo varios niños apadrinados en Latinoamérica». Tenía, como todos, sus propias convicciones, pero no por ello dejó de dar voz y espacio a figuras de todo signo político, pues por sus programas pasaron desde Santiago Carrillo hasta Carmen Martínez Bordiú, pasando por Celia Villalobos o Cristina Almeida.
Raffaella Carrà en 1983.
Raffaella Carrà en 1983.Mondadori PortfolioMondadori via Getty Images
Aunque por su energía y entrega pareciese difícil de imaginar, había mucha más Carrà que ofrecer una vez se apagaban los focos. Pisaba fuerte sobre y bajo los escenarios. En la influencia que un artista ejerce en su entorno es fundamental su compromiso, su distinción y su personalidad, y la italiana fue férrea y singular. Fue «una luchadora y currante nata», define el periodista, «su valentía le permitió ser valorada y respetada en un mundo de hombres, llegando a ser la presentadora mejor pagada de Europa en los 80». ¿Debemos definirla, entonces, como un símbolo feminista? «Lo es, seguramente sin pretenderlo», afirma, «siempre fue ejemplo de empoderamiento en cada una de sus actuaciones, por su forma de expresarse, de bailar, de enfrentarse a la vida». Era, además, consciente de las conquistas que aún se debían realizar en términos de igualdad. Ejemplo fue la polémica que surgió alrededor de su renovación de contrató con la RAI, televisión pública italiana en la que era presentadora de «Pronto, Raffaella?». El sueldo que acordó era de 600 millones de pesetas de la época, algo más de 30 millones de euros. Cifras de dinero público que fueron resultado de los brutales datos de audiencia que acumulaba cada día, y que no pasaron desapercibidas para determinados partidos políticos, que no dudaron en sacarlo a la palestra en el Congreso italiano. «Ella decía que si lo hubiera exigido un hombre, esa polémica no hubiera existido. Superó el bache defendiendo lo que consideraba que era justo, sin esconderse», explica Sánchez. Y su apoyo no fue solo hacia los derechos de las mujeres, «sino también hacia el colectivo LGTBIQ+, a través de su vestimenta, sus declaraciones o sus canciones. Raffaella cambió nuestro modo de ver la vida, y lo hizo como si fuera agua fina, esa parece que no moja, pero que poco a poco va calando».
La Carrà es, define el periodista, «como Bowie, Michael Jackson o Tina Turner: seres elegidos con un don que llegaron para hacer historia y cambiar nuestras vidas con su talento». Recuerda que, al finalizar aquella última entrevista, le dijo una verdad como un templo: «Nada es eterno, salvo la Carrà. Ella me respondió con una enorme carcajada». Una vez más, contagiando y rezumando esa alegría que la convirtió en leyenda.

UN REPERTORIO SIN CADUCIDAD

Como toda persona de carne y hueso, Raffaella Carrà también sufrió. Era alegre, optimista, pero también realista. Una de sus mayores cuentas pendientes se reflejan en el libro de Pedro Ángel Sánchez, y tienen que ver con su maternidad. «Tenía miedo de quedarse embarazada y tener que alejarse de los escenarios, por eso lo retrasó tanto», explica el crítico, «desgraciadamente, cuando quiso serlo en un momento de su vida en el que reinaba la estabilidad fue demasiado tarde». Sin embargo, esto no le llevó ni a la tristeza ni a la decadencia. De hecho, siempre la recordaremos, «y a pesar de ser una enorme baladista», por esas letras y melodías divertidas que evocan felicidad, y que siguen transmitiendo mensajes actuales a pesar de ser, en muchos casos, composiciones que datan de 40 o 50 años atrás. Recientemente ha ocurrido con «Pedro», una canción que se ha hecho viral y que «demuestra que el repertorio de Raffaella nunca caducará».