Juegos Olímpicos

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Efeméride: Hungría-URSS en 1956: tanques en la calle y sangre en la piscina

El aplastamiento de la revolución húngara a pocos días de los Juegos Olímpicos de Melbourne elevó la tensión del torneo de waterpolo

Ervin Zador sale sangrando de la piscina en los Juegos de Melbourne
Ervin Zador sale sangrando de la piscina en los Juegos de Melbourneervin zador . deportesla razon

La Hungría de Imre Nagy, que en 1956 vivía su segunda etapa como primer ministro, fue la primera nación del bloque del Este de Europa en tratar de desembarazarse de la tutela asfixiante de la Unión Soviética. Una revuelta estudiantil, a finales de octubre, fue la excusa del gobierno magiar para proclamar sus propósitos aperturistas ante el entusiasmo popular. La ilusión duró diez días, hasta que el Pacto de Varsovia, apoyado por los elementos más duros del Partido Comunista local, acordó intervenir en su asamblea del 2 de noviembre.

El día 4 lanzó sus tanques sobre Budapest aplastando a los levantiscos e iniciando una durísima represión: 13.000 encarcelados y 350 ejecutados oficialmente –los conteos independientes multiplican por diez las cifras–, entre ellos el propio Nagy, encerrado durante dos años en una cárcel secreta de Rumanía y fusilado en 1958.

Los Juegos Olímpicos de Melbourne se inauguraron el 22 de noviembre, por lo que la delegación húngara que debía participar en ellos ya había zarpado para Australia cuando se desencadenó la revolución. Al llegar al puerto septentrional de Darwin, lo primero que vieron fueron las portadas de los diarios locales en las que se informaba de la ocupación, a sangre y fuego, de Budapest por parte de las tropas soviéticas.

«Allí entendimos que no sólo debíamos jugar por ganar el oro, sino por vengar a todos nuestros compatriotas mártires», declaró años después Ervin Zádor, estrella de la selección de waterpolo que se exilió tras los Juegos a Estados Unidos, donde fue el primer entrenador de un niño de once años llamado Mark Spitz.

Los waterpolistas eran la bandera de la selección de Hungría, una nación donde los deportes acuáticos mueven masas: llegaron a Melbourne como vigentes campeones y para prolongar una racha de medallas consecutivas que se extendió desde la plata de Ámsterdam en 1928 hasta el bronce de Moscú 1980. Sólo el boicot a Los Ángeles 84 la interrumpió, aunque el siglo XXI ha engrandecido el palmarés olímpico del waterpolo magiar con los tres oros consecutivos de Sídney, Atenas y Pekín.

Su recorrido por la capital del estado de Victoria fue un paseo militar, invictos en los cinco primeros encuentros hasta llegar a la penúltima jornada de la ronda final, el 6 de diciembre, donde se medían al único equipo capaz de arrebatarle el triunfo: la Unión Soviética.

Más sobreexcitados que animados por los centenares de exiliados húngaros en Australia que llenaban el graderío, los húngaros sometieron a sus archienemigos a una presión física, sin ahorrarles golpes de todo tipo, desde el primer instante. El partido fue una pequeña galería de triquiñuelas más o menos violentas –arañazos, patadas subacuáticas, pellizcos en los genitales, escupitajos– que sacaron a la URSS del partido mientras Hungría iba sumando goles hasta alcanzar una cómoda ventaja de 4-0.

Desquiciado, con el encuentro perdido y a un minuto para el final, el soviético Valentin Propokov golpeó a Zador en la ceja, de la que empezó a manar sangre abundante tiñendo el agua de rojo y enfureciendo al público, que amagó con una invasión de piscina abortada por la policía en evitación del linchamiento de los rusos. El encuentro se dio por concluido a falta de algo menos de dos minutos y los titulares del día siguiente eran explícitos: «Baño sangriento».

Al clausurarse los Juegos, más de la mitad del centenar de deportistas húngaros, incluida casi toda la selección de waterpolo, que participaron se exiliaron en distintos países. La gimnasta Agnes Keleti, ganadora de cuatro oros y dos platas en Melbourne –ya había subido cuatro veces al podio en Helsinki'52– hizo valer su ascendencia judía para cambiar su residencia a Tel Aviv, donde vivió hasta la caída del comunismo: «Después de la invasión de 1956, todo el que pudo se fue de Hungría», recuerda hoy a sus 99 años antes de poder levantar todavía la pierna por encima de su cabeza.