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«Valle-Inclán nunca fue un bohemio»

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El filólogo Manuel Alberca retrata a Valle-Inclán sin leyendas mitificadoras ni máscaras en «La espada y la palabra», Premio Comillas de Biografía.
Manuel Alberca es un hombre prudente que rehúye los elogios grandilocuentes y desconfía de una palabra tan imponente y rotunda como «definitivo». Sobre todo, cuando se aplica al género biográfico, siempre dado a tantas interpretaciones y mudanzas, y, mucho más, cuando se intenta vincular esta calificación a su reciente semblanza de Ramón María del Valle-Inclán, que le ha valido el Premio Comillas para «La espada y la palabra». «Mañana puede aparecer una carta, un documento, un manuscrito. Lo que yo he intentado es consultar todo lo que hay», comenta con la resignación del investigador habituado a sorpresas y descubrimientos inesperados . «Sobre él existen algunos volúmenes que han glosado su vida, pero son bastante antiguos. Los posteriores beben de las publicaciones de los cuarenta. En esas páginas se acrisoló la imagen y la figura del escritor que, después, no se ha rectificado. Todas insisten en su carácter legendario, en las invenciones que le rodean. Existe un mito alimentado por él mismo y por los que estaban a su alrededor».
–¿Y usted la cuestiona?
–Esta biografía pone en entredicho las anécdotas y las ideas aceptadas sobre el personaje y todas las fraguadas durante el franquismo que lo han intentado presentar dentro de un terreno ideológico que no se corresponde con la realidad. Este estudio pone un poco de sentido común y elimina las fabulaciones.
Los años de dedicación no han agostado la ilusión de Manuel Alberca, que, con una pasión intacta, enumera los tópicos que embozan el rostro escurridizo del dramaturgo, como la pérdida del brazo: «Sucedió en el Café de la Montaña, que estaba en el Hotel París, el más importante del Madrid de esa época. Se encontraba en los bajos de lo que hoy es la tienda de Apple. Fue una pelea, pero se ha contado siempre de una manera diferente. La única versión creíble proviene del hombre que le llevó a la casa de socorro. Se ha dicho que la herida del brazo no era nada. Lo que sucedió en realidad es que tenía el cúbito y el radio rotos. Manuel Bueno, que era un amigo de él, le partió el brazo por diferentes partes y le produjo una fractura con minuta, lo que quiere decir que el hueso se destroza en pequeños trozos. Viajó a Barcelona para ver si tenía remedio. Pero en aquella época no se podía operar y, como se le gangrenaba, le cortaron el antebrazo.
–Siempre se dijo que fue una infección.
–La disputa resultó tan poco caballerosa que se intentó ocultar. Se dio la explicación bohemia de que no se lavaba y que fue el origen de esa infección. Y se sigue repitiendo esa versión. Pero Valle-Inclán no era un bohemio. Nunca militó en la bohemia. Era un dandi, un tradicionalista, una persona de orden.
–Pues es justo la imagen que ha perdurado de él.
–Es difícil definir la bohemia. Desde luego, la española no tiene nada que ver con la francesa. Para ser bohemio hay que tener dinero, hay que derrocharlo. Los bohemios españoles eran unos «poetahambres». A Valle no le gustaba vivir de una manera menesterosa. Sus amigos dicen que era un hombre admirable, que vestía bien, tiene todos los libros y no debe trabajar. Pero ¿un Valle bohemio? ¡En absoluto! Busca buenas casas, le gusta la buena vida. No le sobró el dinero, pero vivió dignamente.
Ni la documentación ni la lupa de la exégesis y el detallismo han craquelado su fama de duelista, arrojado, dispuesto a batirse. «Era un buen espadachín. Habría aprendido esgrima con un maestro italiano. Y participó en duelos. Casi todos los que se celebran eran con sable y la mayoría no se llegaban a realizar. Los padrinos se ponían de acuerdo para retirar el guante. Se paraban con un pequeño rasguño. Él tuvo algunos en México y participó allí como recadero entre la gente que se agraviaba. Sólo con Manuel Bueno se reta a pistola, pero como le amputan el brazo, no lo hizo. Era un gran apasionado de las armas».
–México es uno de los capítulos más desconocidos.
–El primer viaje, sí. No sabemos lo que hizo. Debió de correr aventuras. Pero dudamos que tuviera un amor con una Niña Chole. Lleva cartas de recomendación y allí descubre que desea ser escritor. Redacta artículos, muchos sin firma. Está tanteando su destino. No era un emigrante. Poseía dinero y cuando viaja a ese país es porque tiene un contacto. Trabaja en «El Universal». Descubre el modernismo. No se entenderían las «Sonatas» sin estas lecturas modernistas. Sabemos que le interesa la parapsicología, que participa en reuniones espiritistas, que intentó crear un periódico y tuvo problemas con la Justicia por ser correo entre duelistas. En la reglamentación mexicana eso está penado y estuvo un mes en la cárcel. Vuelve precipitadamente, quizá, ante el temor de que le encarcelaran otra vez. Su estancia en México es decisiva. De allí volvió con el poncho y el sombrero que todos le conocemos.
En su conversación, Alberca desmonta mitos, que no es otra cosa que contar la historia como ocurrió, sin mixtificaciones y encomios tergiversadores. Así, aclara que cuando trabajó en lo que es hoy la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, se dijo que a «Valle no le gustaba dar clases y renunció al sueldo. Lo cierto es que llevaba cuatro años y que daba muy pocas. Él se defendía comentando que para dar clases ya estaban las tertulias». También arremete contra la proyección idealizada que se difundió durante el franquismo: «“Luces de bohemia”, que es una obra potente, se estrena durante el franquismo y alguna crítica filomarxista lo presentó como un abanderado de la esperanza para acabar con los poderes dictatoriales, porque el texto contiene una crítica a la corrupción política y de todo. La izquierda quiso hacer de él un símbolo revolucionario comunista, pero no hay nada en su ideología que permita decir algo así. Fue un tradicionalista en la política y en lo personal.
–¿Cuál es el pensamiento de Valle?
–Sus ideas se fundamentan en que cualquier tiempo pasado fue mejor. Su mito fue el mundo de los señores, de los caballeros y los hombres que se regían por la palabra dada, la tradición, y no la constitución, los abogados y los juristas. Para él, con la palabra era suficiente. Se comprometerá para colaborar en la caída del régimen de la restauración. Sentía animadversión hacia los borbones. Evolucionará. Apoyará la República, pero pronto se desilusionará de ella, igual que Unamuno, que apoyará incluso el golpe militar, aunque cuando se da cuenta de lo brutos que son éstos, se asustará. Todos ellos esperaban más de la República, esperaban otra cosa. Valle, que se ha divorciado y afronta la quiebra de su editorial, va a pasar esos años dependiendo de los puestos que le concede la República. Defraudado y con cáncer, no hará manifestaciones políticas. Se sentía deudor de la República, está muy malo. Manuel Azaña dice una cosa en sus diarios: «Cuando lo veo hablando ensimismado, veo el carlista que lleva dentro». Yo creo que se no equivocaba.
–¿Murió no sintiéndose reconocido?
–No se sintió reconocido y menos en el terreno teatral. El teatro comercial no podía asimilar su dramaturgia. Él se queja de los empresarios, de los actores, que no saben interpretar, realmente, debió ser una frustración para él. En la época no llega a tener un escenario. La mayoría de las veces no se hacen más de dos funciones de sus obras. «Divinas palabras» se estrenó en 1933 y fue un fracaso absoluto. Es una pieza tan salvaje, tan extrema, que ni siquiera la República podía asimilarla. Luis Cernuda cuenta que fue el segundo día y que había nada más que dos filas ocupadas. Sólo llenó el día del estreno. Este texto es uno de lo que más me gustan de él en el teatro. Pero fue incomprendido. Es tan brutal que no cabe que el público de la época la entendiera. No existía un canal para su teatro.