Una fragata ya mítica
La fragata «Nuestra Señora de las Mercedes» se ha convertido ya en uno de los mitos de la navegación universal por motivos bien distintos –pero igualmente válidos por simbólicos y sugestivos– a los de la precursora «Kon Tiky», la descubridora «Santa María», el misterioso «Holandés Errante», la rebelde «Bounty», o el trágico «Titanic». Protagonista de un aciago suceso, mezcla de injusticia, abuso de fuerza y mala suerte, al que la Historia o, mejor dicho, los conocimientos de la Historia guiados diestramente por los argumentos del Derecho, han dado la vuelta, casi mágicamente, dos siglos después convirtiéndolo en victoria mundial frente al latrocinio. Es hora, para no pecar de ingratitud, de recordar esos alegatos salvadores.
Nadie esperaba, y menos los expoliadores, que se pudiera probar que las monedas por ellos atesoradas en Tampa procedieran de una fragata de guerra española hundida en acto de servicio, condición inexorable para su devolución. La prueba de identidad de la «Mercedes» que el embarque de dos culebrinas del siglo XVII suponía fue algo demoledor para lo que la compañía cazatesoros Odissey Marine Exploration Ltd. no estaba preparada y que reconoció el juez instructor americano, corroborando mi alegato: «The presence of these culverins at the site of the Mercedes is, in my opinion, an unquestionable proof of identity of the shipwreck», basado documentalmente en fondos de la Real Academia de la Historia con un «I agree» que lo convirtió en sentencia favorable y que conservo grabado en mi corazón y colgado en mi despacho, como única pero también mayor recompensa.
Un golpe de suerte inesperado para España, que se vio reforzado por otras pruebas menores que fueron corroborando la anterior y definitiva: entre los hallazgos no se encontraban «tejos» o lingotes de plata de los que, efectivamente, no embarcó ninguno en nuestro buque, aunque sí lo hicieron otras de las fragatas, como la «Medea» y la «Fama», como se podía constatar en las hojas de embarque. Las monedas databan en su totalidad de la segunda mitad del siglo XVIII (reinados de Carlos III y Carlos IV), todas eran españolas y de cecas americanas, de Lima mayoritariamente, y ninguna era posterior a 1804, lo cual acotaba enormemente la datación del buque.
Sin reconocer expresamente la identidad, Odissey alegó después que la última misión de la «Mercedes» era de carácter puramente comercial, por lo que no podía considerarse buque de guerra español en el momento de su hundimiento ni podía aplicársele, por tanto, la inmunidad de nave de Estado. Para ello montó la ficción de que, entre 1802 y 1804, estaba asignada a los Correos Marítimos y que había perdido su antigua condición bélica. La documentación obrante en los archivos de la Armada y en la Colección Pérez de Guzmán de la Academia de la Historia pudieron probar hasta la saciedad que el buque nunca perdió su condición militar.
Se abren ahora nuevas expectativas judiciales de otra índole si la información que aporta la expedición estival muestra un destrozo (que se teme casi talibán) del lugar del hallazgo, que ya la defensa jurídica de los intereses españoles en el proceso había denunciado, subrayando un «notorio desinterés por llevar a cabo una práctica correcta y nulo respeto por el emplazamiento arqueológico».
* Duque de Tetuán y académico de la Historia