YSL, corte y confección de un mito
Jalil Lespert dirige un «biopic» mediocre y amable con Pierre Bergé y duro con el gigante de la moda
El biopic es un género maldito. Pocos saben cómo sortear sus trampas, y, definitivamente, Jalil Lespert, director de «Yves Saint Laurent», que ayer se presentaba en la sección Panorama Special de la Berlinale, no es uno de ellos. La película parte de un lugar común –la vida de un artista siempre merece ser contada– que hay que poner en cuarentena, sobre todo cuando la vida de ese artista parece cumplir todos los tópicos sublimados del creador maldito. Ergo, genial en su trabajo e incapaz de manejarse en sus asuntos cotidianos y sentimentales. Dicen que Pierre Bergé, compañero sentimental, socio y protector de YSL durante medio siglo, lloró durante la proyección del filme, que ha cosechado un gran éxito de público en Francia. ¿Por qué lloró? ¿Porque recordó la sangre, el sudor y las lágrimas que derramó por la actitud errática del divo de la moda? ¿O porque se emocionó al ver que, finalmente, los puntos caían sobre las íes y se hacía justicia retratando al diseñador como un loco nada maravilloso y a él como la imagen de la sensatez en la sombra?
No debe de extrañarnos que Bergé, albacea de gran parte del legado de YSL, permitiera que Jalil Lespert consultara sus archivos, que cuentan con más de 5000 vestidos, 15.000 complementos y 35000 bocetos. Estaba dando carta blanca a lo que, a todas luces, es una hagiografía del genio empresarial, de la figura paterna que hizo todo lo que estuvo en su mano para proteger a YSL de sí mismo, y del amante que, si fue infiel, fue como reacción a la desatada promiscuidad de su pareja.
Como un auténtico paria
Como contrapartida, YSL queda como un auténtico paria. A estas alturas nadie cuestiona su importancia en la historia de la moda –es el primer diseñador que expuso en un museo, concretamente en el Metropolitan de Nueva York–, pero el resto –su timidez patológica, sus tendencias maniaco-depresivas, sus tretas para librarse del alistamiento en el ejército en plena guerra de Argelia, su adicción al alcohol y la cocaína, su incapacidad para controlar sus pasiones y llevar una vida lejos de las malas influencias– devora su faceta como artista, porque a Jalil Lespert le interesa quedar bien con Bergé. Ya saben, el muerto al hoyo y el vivo al bollo.
Lo único realmente sorprendente de este mediocre «biopic» es el extraordinario parecido físico de Pierre Niney con YSL. Lo demás es de una ineptitud que clama al cielo: Lespert no sabe condensar la información, no transmite ninguna sensación de paso del tiempo, la película es a la vez tediosa y apresurada, es el antídoto a la elegancia revolucionaria de las mejores épocas de YSL y falla rotundamente al retratar la relación de dependencia emocional que le unió a Bergé, al que presenta como un folio en blanco al servicio de la marca, no del talento que la inventó.
Habrá que esperar a «Saint Laurent», el «biopic» que Bertrand Bonello estrenará en Francia el 24 de mayo. Al director de «Le pornographe» y «L'apollonide» se le presupone una singularidad que poco tiene que ver con satisfacer las demandas del status quo. Lo que explica que Bergé haya prohibido tajantemente que su nombre se vincule con la película y lleve batallando desde hace dos años para que no se haga. Por el contrario, Francois Pinault, propietario de la marca, ha dado permiso para que se use el logo y los vestidos que están en su posesión. Según el guionista de Bonello, Thomas Bidegain, Bergé solo aparecerá como narrador de la historia, «como Salieri con Mozart». Lo malévolo del comentario nos hace pensar que la película será menos complaciente con el Mister Scrooge de YSL, y que esa visión corporativa y complaciente que ayer padecimos en la Berlinale no es más que un patrón mal recortado de la verdad.