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William Jones y Henry Rawlinson: el descubrimiento de la India y de Oriente

Estos arqueólogos trajeron a Occidente unas culturas que hasta entonces permanecían en medio de brumas
Reconstrucción de los palacios de Nínive hecha por Austen Henry Layard en 1853
Reconstrucción de los palacios de Nínive hecha por Austen Henry Layard en 1853Wikipedia

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El siglo XIX fue enorme para el descubrimiento de la «otra» antigüedad, la que venía de Oriente y nos recordaba que, pese al etnocentrismo que había marcado el revival neoclásico europeo, las raíces de Occidente, de su idea de la razón y, por ende, del ideal del siglo de las luces, estaban mucho más al Oriente de lo que se solía pensar. Ex Oriente Lux. Y si decíamos que arqueología e imperialismo corrieron parejas en más de una ocasión en estos hitos, una vez más fueron las armas las que abrieron, polémicamente, el camino a las letras: la conquista británica de la India, ciertamente, abrió las puertas para una comprensión más global de las antigüedades, de la de Oriente a la par que la de Occidente.
Más allá de la obsesión de la filología clásica por Grecia y Roma, que destaca en el renacimiento moderno de esta disciplina en la Alemania de F. A. Wolf y del clasicismo de Weimar, cuando el Imperio Británico se enseñorea de la India, se abre la vía del comparatismo. No solo en lingüística, con la comprensión del sánscrito y védico gracias a William Jones y a otros sabios que comparan las lenguas de la antigua India con las de la antigua Europa, sino también con el mundo de la cultura y de la narrativa patrimonial, cuando otros sabios como Max Müller, inauguran las ciencias de las religiones y mitologías («Religionswissenschaft») comparadas, al poner mano a mano a Homero y el Mahabharata. Se abre entonces el anticuario a la visión comparatista y, por ende, también a su arqueología. Empieza a desarrollarse también en aquellos lares, desde el Oriente Medio hasta las estribaciones de la India, un interés enorme. En este caso, lengua y cultura material, o, por mejor decir, desciframientos y comprensión lingüística, van a la par con las excavaciones y la comprensión de la riqueza de la cultura material.
El gran imperio colonial británico proporcionaba una buena oportunidad para la incipiente arqueología. Un ejemplo fue la figura de Augustus Pitt Rivers que desarrolló innovaciones metodológicas y museológicas, y destacó por sus estudios arqueológicos no solo en Gran Bretaña, sino buscando realizar una colección etnológica con piezas de todo el mundo. La apertura de la India, en cambio, le debe más a la figura fundadora del citado William Jones, fallecido en Calcuta en la era de la revolución francesa, que fue quien estudió con detalle la poesía árabe y persa y luego se lanzó a la lingüística india y china. El orientalismo comienza con él, muy ligado al fenómeno imperial británico, como luego investigaría Edward Said en su mítico libro de 1978 «Orientalismo». La disertación de Jones sobre la literatura oriental de 1771, seguida por una gramática de la lengua persa y por investigaciones sobre las tradiciones poéticas orientales, ayudaron abrir el paso a la identificación de la familia lingüística indoeuropea que luego desarrollarían los lingüistas alemanes, los Grimm y Bopp entre otros, al notar de forma pionera la semejanzas entre el sánscrito, el griego y en latín en su trabajo de 1786. Nombrado miembro de la Royal Society, la Compañía Británica de las Indias Orientales le erigió un monumento tras su fallecimiento.
Otro pionero del orientalismo europeo, también vinculado el imperio británico, fue Henry Rawlison, también vinculado a esta controvertida compañía, que destacó por sus estudios de lengua persa. Su fama se debe a descifrar la famosa inscripción cuneiforme de Behistun. Esta instrucción trilingüe, en persa, elamita y babilonio, fue colocada en la pared de un acantilado al noroeste de Irán en época aqueménida, en pleno siglo V a.C. Se la considera «la piedra roseta» del orientalismo, porque permitió inaugurar los estudios sobre las sobre las lenguas recogidas en la escritura cuneiforme, durante el siglo XIX y también a partir de mediados del siglo XIX. Los posteriores estudios sobre las lenguas y culturas de Asiria y Babilonia, las dos partes, septentrional y meridional de lo que los griegos conocieron como «Mesopotamia, han corrido parejas desde entonces con las excavaciones arqueológicas. La vía oriental fue, paradójicamente, abierta por el imperialismo británico y sus hallazgos nutrieron los museos de la capital y las instituciones de investigación del Reino Unido, notablemente el British Museum donde hoy podemos contemplar los relieves asirios o los grandes toros alados, pero también de otros lugares como Alemania, en cuyo Altes Museum se guarda la puerta de Ishtar de Babilonia. Fue, en todo caso, una edad fundacional para la arqueología de oriente, a la par que los avances de la lingüística, cuyos frutos recogieron luego arqueólogos como Mortimer Wheeler, en sus excavaciones por el valle del Indo.