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Víctor Erice: «El cine hoy es un vulgar sistema de entretenimiento»

La Razón
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Sólo rompe su apariencia (y su discurso) de profesor universitario unas gafas de sol que no se quita durante el encuentro con los periodistas en la Seminci. Hay muy pocas oportunidades de escucharle hablar y quienes se dirigen a él lo hacen con cierta reverencia. Pocos cineastas han logrado convertirse en personajes de culto con tan pocas películas en su haber. Él no se altera ni con las críticas ni con los piropos. Cuando le preguntamos por el cine español, asegura que «en el documental hay un auge de propuestas sociales, aunque hay que tener cuidado; toda película debe ser una escritura cinematográfica en imágenes, si no, es un reportaje». Dice que no es ajeno y le preocupan las circunstancias de nuestra industria: «Hemos sido un fantasma industrial y las mejores películas han estado más cerca de la artesanía que de la industria. Cintas como ''El verdugo'' son modestas de producción. Salvo una cierta época, la de Cifesa, nuestro cine no ha tenido tejido industrial y ha sido muy dependiente». Asegura que para mantenerse fiel a sus principios ha tenido que «renunciar a cierta comodidad» y que sus últimas películas no han llegado a las salas, pero se han podido ver en todo el mundo: «Empecé haciendo un sistema de producción convencional, pero ahora lo que tengo delante de la cámara es mucha más vida».

Se muestra furibundo con el cine comercial de hoy: «El cine fue el gran arte popular del siglo XX, mi generación creció con esa convicción. Hoy ha perdido ese arte popular, hoy es un vulgar sistema de entretenimiento, el más vulgar posible con artimañas para captar al consumidor. Las cintas más comerciales de los años 20, las de Chaplin, eran también las mejores del año y las más taquilleras. Hitchcock lo logró también. Eso ya no se da o en raras ocasiones. Los que nos resistimos a pasar por ciertas aduanas: un idioma que no sea el nuestro, unos actores que no sean los nuestros. Esta fractura es un problema de fragmentación social», reflexiona.

Comparece en el festival con la obra colectiva «Centro histórico», un encargo de la ciudad de Guimarães en Portugal para conmemorar que fue la Capital Europea de la Cultura en 2012, junto a Aki Kaurismaki, Pedro Costa y Manoel de Oliveria. Hace unos años también participó en otro filme coral «3.11, a sense of home», sobre el desastre de Fukushima, y muy poco más (aparte de dos cortos: «Sea-Mail» y «La morte rouge») desde que decidió no intentar más levantar un proyecto «convencional». «Nos dieron una especie de directriz: qué somos a través de nuestra memoria y qué podemos hacer para compartir nuestra memoria con los demás. Cada director tenía absoluta libertad, incluso para no rodar en la ciudad», comenta. Eligió a los antiguos trabajadores de una de las fábricas textiles que cerraron en la ciudad a principios de 2000.

Durante el tiempo que preparó el rodaje en el país vecino, se dio cuenta de que «en este país se ha perdido cierta cordialidad que se conserva en Portugal. Ese país tiene algo de lo que carecemos nosotros, que es el complemento ideal para una expresión ibérica: el sentido de lo crepuscular». Recuerda que escribiendo el guión leyó el cruce de cartas entre Unamuno y Manoel de Laranjeira, que considera «una referencia del diálogo posible entre España y Portugal, pues Unamuno veraneaba en Spinho. Él decía que Portugal era un pueblo de suicidas y su amigo se acabó suicidando. Éste es el drama de la inteligencia portuguesa, lúcida ante el extremo que no encuentra más revolución que el hecho de morir».