«Vogue»: la fotografía «pinta» en el Thyssen
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Una exposición plantea el fecundo diálogo entre fotografía y pintura a través de 64 instantáneas de los archivos de la revista decana de moda.
Hace tiempo ya que las grandes pinacotecas abrieron la puerta a la fotografía y a la moda, dos modalidades nacidas bajo la etiqueta de efímeras, y a menudo, especialmente la moda, estigmatizadas o minusvaloradas por ello. En el caso concreto del Thyssen, las exposiciones de Mario Testino o Givenchy han abierto una veta que la institución parece estar dispuesta a explorar cada vez más. Y es que cuando las cosas tienden al buen gusto, a la máxima capacidad de expresión o evocación o a la sublimidad, ya no tiene sentido hablar de géneros estancos. El arte, entonces, lo soporta y lo engloba todo, porque, entre otras cosas, es un diálogo infinito entre sus actores.
La exposición «Vogue: like a painting», organizada por la revista de moda y patrocinada por Bulgari, se sitúa en ese punto de sutura entre géneros de resultas del cual lo único que acaba importando es la potente experiencia estética. La muestra plantea un diálogo a tres bandas entre pintura, moda y fotografía según el siguiente juego: exhibir instantáneas que se tomaron para sesiones de la centenaria revista de moda Vogue que, de alguna manera –a veces más evidente, otras de forma genérica o ambiental– nos retrotraen a pintores y obras icónicas de la tradición artística mundial. No siempre la línea de un punto al otro está clara y a veces es la propia fotografía la que, más que recordando una obra en concreto, semeja directamente un cuadro. Es el caso de Nick Knight, con apabullantes estallidos de color y pintura sobre trajes de Galliano. En otras ocasiones, el juego de espejos resulta mareante: así, Camilla Akrans se enfrenta a una obra maestra de Edward Hopper, «Morning Sun» y, de este modo, la fotografía, con Claudia Schiffer de modelo, homenajea al «pope» del hiperrealismo, la escuela que más influencia y subordinación ha mostrado, a su vez, a la fotografía.
Debra Smith, comisaria de esta exposición, presente en el Thyssen hasta el 12 de octubre, explica la génesis del proyecto: «He trabajado durante 14 años en los archivos de Vogue y he visto fotografías maravillosas que a veces se perdían entre tanto texto; yo sabía que este era un reto muy serio, porque no es fácil que la fotografía de moda entre en un museo como el Thyssen, pero a Guillermo Solana –director artístico del museo– y a la Baronesa les gustó el proyecto». El resultado son 62 imágenes sacadas de los archivos de la revista, desde 1934 –una instantánea de Cecil Beaton es la más antigua que se expone– hasta la más rabiosa actualidad y los nuevos puntales del género, como el espectacular y teatral Tim Walker, todo un apasionado de la composición y el efectismo, pero sin retoques. «Él apenas toca nada, a diferencia de Annie Leibovitz –de la que también está presente una imagen–, por esos sus sesiones son tan intensas; hace la foto antes de disparar», explica Smith. Su recreación de «Ofelia» de John Everett Millais, da cuenta de ese trabajo minucioso.
La exposición sigue una lógica pictórica, se divide en salas por géneros: retratos y bodegones, interiores, paisajes... y se completa con dos vestidos sobre maniquí para no perder la perspectiva de la importancia capital de la moda como nexo de unión de este saludo entre la fotografía y la pintura. Se tratan de un Valentino que bebe tanto del impresionismo como del prerrafaelismo y una pieza del último grito en la moda asiática, «Queen Orchid», de la china Guo Pei, un espectacular modelo de gala valorado en 360.000 dólares que costó dos años de trabajo al grupo de 45 personas encargadas de su confección. Rihanna fue la afortunada que lo endosó en la última gala del MET.
Debra Smith ha dotado a la muestra de un caracter autorial: «He visto miles y miles de fotografías para confeccionar esta exposición, quizás es una selección demasiado personal». La mayoría de las copias han viajado desde los archivos de los creadores, algunas de colecciones particulares. Coordinar los «egos» de los fotógrafos y la disposición en la sala de las obras ha sido lo más complicado. Sólo una copia es analógica –un Horst paara un vestuario de Dalí, en 1939–, el resto es digital.
De las piezas expuestas se pueden colegir influencias más o menos evidentes de, entre otros, Sorolla, Seurat, Monet, Millais, Hopper, Boticelli, Magritte, Caravaggio, Gainsborough... «Muchos de los fotógrafos aquí incluídos se iniciaron como pintores, de hecho», señala Smith, quien considera que Paolo Roversi es uno de los artistas actuales que mayor deuda tiene con esta disciplina: «Él siempre dice que se inspira mucho en el arte italiano y en los retratos de la época». Su «Stella», en cambio, nos recuerda a las jóvenes hetairas de Toulouse-Lautrec.
El trabajo de Cecil Beaton, Horst y Clifford Coffin aporta el sabor añejo de la fotografía de moda y sus primeros canones. Beaton, por ejemplo, trabajaba en los años 30 con decorados pintados por él mismo. Coffin, por su parte, es uno de los grandes exponentes de la «scuderia» Vogue en tiempos del New Look. Sus trabajos de los años 50 son capitales. Entre los artistas de la última ola, Tim Walker deslumbra con una de las piezas más incónicas traídas a esta exposición: «The dress lamp tree», un árbol plagado de vestidos encendidos a modo de lámparas que se publicó en 2002 y ha cimentado su fama desde entonces.