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Vandalismo contra la humanidad

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  • La Razón es un diario español de información general y de tirada nacional fundado en 1998

  • Pedro Alberto Cruz Sánchez

    Pedro Alberto Cruz Sánchez

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El monumento prehistórico de Sa Naveta de Tudons, en Menorca, ha sido objeto de un acto vandálico. Un total de 81 pintadas salpican los restos del considerado edificio más antiguo de Europa, datado entre el 1200 y el 750 (a. C.). La dimensión del hecho exige ser comprendido desde una doble perspectiva: a través del daño específico causado a uno de los elementos más importantes del patrimonio prehistórico europeo y, también, mediante su comprensión como un síntoma de algo mayor: el «giro hacia la barbarie» que, durante los últimos años, se está instalando en ciertas actitudes antisistémicas, incapaces de distinguir entre una rebelión contra el status quo y la destrucción de los principales fundamentos de la humanidad. El ejemplo del Daesh –con la demolición de algunos de los mayores tesoros patrimoniales del planeta– anunciaba el rebrote de un tipo de violencia que creíamos ya desaparecida. Quien ataca la cultura no arremete contra una ideología o sistema político determinados, sino contra la idea esencial de civilización. El terrorismo patrimonial nunca es discriminativo: hiere a todos, y no salva a nadie. El conseller de Cultura de Menorca, Miguel Ángel María, ha dado con una de las claves del problema al reconocer que resulta imposible poner vigilancia en los 1.200 monumentos que posee la isla. La sociedad actual se halla inmersa en una deriva enloquecida y demencial en la cual la mengua y el menor peso del «régimen educativo» parece solo poder por un «régimen policial». El individuo ha abandonado cualquier responsabilidad personal hacia su comunidad, y únicamente reprime sus impulsos si hay un policía que se lo impide. Y, claro está, si la conducta más evidente y el respeto del bien común dependen de la ubicuidad de los guardianes del orden público, mal vamos. Porque eso querrá decir que nuestra sociedad está enferma, en estado terminal, y que el respeto hacia lo otro solo viene garantizado mediante las políticas de la disuasión y el miedo. La destrucción de la cultura es el mayor fracaso al que se puede enfrentar la sociedad civil. Si, a estas alturas, esto no resulta evidente y la salvaguarda del patrimonio no nace de las más íntimas aspiraciones individuales, es que, en verdad, solo somos ganado que únicamente respetamos los límites cuando se nos intimida y controla.