Artistas

Y Duchamp creó a la mujer

Este año se cumplen 50 de la finalización de una de las obras de arte más influyentes de la historia, el «Étant donnés» de Marcel Duchamp, que terminó sólo dos años antes de su muerte

Y Duchamp creó a la mujer
Y Duchamp creó a la mujerlarazon

Este año se cumplen 50 de la finalización de una de las obras de arte más influyentes de la historia, el «Étant donnés» de Marcel Duchamp, que terminó sólo dos años antes de su muerte

En una cultura como la nuestra tan dependiente de aniversarios y celebraciones, necesitada de conmemorar cualquier mínimo hecho con tal de abrir un resquicio de protagonismo en medio de la actualidad voraz, hay una efemérides que parece haber pasado desapercibida y que, sin embargo, merece su cuota sobresaliente de protagonismo. En este 2016, se cumplen 50 años de la finalización de una de las obras de arte más influyentes y emblemáticas del siglo XX: «Étant donnés: 1º la chute d’eau, 2º le gaz d’éclariage» («Dados: 1º el salto de agua, 2º el gas de alumbrado»), de Marcel Duchamp. Dos años antes de su muerte, en 1966, Duchamp dio por finalizado el que sería su trabajo póstumo; un proyecto en el que, desde 1946, había trabajado en secreto, del que solo dos personas –Maria Martins y su esposa Teeny– llegaron a tener conocimiento y que, por propia voluntad del artista, sólo podría ser expuesto y revelado tras su fallecimiento. Así, en 1969, meses después de su muerte, «Étant donnés» fue instalado en una estancia del Philadelphia Museum ante la sorpresa generalizada del mundo del arte.

¿En dónde radicaba el motivo de este asombro? Para empezar, a Duchamp se le consideraba un artista inactivo. Tras dar por concluida en 1923 su obra mayor, el conocido como el «Gran Vidrio», su principal empeño vital llegó a ser el ajedrez. Durante la década de los 20 apenas produjo unas pocas piezas que no permitían presumir un interés reseñable por la actividad artística. En años sucesivos, esta «inactividad oficial» pareció mantenerse, habida cuenta de que, salvo algunos objetos eróticos, colaboraciones con el círculo surrealista y reediciones de obras anteriores, Duchamp se presentaba como un artista que rehuía del arte. Personas que le conocieron y con las que he tenido la oportunidad de hablar –la artista Carolee Schnemann, el dramaturgo Fernando Arrabal, habitantes de la localidad catalana de Cadaqués– comentan sobre Duchamp que se trataba de un tipo amable, callado, refinado, que jamás hablaba de arte y que, por tanto, sin conocimiento previo de su figura, nadie lo hubiera calificado como un «artista». De ahí que, tras su muerte, ninguno de sus amigos y admiradores, y mucho menos el mundo del arte en general, esperase una obra tan calculada, desconcertante y reveladora como «Étant donnés», urdida en silencio durante veinte años de intensa y desconocida actividad creativa. Duchamp no había dejado de trabajar. Y su legado pilló a contrapié a todos sus estudiosos.

¿Obra pornográfica?

La expectación ante la anunciada inauguración de la última y secreta obra de Duchamp desbordó todas las previsiones. El artista, además, había prohibido expresamente que, durante los primeros años de exhibición, «Étant donnés» pudiera ser reproducida fotográficamente. Quien quisiera conocer su secreto debía acercarse al Philadelphia Museum y mirar con sus propios ojos. Cuando el espectador entra en la sala a oscuras situada junto a la estancia en la que se halla el núcleo de su colección (el «Gran Vidrio», el «Desnudo bajando la escalera», etc.), observa, primeramente, una desgastada puerta de madera incrustada en el muro del fondo, y que Duchamp adquirió durante uno de sus periodos vacacionales en Cadaqués. Acercarse a ella ya es una liturgia: a paso lento, en silencio, como queriendo no despertar a quien se halle detrás. Ya junto a la puerta, se descubren dos orificios gemelos. Cuando los ojos se colocan sobre ellos, aparece casi como un fogonazo que anega la visión la escena en la que Duchamp había comprometido su talento durante dos décadas: un maniquí femenino cuyo cuerpo desnudo está recubierto con pergamino pintado con verosimilitud hiperrealista, expone su sexo abiertamente ante el espectador. Con su cabeza oculta, fuera del campo de visión, sostiene con su mano izquierda una lámpara Bec Auer. En segundo término, como los paisajes italianos del siglo XVI, un fondo natural entre nubes y velos en el que destaca el «salto de agua» que Duchamp fotografió en la localidad suiza de Chexbres, junto al lago Leman.

El desconcierto fue absoluto: el artista antiretiniano por excelencia, aquél que de manera más enfática y furibunda había luchado contra el veneno introducido en la pintura moderna por el realismo de Courbet y todos los movimientos «ilusionistas» surgidos en su estela, remataba su trayectoria artística con la propuesta más visual y envolvente del siglo XX. Y, además, con un desnudo femenino cuyos genitales saltaban con presteza hacia los ojos del espectador, se imponían escandalosamente al resto de elementos participantes en la escena. No tardaron los comentarios amarillistas en prensa tildando esta «instalación» como una obra pornográfica, obscena, impropia de un museo. Todavía hoy, algunos de los estudiosos de Duchamp, desconcertados por el hecho de que el autor del aséptico «Gran Vidrio» concluyera su propuesta artística con el exceso estético de «Étant donnés», se atreven a sugerir que la causa del secretismo mantenido en vida por Duchamp en torno a ella obedece a su desgana a la hora de justificar y defender un giro visual tan abrupto como el efectuado en esta su postrer realización.

«María, al fin llegada»

No es éste el lugar para hilvanar una interpretación en detalle de una obra tan asombrosa y poliédrica como «Étant donnés». Pero, desde luego, algo que ha de quedar completamente en claro es que Duchamp no entendió este proyecto como un mero y frívolo ejercicio de provocación sexual. En la pieza se hallan todas las respuestas a las interrogantes depositadas en obras anteriores, y, más en concreto, al «relato» sobre una nueva pintura iniciado en el «Gran vidrio». El título real de esta obra sobre cristal es: «La mariée mise à nu par ses célibataires, même» («La novia puesta al desnudo por sus solteros, incluso»). En ella, Duchamp expresa la imposibilidad de la mirada masculina de acceder al desnuda de la novia. El striptease de ésta se demora, no termina de venir, y esta situación hace crecer el deseo de los solteros. Lo sorprendente de este «contacto ocular» frustrado entre el mundo de lo masculino y lo femenino es que va a saltar los límites estrictos del arte, convirtiéndose en un elemento determinante de la biografía de Duchamp.

En el invierno de 1941-42, la escultora brasileña Maria Martins se traslada a Nueva York, acompañando a su marido, el diplomático Carlos Martins. Tipificada como una «femme fatal», amante de artistas como Jaques Lipchitz, Mondrian o Fernand Léger, Martins conoce a Duchamp y ambos inician una relación en secreto que durará toda la década de los 40. Los intentos del artista francés para que Martins abandonara a su marido fracasan, y en 1950 ésta regresa con su familia a Brasil. La relación muere y, en 1951, Duchamp inicia una relación con Teeny, con la que contraería matrimonio y se convertiría en su confidente y cómplice durante el último tramo de su vida. Durante los años de relación con Maria Martins, Duchamp comienza la realización de «Étant donnés». Es más, a raíz de la publicación de las cartas que ambos amantes se cruzaron durante este periodo, se sabe que el artista convirtió a Maria no en una mera musa, sino en co-autora de este proyecto. Las referencias a «nuestra obra» en algunas de estas cartas se repiten, de manera que «Étant donnés» no se puede concebir más que desde la estrecha e íntima complicidad entre ambos. En la década de los 90, el historiador y especialista en Duchamp, Francis B. Naumann viajó hasta Río de Janeiro para visitar a la hija de Maria Martins, Nora Lobo. El objeto de este viaje era descubrir el contenido de la «Caja Verde» –conjunto de notas facsímiles que Duchamp editó como complemento del «Gran vidrio»– que Duchamp regaló a María. En su interior, Naumann descubrió una lámina de papel plegado en la que estaba escrito: «pour Maria, enfin arrivée» («para Maria, al fin llegada». La «mariée» del «Gran Vidrio», tanto tiempo deseada e inaccesible para la mirada, se había finalmente materializado. Y es justamente en este punto donde nace «Étant donnés».